Escenas de la vida conyugal Una noticia hace temblequear un matrimonio de 45 años. Charlotte Rampling tiene esa fiereza y esa frialdad que conmueve. Kate y Geoff viven algo apartados de la sociedad, por decisión propia, en Norfolk, en la campiña inglesa. Se reúnen con amigos a almorzar, tomar el té. Pero ellos están bien juntos. El matrimonio está por cumplir, y festejar, sus 45 años. Toda pareja tiene sus altos y sus bajos, pero parece que uno de estos últimos ha estado acallado en esos precisos 45 años. Porque lo que llega desde afuera no hace sino recordarles a los de adentro los temores y deseos que pueden sacudir a cualquiera. Y a cualquier pareja de 45 años. La película retrata la semana previa a esa celebración. Y arranca con la carta que Geoff (Tom Courtenay), recibe, y en la que se le informa que encontraron el cuerpo, congelado e inaccesible hasta ahora, de quien era su pareja, que había desaparecido tras un accidente en las montañas en Suiza, hace, claro, décadas. La trascendencia que al hecho le da Geoff comienza a inquietar a Kate. Ella estaba dispuesta a tomar el hecho como lo que fue .algo que sucedió antes de que ellos dos se conocieran y formaran pareja-, pero Geoff parece ensimismado en recordarlo todo. Y Kate empieza a tejer sus pesadillas. Pareja sin hijos, los sentimientos comienzan a contraponerse. El director Andrew Haigh (Weekend), de 43 años, con una larga tarea como editor, no fuerza ni las reacciones ni las relaciones. Puede tomarse su tiempo mientras Kate cocina, esto es, decide seguir a la pareja en su cotidianeidad, y allí mostrar qué es lo que puede estar resquebrajando una unión que parecía imposible de separar. Esa tranquilidad en una pareja ya anciana (y se supone, madura, que no es lo mismo), con él balbuceando ante la evidencia de lo que lo conmueve. Es casi un adolescente. Ella, más calma y segura de sí misma, comienza a temblequear. Pero 45 años habla de inseguridades (de ella, también de él), con heridas que uno se ve que tenía aparentemente cerradas, y que en ella surgen y se abren. ¿Cómo seguir?, Kate ¿puede soslayar lo que intuye o lo que averigua, en pos de mantener su relación? Charlotte Rampling mantiene esa frialdad que la ha caracterizado a lo largo de su extensa carrera, y su elección ha sido sabia por parte de Haigh. Economía de gestos para disimular el dolor que, se siente, le recorre las venas, y primeros planos que muy pocas actrices serían capaces de soportar. Lo suyo es una magistral clase de actuación, que opaca un tanto la de Courtenay (El vestidor, entre tantas), porque también el guión decide ceñirse más a elucubrar el personaje femenino, mucho más misterioso que el de su pareja.
