A los genios nadie los entiende Ben Affleck compone a un hombre con autismo en este drama y thriller, con acción, suspenso y mensaje. Los que sostienen que Ben Affleck es un actor de un solo gesto, que no sabe cómo demostrar emoción genuina, encontrarán en El contador a un Affleck al 100% de sus habilidades actorales. El nuevo Batman es Christian Wolff, un hombre con autismo, que tiene el síndrome de Asperger, un savant como el Rain Man de Dustin Hoffman, un personaje que no sabe cómo mostrar sus sentimientos. Que no puede, aunque quiera, sociabilizar. Así que quienes defenestran al actor de Perdida, aquí no les quedará otra que admitir qué bien que compone a Wolff, hijo de un militar que lo ha entrenado desde niño para evitar que los pasen por encima, que se aprovechen de su enfermedad. Christian tiene un hermano mayor, y una madre que abandonará el hogar cuando no se pongan de acuerdo en el tratamiento a Christian. Ya mayor, es un genio de las matemáticas, un contador, sí, que oculta los pagos en cuadros de Renoir o Pollock que recibe de sus clientes. ¿Quiénes? Mafiosos y del cartel de la droga, a los que les hace los numeritos (bueno, también a los granjeros pobres de Illinois) y les lava dinero (no, los granjeros no lo necesitan). Todo marchaba más o menos bien para Christian dentro de su rutinaria y solitaria vida -no siente culpa de lo que hace, porque no puede advertirlo; hay ahí una vuelta de rosca interesante-, hasta que toma un cliente “legítimo”. Una compañía, regenteada por John Lithgow, que se dedica a crear prótesis robóticas, y que va a cotizar en la Bolsa. Otra contadora (Anna Kendrick, siempre de segundona) descubrió un desvío, pero Christian irá mucho más lejos con su investigación. Y lo perseguirán de todos lados. Loa malos, y los del Departamento del Tesoro, con J.K. Simmons a la cabeza, que está tras de él vaya uno a saber por qué. El thriller de Gavin O’Connor se toma en serio explicar el autismo. Allí el filme se corre del género y se convierte en drama. Y si bien muchos tópicos son acertados y hasta sirven para instruir a quienes no conocen la enfermedad, el contexto general es el de la acción, las piñas, los balazos y los asesinatos, hay una crítica a la sociedad fría, calculadora y exitista, movida por intereses económicos, pero la enfermedad termina como telón de fondo. El contador no es Rain Man, ni Affleck es Hoffman. Pero la película se sigue con interés manifiesto de que no es sólo una que amontona escenas de peleas y cadáveres. Depende cómo se lo mire, puede ser un soplo de aire fresco en el género.
La felicidad no está dibujada En uno mismo hay que buscar la felicidad, ése es el mensaje de esta comedia bien pop. Colorida, entretenida, con guiño a clásicos del pop y del cine para niños, Trolls tiene todo para ser el exitazo que seguramente será, porque tiene gancho para atrapar a los más pequeños y también a los adultos. Los Trolls son unas pequeñas criaturas de larga cabellera, que tienen costumbres saludables, como cantar, bailar y abrazarse cada hora. El que no comparte nada de todo esto es el huraño, paranoico y pesimista Ramón, que en vez de ser de color brillante es… gris. Ramón teme que los Bertenos, antiguos y tristes enemigos de los Trolls, descubran dónde viven. Es que los Bertenos creen que el único camino que conduce a la felicidad consiste en comerse un Troll. Una chef despechada los descubrirá, se llevará a nueve amiguitos de la protagonista Poppy, siempre optimista, despreocupada y con una canción