Todas las semanas tenemos en la cartelera alguna película de terror y es interesante notar que siempre tienen público, un público fiel, probablemente siempre los mismos espectadores. Cada tanto, alguna de estas películas rompe un poco la rutina: sucedió con la excelente El conjuro y ahora sucede con La bruja, recomendable -salvo que usted tema los sustos, claro- incluso para quienes desconfían del género. La película está situada a principios del siglo XVII cuando se organizaban las colonias de pioneros en los Estados Unidos, poco antes de los juicios de Salem y la quema de brujas. Una familia con un desacuerdo religioso es expulsada de una comunidad y se establece en los lindes de un bosque. La vida es providencial en parte, y en parte durísima. Más dura cuando la presencia ominosa, diabólica, empieza a mostrarse. Pero el film no opta por el efecto directo ni el susto a reglamento, sino por la construcción constante y pausada de lo sobrenatural, que se va combinando con las costumbres de los personajes. Es, al mismo tiempo, un reflejo histórico y un film de terror, narrado con una gran economía de recursos y donde el horror solo aparece cuando es estrictamente necesario. Muchas de sus secuencias son perturbadoras por el grado de extrañeza, de incongruencia con la experiencia cotidiana. Y el miedo crece, y el suspenso es constante. El final, catártico y terrible, es además de lo más bello y perturbador en lo que va del año.
Un señor tiene un problema de dinero, y cree que en la casa de su abuelo hay escondido un tesoro que puede solucionarlo. Convence a un vecino para contratar a un buscador de metales y ver si allí está. Sutilmente, de manera aparentemente cansina, Porumboiu cuenta lo que sucedió en Rumania entre los nazis y la actualidad, especialmente en la era comunista. Y con humor sutil, con perfecto poder de observación, pasa de un retrato social a un (casi) cuento de hadas. De lo mejor del año.
La idea no es nada mala: contar cómo se convence un soldado romano de que la Resurrección es un hecho. Más interesante es que lo hace Kevin Reynolds, un realizador que conoce las herramientas del cine de aventuras clásico y aquí las utiliza, aún cuando el film no deja de ser bastante proselitista-religioso. La peor debilidad consiste en que Joseph Fiennes no es un actor demasiado atractivo. Pero el ritmo funciona, y es como esas viejas películas de tarde de Semana Santa, para nada aburridas.
Sí, bueno, los dos papás de los superhéroes se agarran a las piñas. Si espera la seriedad satírica de la extraordinaria novela gráfica El regreso del Caballero Oscuro, de Frank Miller, ya debe saber que no, que de eso solo está la pelea de los dos personajes más o menos como en la historieta, y no es el evento central de la película. Si espera la ligereza de Los Vengadores, donde se pelea con alegría y profesionalismo, no, tampoco: muy solemne. Se preguntará ¿Entonces es graciosa o solemne? La respuesta es simple: ni chicha, ni limonada. Ni recuperar el dejo de sátira del asunto “gente en ropa interior que vuela” ni ahondar en las complejidades psicológicas de un forastero en tierra extraña o de un vengador traumado desde niño. Mecánicamente, filmando de manera pésima la acción (pocas veces se entiende) Zack Snyder mezcla pedacitos de El regreso..., de La muerte de Superman, y de otros cientos de comic-books más o menos conocidos, no sin evitar, cada tanto, explicarnos qué pasa. Tal es la torpeza que, por ejemplo, incluye una secuencia de cinco minutos que parece ambientarse en el futuro y que “solo es un sueño” (aunque los fans y marketineros señalan que es un “nexo” con futuras películas). En fin, nada del otro mundo: una película ilustrativa que junta personajes conocidos como para que uno diga “mirá, ahí está Fulano”, con la solemnidad de un tostón decimonónico y la enjundia narrativa de un álbum de figuritas. Levanta un poquito la última media hora, pero considere un milagro recordar las dos anteriores.
Aunque desparejo -como sucede siempre con las películas que narran varias historias- y a veces un poco pegado al lugar común, este film es un interesante paseo por la manera como la tecnología digital ha cambiado nuestras vidas, disuelto ciertas barreras y empujado a nuevas ansiedades. Las historias que transcurren en varios lugares del mundo son una constelación que retrata no solo las posibilidades sino, sobre todo, los límites de la omnipresente Internet.