Rojos de ira y de risa Adaptación del videojuego, tiene un humor zumbón y bastante gráfico. Basado en una franquicia o licencia tan popular como el videojuego de acción y estrategia -con un origen no tan lejano, en diciembre de 2009-, Angry Birds no tiene el corazón de las películas de Pixar, pero sí el humor zumbón de las de DreamWorks. Esto es, con abundancia de chistes de humor gráfico, doble sentido, un colorido rabioso y radiante y una historia tan pequeña como los personajes que la animan. Las preguntas básicas de cualquiera que se haya vuelto adicto a los jueguitos son por qué estos pájaros tienen tanta ira, por qué no vuelan y qué pasa con los cerditos verdes. A casi todas ellas la película que se estrena hoy da respuestas. El cejudo Red anda rojo de ira cuando el juez lo sentencia a asistir, precisamente, a clases de control de ira. Allí conocerá a tres aves de las que se hará amigo: el amarillo, hiperactivo y veloz Chuck, el explosivo Bomb y el grandote y monosilábico Terence. El guionista Jon Vitti, que proviene del mundo de la TV, y escribió el guión de Los Simpsons, la película, diseñó que casi todos los que viven en la Isla de los pájaros son naturalmente buenos, y que si no vuelan es porque para qué habrían de hacerlo si allí están tan bien, salvo el Aguila poderosa (que en la versión original tiene la voz de Peter Dinklage, de Game of Thrones). Y tras un comienzo con guiño o robo a la ardilla Scrat de La Era de hielo (en vez de perseguir una bellota, se está detrás de un huevo), con el arribo de un buque de cerditos verdes que destrozan la casa alejada de Red, todo cambiará. Pese a su apariencia pacífica, los cerdos quieren robarse los huevos de las aves para hacerse un festín en la Isla de los cerdos. Y hasta allí habrá que llegar, pero si no vuelan, ¿cómo harán? Como en el original (y en los cortos de los Angy Birds) el humor es esencialmente slapstick, gags visuales, aunque hay algunos diálogos jocosos y referencias a público adulto, como las extensiones de plumas en vez de cabellos, y un guiño a El resplandor por lo de redrum. También es cierto que salvo uno (Matilda, la instructora de clases para control de ira), el resto de los personajes son masculinos, lo que no le juega a favor en cuanto a igualdad de género. Pero para la próxima entrega de los Oscars –que es cuando saltan este tipo de cuestiones, para disiparse rápidamente- falta todavía mucho.
Aquí y en todas partes La trata de mujeres, con testimonios en nuestro país y en Hispanoamérica, tratado con rigor. Este documental rodado en varios países latinoamericanos (el nuestro, Perú, Paraguay y Colombia) y en España trata sobre personas, pero también sobre un negocio que mueve 32.000 millones de dólares al año, por el que hay muy pocas condenas y en el que “la materia prima puede ser consumida una y otra vez”. Se trata de la trata, y la directora Mabel Lozano la aborda desde distintos punto de vista. Hay testimonios de mujeres y jóvenes que lograron salir del flagelo, hablan periodistas que han investigado, policías, presidentas de asociaciones referidas al cuidado de la mujer, funcionarios públicos. La que no está, claro, es la otra campana. El filme va de un testimonio a otro, cambia el país pero difícilmente lo haga el dolor y la indignación que despierta lo que se escucha. Como también se habla de un “negocio” para quienes lo manejan, la directora decidió incluir, a modo de insert, una parte de ficción, en la que la actriz argentina Ana Celentano da una masterclass ante un auditorio. Allí explica los “beneficios” del mismo y cómo “optimizar esos beneficios, esas ganancias espurias. Tal vez nada de lo que se escuche suene a nuevo a los oídos del espectador, pero el propósito de Chicas nuevas 24 horas no ha de ser la innovación, tampoco esgrime una tesis aunque sí se hable de probables soluciones (como en todo “negocio”, sin demanda no habría oferta) sino el sostenimiento, el mantener latente y visible esa cruda realidad y hacerla sentir al espectador. Esa aspiración, ese deseo y esta voluntad se cumplen.
Es un sufrimiento Tiene acumulación de torturas y abusos que incluye a menores, más incongruencias en la trama. No comienza tan mal Martirio satánico, remake estadounidense de la francesa Martyrs (2008), de Pascal Laugier, un filme que terminará desbarrancándose a medida de que lo gore, las torturas y lo inhumano vayan in crescendo para regodeo de sádicos y morbosos. Lucie (Troian Bellisario, que está en todos los 160 episodios de Pretty Little Liars) logra escapar de un lugar en el que alguien o alguien o más de uno, la tortura y abusa. Años después Lucie ya no es una niña, y siendo joven cree descubrir el paradero de quien le hizo pasar una vida insufrible. Y golpea la puerta y Blam!, asesina al padre de familia y a todo el que se anteponga en le camino. Lucie no está sola, porque Anna (Bailey Noble), una amiga con la que compartió la escuela tras aquella traumática situación, llega en su ayuda. Bueno, es una manera de decir. El que necesita ayuda es el espectador, que aunque ingrese a la sala conociendo el título del filme, tal vez no se imagine las atrocidades que está por ver. Y por eso le advertimos. No es que sólo hay una suma de brutalidades, sino que el desarrollo y la manera en que está contado el filme no lo hace un buen entretenimiento. Las incongruencias y las insólitas resoluciones de Lucie y de Anna -no escapar a tiempo; regresar, no pedir ayuda y varios etcéteras- restan, si cabe, verosimilitud a este conjunto de torturas, gritos y asesinatos sin cabeza (y no estamos adelantando nada). Hay que tener espalda para soportar estos martirios, y a la pobre de Lucie hasta eso le quitan. En fin, después no digan que nadie avisó.