a flor de labios, y será ella, más Ramón, claro, quienes irán al rescate. La película está estructurada con canciones a lo Shrek, Happy Feet y siguen los nuevos clásicos musicales, con personajes que remiten a tantas otras películas infantiles, desde que los personajes se parecen y viven en una comunidad como Los Pitufos, Ramón es un ogro -sin serlo- como Shrek, hay quien se atraganta comiendo como el gordito de Charlie y la fábrica de chocolates, etc, etc, etc. Parece que armaron un resumen Leru de la animación. No es la primera película en que lo hacen, ni será la última. ¿Dónde funciona bien Trolls? En la típica confrontación/ dinámica entre Poppy y Ramón (dos a quererse), en la aparición de una mucama enamorada del príncipe que heredó el trono de los Bertenos, en la aceptación de lo diferente, en que la felicidad está en nosotros y hay que saber cómo sacarla afuera y -habrá que decirlo- en las canciones. Hay clásicos pop de todas las épocas y nuevos hits debidos a Justin Timberlake (el imbatible Can’t Stop the Feeling!, con Timberlake, que le presta la voz a Ramón o Branch, en el original, más una conmovedora versión de True Colors, de Cyndi Lauper, más Hello, de Lionel Richie, y The Sound of Silence, de Simon y Garfunkel. Y la animación ofrece particularidades que se observan mejor en las proyecciones en 3D. Verán que cuando hay muchos Trolls, parece que algunos son... como transparentes. Si no van con niños pequeños, véanla en la versión sin doblaje. No porque estén mal las voces, pero que mejor que escuchar clásicos revisitados en su idioma original.
Absurdo, misterio y humor La combinación de lo disparatado con asesinatos, y un elenco de estrellas que brilla redondean el nuevo filme de Bruno Dumont. Una extrañeza es La bahía, la nueva película de Bruno Dumont, el director de La vida de Jesús y La humanidad, que siempre estuvo atento a abordar temas espirituales y reflexionar sobre el hombre que al humor absurdo que plantea su filme, que compitió en la última edición del Festival de Cannes. Dumont viene de realizar para la televisión una corta miniserie (P'tit Quinquin), en la que se puede hallar el germen que brota en La bahía. Aquella era una historia de misterio y crimen, en la costa norte de Francia, algo que se reitera aquí, pero por primera vez cuenta con un elenco de estrellas (Juliette Binoche, Fabrice Luchini, Valeria Bruni Tedeschi), que confrontan y se amalgama con no actores o actores no profesionales, como les guste decir. Los primeros integran una familia aristocrática venida a menos, a comienzos del siglo pasado, que va a veranear allí, donde otra familia de pescadores sobrevive como puede. Hay una enigmática desaparición de hombres y mujeres en el lugar, y estos últimos presumiblemente algo tienen que ver con el asunto. Y hay un enredo romántico entre un hijo de los pescadores (Ma loute) y la hija a la que la madre (Binoche) viste de hombre. Dumont les suma un par de detectives que visten, caminan y se mueven como Laurel y Hardy (el gordo, cuando va a la playa, directamente rueda hacia la orilla desde las dunas) y son bastante inoperantes, y Luchini directamente parece un dibujito animado. Lo dicho: entre la desfachatez, el cambio de género, la comicidad, el slapstick y el tono absurdo se desarrolla la película, que cuestiona a unos y a otros, por más que el espectador se ponga más a favor de un bando que del otro. Por que en definitiva, todos los personajes de Dumont están movidos por pulsiones. Y es lo que vale.