Una travesti sale de la cárcel y descubre que su proxeneta le ha sido infiel. Ok, quizás no le interese. Sumamos otra información: toda la película se realizó con un iPhone 5. Quizás ya no quiera más. Pues bien: Tangerine es uno de los mejores estrenos del año, es pura vivacidad, es un cuento de Navidad y tiene personajes que nos enamoran inmediatamente. La vida misma convertida en cuento (quizás de hadas y todo), un contrabando hermoso de ideas y ficciones a puro realismo. Si le gusta el cine, tiene que verla.
Las dos películas anteriores de esta serie mostraban una combinación notable de sátira y aventuras. Las dos cosas funcionaban muy bien en complemento; en la segunda, la inclusión del drama -el trágico origen de Poo- lograba también ensamblarse al resto sin oscurecer el tono. Aquí ese trabajo delicado sobre varios géneros se mantiene y permite que el gag y la acción peligrosa tengan igual fuerza, aunque no deja de existir cierta pereza, la de recostarse en lo ya probado y conocido. Poo esta vez conoce a su padre, conoce el mundo del cual procede y debe organizar su defensa, lo que lleva nuevamente el asunto al campo de la épica satírica. Y otra vez, incluso en las secuencias más duras, aparece el gag como punto de equilibrio. Técnicamente impecable, con varias invenciones notables, trabaja su moraleja -siempre que hay animales hay fábula, a veces desgraciadamente- sin subrayarla y permitiendo que el esplendor visual y, sobre todo, los personajes (¿a quién le importa la acción si no hay empatía con las criaturas de un film?) sean el verdadero núcleo de la película.
Las cosas son así: él es un actor famoso; ella, una actriz desconocida. Ella se enamora durante un rodaje, se casan y, como suele suceder, recién ahí se conocen. Ella se da cuenta de que él no es lo que parece; y él, para recuperarla, empieza a fingir ser lo que ella desea. Hasta aquí, lo que seguramente sabe. Después, el asunto se invierte y es ella la que toma las riendas del asunto (no, eso lo ve en el cine). Este film argentino “grande”, el primer “tanque” nacional del año, tiene todo lo que una película “de Adrián Suar” (actor, sí, pero sobre todo productor) suele tener: la búsqueda de una narrativa de tradición hollywoodense (eso está bien), el lenguaje llano argentino -más bien porteño- y las frases cómicas. Pero hay algo de apresuramiento, de cosa sin terminar que deja situaciones flotando e irresueltas. En medio de todo esto, el film se sostiene en dos elementos: la química entre los protagonistas (que ya funcionaba bien en Un novio para mi mujer) y Valeria Bertuccelli. Bertuccelli es la gran comediante que no teníamos y tiene derecho a ser considerada una estrella. Sea al lado de Suar, de Daniel Hendler, de Graciela Borges o trabajando en el extraño mundo de Martín Rejtman, siempre “engrana”, siempre comprende el juego que está jugando sin fallar una sola vez. Aunque Suar está simpático, es Bertuccelli la que pone la pimienta y el picante en este plato de comedia romántica y lo que permite tolerar algunos lugares comunes más bien molestos.
La historia de Bobby Fischer, ese genio del ajedrez que pasó de ser un anticomunista absoluto a un perseguido por el Estado norteamericano, debería ser contada íntegra. Aquí aparece algo, pero el núcleo son sus duelos en Islandia contra Boris Spassky. Lo interesante, quizás un poco disuelto por el diseño de producción, es la relación entre eso inasible que llamamos “genio” y la locura, algo que no fue ajeno para Fischer. Tobey Maguire realmente transmite las emociones del personaje con justeza.
Este film narra el encuentro, en un contexto totalmente ajeno al origen del drama, de una mujer que ha sido torturada con su torturador. Él ahora es taxista, antes reprimió con saña a Sendero Luminoso en Perú. Ella es su víctima. El resultado es de una gran tensión, aunque en algunos momentos el tema y la política superficial deslucen lo que, de otro modo, sería un drama más general y complejo. Las actuaciones llevan la mejor parte de la película.