Otro que ve gente muerta Filme de horror en el que Adrien Brody es un psicoanalista en crisis, que ve a sus pacientes... muertos. Para un psicoanalista quizá no haya nada peor que tener que revisar sus propias memorias reprimidas. Irónica o terriblemente, eso es lo que le sucede a Peter (Adrien Brody, con rostro de perdido como en El pianista) cuando se ve compelido a regresar a su pueblo natal. En buena parte se entiende: hace un año perdió a su hija, cuando la descuidó mientras ella aprendía a andar en bicicleta por mirar algo en una vidriera. Esa distracción, cree, le causó la muerte. Tal vez se entienda más si revelamos -pasa al comienzo- que Peter comienza a advertir que sus pacientes están todos muertos. O sea: ve gente muerta. ¿Alucina? ¿Está atravesando una crisis? ¿O nada tiene sentido? La película del australiano Michael Petroni abreva en unas cuántas, por lo que no es precisamente original, pero la manera en que iba llevando el relato generaba cierta curiosidad, teñida de tensión. Cuando llega a su viejo hogar y se cruza con su padre, un ex policía, eso se mantiene. Pero cuando a Petroni, autor del guión, se le da por explicar más de lo que venía haciendo, hace un giro y el género se resiente. No es que esté mal pegar un volantazo. El problema es hacia dónde se encamina. Película sobre la culpa, thriller, filme de horror, película de fantasmas y drama, Ellos vienen por ti termina siendo el resultado de una mezcolanza batida. Con un flashback recurrente, en el que Peter se ve a sí mismo cuando era adolescente, y que nunca termina, el director más que atraer la atención y la intriga del espectador termina distanciándolo, porque no le deje participar, resolver el misterio: se lo da servido. Además de Brody, el irlandés Sam Neill -inició su carrera en Nueva Zelanda y Australia- tiene un par de momentos sentado (es quien le derivó los pacientes), y le bastan para meter más suspenso que el que no vendrá después.