Hay que lidiar con los espíritus Precuela del éxito de 2014, retoma a la familia Zander 50 años antes, con el ingreso del jueguito a la casa. Otra precuela llega a las pantallas, a partir del éxito de un filme de terror, pero si el dicho asegura que segundas partes nunca fueron buenas, ésta que se filmó después, pero en el tiempo es previa, es mejor que la que le dio razón de ser. Todo transcurre 50 años antes de la soporífera Ouija (2014), en Los Angeles. Si no saben nada de Paulina Zander, ni de Doris, no importa. Ahora Alice (Elizabeth Reaser, la mamá adoptiva de Edward en la saga Crepúsculo) y sus hijas Paulina (Annalise Basso) y Doris (interpretada por Lulu Wilson, cuando en la peli de hace dos años el personaje de misma edad era encarnado por otra actriz) se hacen unos dólares asegurando a ingenuos que la mamá puede contactar el espíritu de los muertos. Todo es falso, y en el engaño participan las tres. Por suerte en 1967 no había celulares, ni camaritas de video ni redes sociales, todo lo que se vuelve casi imprescindible, parece, en los filmes hollywoodenses de terror que transcurren en el presente. Aquí en Ouija: El origen del mal hay menos elementos que distraigan la atención de lo que debería ser central: cómo la pequeña Doris se relaciona, a través del tablero del jueguito que popularizaría Hasbro, que compró mamá (¿para profesionalizarse?) con un espíritu. O con más de uno. ¿Será el del padre que murió en un accidente? Nah. Como en El conjuro 2, hay una madre sola, con criaturas, lidiando con un espíritu en una casa de dos pisos y sótano, pero sin la ayuda de los Warren. Ni del director James Wan. Pero Mike Flanagan, director de Somnia, antes de despertar, estrenada en mayo, se dedica a construir y mostrar los vínculos entre la madre y sus hijas, y los cambios en Doris son paulatinos y no abruptos. Claro que nada puede ser perfecto y entonces hará irrupción el exorcismo (con Henry Thomas, Elliott de ET), espíritus vengativos y más clisés. Pero la construcción es buena, y los sustos también. Si hay secuela, que sea de ésta. Aunque nada, ni el tablero de Ouija, garantiza nada.
¿Qué bicho te picó? Cumple: ofrece al espectador por lo que pagó su entrada, buenos sustos y acabado entretenimiento. Las epidemias se llevan muy bien con el género del terror en el cine. Y si se le suma el encierro en el que tienen que (con)vivir los protagonistas se puede generar tensión, suspenso. En fin, que desde la pantalla le ofrezcan al espectador por lo que ha pagado su entrada: unos buenos sustos y un acabado entretenimiento. Eso es Viral, una película de bajo presupuesto debida a Henry Joost y Ariel Schulman, la dupla de realizadores de las dos últimas Actividad paranormal y la reciente Nerve: Un juego sin reglas. No es el fin del mundo, pero casi. Dos hermanas adolescentes quedan en su casa aisladas del resto cuando se decreta una cuarentena, a partir de la aparición de un virus originado aparentemente por un gusano. Su padre, profesor, las podría ayudar, pero está en la otra punta de la ciudad. Hay problemas familiares (los padres están por o se han separado) y este dato podría pasar desapercibido. Pero Emma y Stacey, además de adolescentes, tienen como personajes carnadura. Esto, claro, en sentido literal, les viene bárbaro a los infectados, pero cuando el gusanito se instale entre ellas... Habrá que ver en quién confiar. O no. A kilómetros de distancia del cine trash o gore que no hace más que exhibir tripas a diestra y siniestra, en tres dimensiones o con bajo presupuesto, Viral está estructurada como película de genero, pero también como un drama. No hay violencia ni hectolitros de sangre per se. Tiene una trama -lo cual ya es mucho entre los títulos que se suman semana a semana- y protagonizada por veinteañeras que pasan por adolescentes (Sofia Black-D’Elia -Tirzah en la nueva Ben-Hur- y Analeigh Tipton- Loco y estúpido amor, una estrella en ascenso-) hay algo que lleva a creerles lo que les pasa. Llámese empatía o como quieran, pero estas hermanas hacen sufrir con todas las de la ley. Y con las otras armas también.
Haz lo que yo digo... No es un cuento moral, pero incomoda siendo una crítica a un sistema y a la corrupción. Gran filme. Tal vez porque la dupla detrás de cámara provenga del cortometraje, esta opera prima -que formará parte de una trilogía- tiene los tiempos cinematográficos precisos. Ninguna escena está estirada, no hay regodeos de cámara o de puesta en escena. Es, se diría, justa. Es cine social, al estilo de los Dardenne o Ken Loach, y tiene muchos puntos de contacto precisamente con Dos días, una noche, de los hermanos belgas, ya que la protagonista pasa unas 24 horas en las que debe resolver múltiples problemas, que se van sumando y suman encrucijadas morales, rabias incontenidas y persistencia ante la(s) adversidad(es). Nadezhda (Margita Gosheva) es profesora de inglés en una secundaria de un pequeño pueblo búlgaro. Podría ser de cualquier otro lugar de Europa del Este, o hasta de nuestro país. Como buena instructora, además de la lengua extranjera desea enseñar principios y el bien entre su alumnado: quiere dar una lección a partir de un pequeño robo de dinero en su aula. El ladrón no aparece, y ella apuesta a la moral de los adolescentes. Pero... Pero Nade verá cómo su estantería está a punto de venírsele abajo cuando se entere del embargo de su casa, que comparte con su hijita y su marido ex alcohólico, que mantiene una deuda de la que su mujer acaba de enterarse. Con el pulso del nuevo cine rumano -cámara en mano siguiendo a los personajes, planos cortos, tono seco, iluminación y escenarios naturales, como una vuelta sobre el cine de los Dardenne-, La lección no es un cuento moral. Pero incomoda, y mucho. Un ritmo más lento se apodera de la primera mitad, para luego, cuando los conflictos se agregan a velocidad crucero, generar ese estado de corte de respiración al espectador. Acorralada, Nade está lejos de ser una heroína, pero menos todavía de convertirse en una mártir. La película es una crítica al sistema, a la explotación, a la corrupción y a la usura. Las escenas con el prestamista que extorsiona a la protagonista está hecha para crispar los nervios, casi desde la nada. Grozeva y Valchanov son dos apellidos para seguir de cerca, sigan o no rodando en su país sin apoyo estatal, como fue el caso de La lección. Hay ideas, y aquí fue más que suficiente.
Pide al tiempo que vuelva El universo oscuro de Tim Burton, en su esplendor en este filme de aventuras para adultos con alma de niño. Si bien es un error común caer en decir que las películas de Tim Burton son para un público de niños, Miss Peregrine y los niños peculiares encaja y se nutre de una novela para jóvenes adultos, como está de moda definir a los adolescentes crecidos y adultos con alma de chico. Precisamente un adolescente (un crecido Asa Butterfield, de La invención de Hugo) viaja en el tiempo hasta la Segunda Guerra Mundial, y halla en una escuela inglesa para chicos diferentes (una levita porque es más liviana que el aire; otro es invisible; una tercera crea fuego, y así) la respuesta a un misterio que le dejó su abuelo en Florida, que acaba de fallecer en circunstancias por lo menos curiosas, horrendas e inexplicables: le faltan los ojos. Los fans de Burton ya pueden frotarse las palmas de las manos, porque hacía mucho tiempo que el director de La leyenda del Jinete sin cabeza no plasmaba y lograba en paralelo confeccionar una historia y unas imágenes tan bien diseñadas y coherentes dentro de su universo. No vale la pena contar qué cosas suceden a Jake en esa mansión derruida en el presente y espléndida en 1945, porque es mejor que el lector y probable espectador las vaya descubriendo por sí mismo. A excepción de El planeta de los simios, una película hecha por encargo y en la que es difícil encontrar rasgos del universo burtoneano, las realizaciones del director de El Joven manos de tijera y Frankenweenie tienen un estilo reconocible. No sólo por el color y la dirección de arte, no es por la estética o la música en la mayoría de las oportunidades de su amigo Danny Elfman, sino por sus personajes. Parecen cortados por la misma tijera, son solitarios, con suerte encuentran el amor y se enfrentan a un universo entre desconocido, desconcertante y único. Burton ha combatido para que el mundo del cine moderno, lleno de CGI y efectos, no se deglutiera sus historias, esto es, su manera de entender el cine. En El planeta... no lo logró. Y en Miss Peregrine... corrió el riesgo, se ve, hasta donde pudo. En la última media hora, eso que fabrica Hollywood para llenar los ojos gana en la pantalla. Lo técnico cierne su sombra sobre el relato. Cada espectador sabrá, y querrá o no querrá ver lo que quiera, y entenderá si los recovecos que fue dejando abiertos Burton está bien resueltos o no. Inefable como siempre, hay metáforas tal vez innecesarias –los monstruos a los que hacía referencia el abuelo paternal (Terence Stamp) para hablar de la Polonia que dejó-. Burton nunca fue lo que se dice un eximio director de los actores que no cumplen un rol protagónico, y por eso Eva Green como la directora del Hogar para niños peculiares está fría y debía ser más cálida, Judi Dench pasa casi desapercibida y Samuel L. Jackson hace de Samuel L. Jackson. Queda(rían) dos libros más para llevar al cine de la trilogía de Ransom Riggs. La respuesta del público, en masa o en cuentagotas, determinará el futuro. Así estamos.