Abuso de confianza El filme busca el escándalo más que ahondar en el contenido del abuso de un cura a menores. El protagonista cuyo apellido está en el título de esta película chilena es un cura que entre las décadas de los ’80 y ’90 tanto acercó jóvenes con vocación de servicio a su parroquia como abusó de ellos. Hombre observador y a la vez manipulador, se aprovechó de la nobleza de los niños y jóvenes, se diría que para provecho de la Iglesia y del suyo propio. El coprotagonista es Thomas (Benjamín Vicuña cuando es adulto), quien vive atormentado por lo que le sucedió, y estaría dispuesto, aunque tardíamente, a denunciarlo. Pero El bosque de Karadima no es un filme de denuncia: no precisamente hace centro en la acusación. El director Matías Lira opta por el drama de Thomas, las casi increíbles -si no fueran ciertas- decisiones que toman los personajes y la inteligencia del cura para embrollar a Thomas, hacerlo sentir culpable y, de nuevo, sacar ventaja de las dudas del joven. A la manera de El crimen del padre Amaro, con Gael García Bernal, El bosque... busca ante todo el escándalo. Las escenas de masturbación, felación y violación que le practican a -y en algunos casos, practica- Thomas seguramente es de lo que los chilenos hablaron al salir del cine, más que del contenido del filme. Hay, claro está, una crítica al comportamiento de la institución eclesiástica que encubre al párroco que se sabe poderoso entre los suyos y se siente, sin comillas, intocable. Pero hay mucho de caricatura en la presentación de Karadima, de la madre de Thomas y de Amparito, su novia, y así se desanda el metraje sin mayor interés que el de saber si finalmente hará o no la denuncia pertinente. Como dijimos, el filme se basa en un hecho real, que conmovió a la comunidad chilena, que por lo tanto conoce qué sucedió. De este lado de la cordillera, no tanto, y es más lo que resta interés la manera en que se encauza, se orienta, el relato que el tema en sí mismo. Vicuña luce menos creíble que en otras ocasiones -en La celebración, en teatro, tenía mayores oportunidades de lucimiento en un rol también muy dramático-, y Luis Gnecco logra con buenas armas hacerle sentir al espectador, tras esos primeros momentos caricaturescos, que ese monstruo imprevisible que interpreta puede ser real y acechar en cualquier momento.
Madre, ¿hay una sola? Un filme de horror con pocos personajes, mamá, dos gemelos, una casa alejada y una trama macabra. Muy macabra. Una de las mejores cosas que ofrece el cine de horror, el que realmente logra ingresarnos en una historia y sentir verdadero miedo, es hacernos partícipes, aunque desde una lejana butaca. Pero vean Goodnight Mommy y sentirán que la pesadilla que se vive dentro de esa casa cerca de un lago es asfixiante. Agobia. Es, casi, eterna. Los elementos con que cuentan los austríacos Severin Fiala y Veronika Franz son los justos. Pocos personajes, pero bien relacionados, una casa moderna, pero alejada y una trama macabra. Pero bien macabra. Los gemelos Lukas y Elias (Lukas y Elias Schwarz) aguardan en su nueva casa a que llegue su madre (Susanne Wuest), luego de una operación a la que la sometieron por cuestiones estéticas. Así que mamá llega con el rostro vendado. El clima se va enrareciendo, al igual que las relaciones entre los hermanos, pero más que nada con la progenitora. Los hermanos, de 9 años, comienzan a desconfiar de su madre. Primero, de sus actitudes. Luego, están convencidos de que se trata de una impostora. ¿Quién está más indefenso, allí, en medio de un paraje paradisíaco? ¿Y a quién acudir si se trata de sobrevivir, en lucha entre conocidos? Las vueltas de tuercas maléficas, que por supuesto no adelantaremos, hace pensar que los personajes de Michael Haneke son como pequeños monstruitos al lado de lo que se ve aquí. A los realizadores les basta con contraponer las duras reglas que desea imponer la madre (que, con las vendas, parece más momia que mamá) para comenzar a desatar un infierno. Confianza, solidaridad, temor y amor, de todo hay entre esas cuatro paredes y los ventanales limpios. Por ahora. El tema del doble, tan querido en lo concerniente al género de horror, está muy presente y no sólo porque los protagonistas sean gemelos. Hay máscaras, y rostros que se ocultan, el de mamá y el de los niños. Hay una relación simbiótica y hasta tal vez perversa entre los hermanos, que a Brian De Palma y a David Cronenberg los haría poner colorados. Y hay una cuota de sadismo. Es el siglo XXI, en fin. Hacer cine de autor con el terror no es para cualquiera. Kubrick lo logró con El resplandor, y aunque la pareja detrás de Goodnight Mommy no está a la altura del realizador de La naranja mecánica, imprimen su marca y se alejan de tanto morbo que circunda ensuciando más que elevando al género. Al estar prácticamente cercada la narración a la casa, el lago y el bosque, el trabajo de cámara e iluminación de Martin Gschlacht es fundamental. Logra contrastes agudos, sombras y oscuridad inquietantes, lo mismo que la edición. El guión pasa de imágenes casi bucólicas a otras de violencia extrema, y los sobresaltos son bien llevados. Nada es porque sí. Una lección para aquéllos que dicen amar el género, que no deberían perderse esta película.