De dioses y mujeres Gran realización sobre novicias y monjas a quienes soldados rusos violaron en un pueblo polaco. El hecho de que Las inocentes está basada en hechos reales no hace más que acrecentar el interés por el relato. El ámbito es un convento de clausura, por diciembre de 1945 en un pueblo de Polonia. La Segunda Guerra ha terminado, pero allí las heridas, físicas y morales, no han curado. Siete hermanas, que han sido repetidamente violadas por soldados rusos, han quedado embarazadas. Hay posiciones encontradas, y luego se verá que no solamente en qué hacer en lo inmediato cuando se acerca la fecha de los partos, sino con el destino de los bebés. Pero lo que urge es la salud de las mujeres y de los próximos a nacer. Así es como entra en acción Mathilde (Lou de Laâge), médica francesa que ayuda en la Cruz Roja francesa allí en Polonia. La hermana María (Agata Buzek) es quien la contacta. El filme prácticamente no se mueve de ese ambiente entre opresivo e iluminado tenuemente. O al menos, es más atrapante todo lo que transcurre entre las paredes del monasterio que en el hospital, en la calle -donde los personajes se cruzan con niños que suponemos quedaron huérfanos tras el combate- o el bosque nevado que separa al convento del pueblo. Y también la estructura delimita las conversaciones que irán develando secretos, entre la médica, la hermana y la madre abadesa. Más que de acciones, es un filme de diálogos. Anne Fontaine, la ex actriz que ya como realizadora alguna vez escandalizó con Nathalie X y Madres perfectas, y directora de Coco antes de Chanel, muestra cómo las hermanas confían más en una (mujer) extranjera que en sus propias compatriotas. Saben, o mejor dicho sienten, que el secreto debe mantenerse por una cuestión de, digamos, dignidad. En esta coproducción francopolaca, Fontaine se muestra por suerte más sobria que en las realizaciones antes mencionadas, lo que incrementa y extiende el sentimiento de angustia de las hermanas. La película tiene puntos de contacto con dos realizaciones recientes. Una es Ida, también polaca, y ganadora del Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero en 2015 (donde actuaba Agata Kulesza, la intransigente madre abadesa aquí), y la otra es De dioses y hombres, de Xavier Beauvois. Los miedos, la rigidez y la búsqueda de soluciones a los conflictos que plantean las tres películas las enlazan de alguna manera, lo mismo que la delicadeza con que se abordan los temas de la fe y sus impensadas consecuencias.