Hollywood, pan y circo Nueva comedia de los creadores de “Fargo”, sobre un productor que salva todos los problemas de las estrellas. Los hermanos Coen pueden hacer genialidades desde el cine negro (Sin lugar para los débiles, Fargo, Simplemente sangre), joyas como Barton Fink, El hombre que nunca estuvo y Balada de un hombre común, y… comedias. Entre ellas, con algo de El gran Lebowski y no mucho de Quémese después de leerse, hay que incluir a ¡Salve César!, a la que por momentos cuesta comprender el grado de disparidad, no ya de disparate, en su narración. El protagonista no es George Clooney, que interpreta a un actor sin muchas luces al que un grupo de guionistas comunistas secuestran por 1951, sino un productor que se encarga de remendar, arreglar conflictos internos de las estrellas del estudio ficticio Capitol, por 1951. Lo primero que le oímos a Eddie Mannix es “Bendígame padre, porque he pecado”. Ferviente católico su visita al confesionario es diaria. Pero los pecados de Mannix son mínimos si se comparan con los descalabros que las estrellas realizan y que ya dijimos, el personaje de Josh Brolin (Sin lugar...) debe resolver. Entre ellos está el de rescatar a Baird Whitlock, protagonista de un filme bíblico precisamente titulado Hail, César!, pero que esconde más de un secreto. Y hay otras figuras que actúan como reflejos y referentes de íconos como los personajes de Scarlett Johansson (estrella de acrobacias en el agua como Esther Willimas), inconvenientemente embarazada, sin padre conocido, un bailarín de tap (Channing Tatum, que lleva a pensar en Gene Kelly) y decididamente el más logrado y gracioso, el cowboy que interpreta Alden Ehrenreich como si fuese Roy Rogers, y a quien están empecinados en moldear como actor de drama. Hay mucho del mundillo interno de cómo se trabaja(ba) en los estudios de Hollywood, con periodistas de chismes (las gemelas que interpreta Tilda Swinton remiten a los censores gemelos de Buenos días, Vietnam: ¡son todos iguales!) y un sinfín de mentiras en un mundo de frivolidad. Lo antedicho: hay momentos en que la película parece perder el rumbo, o no seguir una línea clara. Por suerte, allí aparecen Brolin o Clooney, que para los Coen evidentemente es un payaso, como demostró en ¿Dónde estás, hermano? y El amor cuesta caro, ¿se acuerdan?
Una entre ladrones Hay tensión, hay intriga y como gancho adicional están Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri. Ya parece que se está transformando es un género dentro del cine argentino. Es el thriller, pero protagonizado por ladrones. Con 100 años de perdón aún en cartel, Al final del túnel también es una coproducción con España, también tiene algún personaje español, y también tratan de robar cajas de seguridad de una entidad bancaria. Los ladrones también lo hacen por órdenes ajenas -y corruptas- que le indican cuál deben violentar. Pero antes que los ladrones, banda que comanda Pablo Echarri, está Joaquín. Leonardo Sbaraglia se la pasa toda la proyección en una silla de ruedas, o arrastrándose por distintos suelos. Ha tenido un accidente automovilístico, y no sale de su casa. Va yendo de la cama al living, y del living al sótano. Desde allí escucha ruidos, y descubre que Galeretto (Echarri) y los suyos están construyendo el túnel del título para llegar a la bóveda de un banco. Todo se complica cuando llega Berta (Clara Lago, de Ocho apellidos vascos, sin acento madrileño) con su hijita, que no habla, pidiéndole ver la pieza en la terraza que Joaquín alquila para mantenerse. El juego de relaciones entrará en carrera, con mentiras y desconfianzas que hacen a la trama y al interés que despierta el thriller, y que no conviene adelantar aquí. Rodrigo Grande contó con