Balas y piñas, por amor Jason Statham tiene el porte del moderno héroe de acción: pocas palabras y mucha acción. Los héroes de acción son así. Pelean con todas sus fuerzas, logran doblegar a más de un oponente y dan hasta lo que no tienen por amor, o por dinero. Los héroes de acción son así, desde siempre. Y el que diga serlo y no cumpla estos preceptos, que tire la primera bala. Athur Bishop creyó que podía dejar atrás su pasado criminal, pero no. En el filme original -que era remake de uno con Charles Bronson de los años ‘70. vuelta de tuerca mediante- Bishop era un personaje cosido a la medida de Jason Statham, su protagonista. Como su personaje en El transportador, Statham hablaba poco y pasaba a la acción. Y en esta secuela podría decirse que ocurre lo mismo, por lo que los fans del actor de Snatch: Cerdos y diamantes y Los indestructibles lo disfrutarán a sus anchas. La nueva trama tiene sus vueltas. Bishop está lo más tranquilo (lo más tranquilo que puede estar un asesino frío, al que dan por muerto) cuando se topa con Craine, un antiguo enemigo. Este elige chantajearlo: sino comete tres asesinatos que le encarga, develará que está vivo. La cosa se pondrá peor, porque por más que logre escapar, Bishop se enamorará en tierras de Asia de una chica humanitaria (Jessica Alba), que está al frente de una escuela para niños en Camboya. Y Craine encuentra en ella el anzuelo, la secuestra y entonces Bishop debe cumplir con lo que le pidió, o despedirse de la rubia. La película de Dennis Gansel -el director alemán de la controvertida La ola (2008)- está estructurada como en capítulos. El cine de acción también ya empieza a tener una estructura, a partir de escenas de peleas bien coreografiadas, que pueden meterse en cualquier momento del guión. No es nuevo, pero cuando funciona, el objetivo de entretener a los golpes, funciona. Hay una escena que recuerda a la de Tom Cruise en el Burj Khalifa en Misión: Imposible, Protocolo Fantasma. Y Statham interactúa con Tommy Lee Jones: usted elija si prefiere las que tiene con Alba.
Sólo se vive dos veces Dos internas que escapan de una institución psiquiátrica son una caja de sorpresas continua. De a poco, sin apuros, Paolo Virzi se está convirtiendo en un realizador que emerge de Italia y trasciende los ribetes de la comedia, que es eje central en Loca alegría. Con su anterior El capital humano había logrado más reconocimiento después de La prima cosa bella. Es un director a considerar, menos egocéntrico que Paolo Sorrentino y con la habilidad para los diálogos de, si se permite, un Nani Moretti. El afiche parece sugerir a muchos que estamos ante una nueva Thelma & Louise peninsular. Pero no, por más que dos mujeres sean las protagonistas, que se largan a la ruta, para escapar, sí, pero de una institución psiquiátrica. Entre ellas, hay un personaje principal, Beatrice Morandini Valdirana, una mujer que ha tenido una vida mucho mejor que la actual. Compulsivamente mentirosa -“loca dicen los informes médicos”, soltará-, es paciente en una institución, y se la pasa aprovechando cada situación que surja para sacar una ventaja. No se siente “loca”, simplemente vive en una fantasía eterna, en la que se siente cómoda haciéndose pasar por médica o lo que fuera. Proviene de una familia rica, pero -ella- cayó en desgracia. La acompaña en su aventura Donatella, una criatura mucho más compleja que Beatrice, de cuyo pasado nos iremos enterando por flashbacks, pero que la viene pasando mal desde hace mucho tiempo. Tal vez, demasiado. La construcción de la progresión del guión es de una exactitud casi milimétrica. Es cierto que ayuda que Beatrice sea impredecible, y Donatella, una caja de sorpresas. También, que quienes las encarnen tengan una entrega a la comedia y al drama sorprendentemente tan pareja. No es novedad que Valeria Bruni Tedeschi es toda una intérprete. Virzi ya la había dirigido, pero aquí saca lo mejor de la actriz de Un castillo en Italia y Actrices. Y Micaela Ramazzotti, esposa del director, sorprende constantemente. La vida no siempre es más grande que las películas. En el caso de Beatrice y Donatella, no se vive una sola vez, por suerte. Hay una segunda oportunidad cuando se cree en algo.