una producción importante, que se nota más allá de que las acciones transcurran prácticamente en pocos ambientes y cerrados -la casa de Joaquín, la construcción de al lado donde excavan el túnel- y se nota en la iluminación del Chango Monti. Y, claro, en la contratación el elenco. Con Sbaraglia como protagonista y Echarri, antagonista inescrupuloso, pérfido, cínico y sin un rasgo de bondad humana, el director de Cuestión de principios vuelve a contar con estrellas y a esbozar y desarrollar cuestiones éticas, como si se puede robar a un ladrón, o de más peso que, insistimos, no vamos a develar. Y dentro de las combinaciones del casting, está Walter Donado (Canario), que había compartido el feroz episodio de Relatos salvajes con Sbaraglia. Hay algunas cuestiones del guión que, por el género, no ayudan a la credibilidad, porque el espectador se plantea y replantea cada situación. Como que es beneficioso que Joaquín tenga su taller de reparaciones allí en el sótano, en fin, conveniencias para un relato cuyo ritmo y agobio se sostiene durante casi dos horas.
Ser madres hoy Historias entrelazadas por el Día de la madre, la comedia tiene a Jennifer Aniston y Julia Roberts como puntales. Garry Marshall, a los 81 años y con 55 transitando en el medio, es un especialista en las comedias románticas con toques dramáticos. Saltan en el recuerdo Mujer bonita, El diario de la princesa, y especialmente Año nuevo y Día de los enamorados, que eran también películas corales, como Enredadas, que tiene menos personajes, pero cuenta con el mismo ritmo zumbón. Enredadas es un entrecruce de historias, con la excusa del Día de la madre englobándolas. Hay madres e hijas e hijos, y padres, parejas ensambladas, parejas de un mismo sexo, parejas de diferentes credos, parejas divorciadas y un viudo. Como para que no haya espectador que quede excluido desde la platea. La historia troncal sería la de Sandy (Jennifer Aniston), separada madre de dos hijos, a quien le cae la sorpresa de que su ex le pide compartir del Día de la madre, ya que, otra bomba, se acaba de casar con una joven con la que quiere viajar a París... cuando con ella estuvieron doce años planeando el viaje sin resultados. Sandy es amiga de Jesse (Kate Hudson), que no se habla con su madre desde hace años, que en secreto se casó con un hindú y tuvo un hijo, y cuya hermana vive en la casa de al lado con su mujer y un hijo que ella adaptó como propio. Y como el mundo es un pañuelo, Sandy también se encontrará con Miranda (Julia Roberts), exitosa conductora de venta de artículos por TV, que no sabe que es madre de otro de los personajes que surcan por la pantalla en vuelo rasante y con un viudo con dos hijos (Jason Sudeikis). Si el problema con este tipo de comedias es que no se llegue a profundizar ninguna de las tramas, Marshall lo salva con ahínco. Hay mucho diálogo, y sin tener un medidor a mano es fácil contabilizar un gag y medio por conversación entre dos o más personajes. Aniston, por suerte, esta vez se aleja del prototipo de comehombres o guasa que venía eligiendo en la pantalla, y logra que Sandy sea un personaje querible, entrador y sobre todo, comprador. Roberts tiene el papel si se quiere más dramático, y está acompañada así como en un guiño por Héctor Elizondo como su manager, que aparecía sólo diez minutos como el conserje del hotel en Beverly Hills de Mujer bonita, que había dirigido quién otro que Marshall. El guión, escrito no a dos ni a cuatro sino a ocho manos, hasta por momentos presenta distintos tipos de humor -de enredos, farsa, más gráfico o directo, slapstick o físico- de acuerdo al personaje. Es una comedia para ir a cine en pareja, en cualquiera de los formatos o apariencias antedichas más arriba.