Alguna vez iba a pasar: Pixar realizó una película mala. Es cierto que las Cars -en especial la segunda- no son demasiado brillantes, pero al menos tratan de divertir en lugar de dejar una enseñanza grabada a fuego. El asunto de la moraleja siempre fue lo que menos importó en Pixar hasta ahora: Intensa-Mente es una gran moraleja explicada una y otra vez. Cuenta la crisis de una nena de once años que se muda del campo a la ciudad desde el punto de vista de sus emociones básicas, personificadas por cinco seres que viven en su cerebro y que constituyen su mente. Dejemos de lado las neurociencias porque, si bien aparecen términos de esa disciplina salpicados por ahí, es lo de menos: la idea es que crecer es duro y que la felicidad de la infancia alguna vez se topa con la tristeza. Sí, puro perogrullo. También que madurar implica que las emociones no sean puras y que un recuerdo pueda ser al mismo tiempo alegre y triste. En fin, esas cosas que todos sabemos la película trata de ponerlas en la pantalla como aventuras. Pero resulta que todo es pura alegoría: la protagonista no corre, por ejemplo, ningún peligro. En el peor de los casos, se amargará y en algún momento se estabilizará. El problema de la alegoría es ese: sabemos que la “aventura” que se nos muestra no es tal, y lo sabemos todo el tiempo. Por eso es que el film aburre. ¿Ratatouille, Toy Story, Los Increíbles, Monsters Inc.? Borrados de la memoria.
Y aquí otro film que es “más que argentino”. La historia de una calle de Bruselas donde viven muchos pianistas célebres, desde Martha Argerich hasta la protagonista del film, una joven prodigio heredera de una dinastía. La película es de una ternura y una calidad notables, refleja un mundo único y permite al espectador sumergirse en la creación artística y sus bellezas, además de plantear preguntas y sugerir respuestas. Otro imperdible.
Este film argentino es mucho más que “argentino” en dos sentidos. Primero, cuenta varias historias entrelazadas que trabajan sobre la experiencia del nuevo inmigrante en nuestro país: coreanos, bolivianos y taiwaneses, que tienen como escenario común ese mundo concentrado de La Salada. Lo argentino aparece entonces como contexto. Pero también como una experiencia universal, la de la migración constante y el desarraigo en un mundo cada vez más igual en todas partes. Uno de los títulos nacionales imperdibles del año.
No es fàcil tomar el legado de una de las series cinematográficas más exitosas de las últimas -ya- tres décadas y darle forma a una aventura nueva, y sin embargo este Jurassic World logra hacerlo con armas nobles. Aunque el realizador se llama Colin Trevorrow, el director aquí sigue siendo Steven Spielberg y se nota. La historia es simplemente la inflación de la primera película: por fin se ha podido construir el parque temático, su encargada (una bellísima y perfecta en timing Bryce Dallas- Howard) recibe de visita a sus dos sobrinos, dos chicos de once y diecisiete años cuyos padres se están divorciando. En el parque han creado genéticamente un nuevo dinosaurio demasiado terrible que se escapa: el encargado de encontrarlo y evitar una masacre en la zona de visitantes es un domador de dinosaurios (Chris Pratt, un poco más “duro” que en la genial Guardianes de la Galaxia). Y hay además un villano que quiere usar a los bichos como armas (el siempre perfecto Vincent D'Onofrio). Todo esto es excusa: lo que importa es que estamos dentro de la acción y somos parte de la puesta en escena, que son nuestras emociones físicas las que “llenan” a su vez de emoción la pantalla. Por otro lado, la idea de que ya no hay nada que escape a la lógica del dinero (ni la mejor ciencia) se combina perfectamente, sin alegorías, con el salvaje triunfo de estos resucitados del Jurásico. Un parque temático concentrado en pantalla.
Quienes recuerdan el debut del modelaje al cine de Juliette Binoche en aquella “Mala sangre” de los 80 saben que siempre llenó la pantalla, que nació para ello. Lo sabe también uno de los más importantes realizadores franceses, Olivier Assayas, que tiene habilidad para el melodrama, el cine de género y la mirada sobre el propio cine desde una perspectiva humana. Justamente el film narra cómo una actriz madura cercana al retiro (Binoche) reacciona cuando el rol que la llevó a la fama se vuelve el trampolín para una joven estrella (la excelente Chlöe Grace Moretz). Hay un tema interesante además de la consabida reflexión sobre el paso del tiempo: si las criaturas que crea un actor le pertenecen o tienen una vida autónoma. Sostenido en un tono que recuerda a “La malvada”, es también un soberbio retrato femenino, de esos que escasean en el cine cotidiano.
Quizás no lo sepa, pero Naruto es una de las mayores estrellas del manga y el animé japoneses. Este largometraje tiene la ventaja de ser realmente una película “para cine”, y la desventaja de olvidar que quizás no todo el público conoce la mitología y el universo del personaje. A pesar de ello, tiene algunos muy buenos momentos de acción y un diseño que no carece de cierta belleza.
Basada en el best-seller local de Cielo Latini, la historia de una adolescente obsesionada con un hombre mayor que ella y que cae en la anorexia tiene los condimentos del buen thriller y un par de actores que cumple con esas ideas. También tiene un mensaje, lo que en lugar de jugarle a favor termina lastrando el resultado final, así como el peso que a veces las palabras tienen en el desarrollo de la trama (aunque dado el material de origen, tal cosa haya sido casi inevitable).
Neil Blomkamp es un realizador que ha encontrado su negocio. Se trata de hacer películas de ciencia ficción que sean alegorías de “los grandes problemas del presente”, y que eso se note todo el tiempo. Satirizó el Apartheid en su largo debut, Sector 9; después fue a por las diferencias entre ricos y pobres (y otras muchas cosas) en Elysium. En ambos casos el espectáculo (cuando estaba bien filmado, aclaremos) conspiraba contra la intención mensajística del señor Blomkamp. Aquí estamos en la historia de un robot con alma humana, creado como arma pero buenazo (¿Alguien recuerda Corto Circuito o estamos hablando de la prehistoria?). Y tiene amigos y quiere ser feliz y lo buscan para que haga aquello para lo que fue diseñado, oh, malvados del mundo. Porque Chappie es un nene, en el fondo. O sea, “una película sobre la inocencia y cómo es pervertida por los poderes económicos inescrupulosos de este mundo”. O sea, una publicidad de ONG larga y carísima que tiene poco y nada que ver con el cine.
Era difícil encontrar una actriz cómica. Comediantes, incluso buenas, hay muchas, pero actrices comicas, la verdad, no. Pero tenemos a Melissa McCarty, por suerte. Spy es la historia de una mujer que trabaja en la CIA como analista y que tiene muy poco de heroína de acción. Por esas cosas medio absurdas de las tramas de espionaje y acción, es obligada a dejar la pantalla de su PC y transformarse en agente de campo, algo para lo que ser una señora obesa no ayuda demasiado. Primer gran acierto de McCarty: ya se ha burlado de su cuerpo y no concentra toda las posibilidades cómicas en eso. El asunto es reírse de ser mujer en un mundo de hombres, y para ello ayuda hasta la villana de la película (la gran Rose Byrne). Aquí hay acción y hay comicidad, pero también, como en las anteriores películas de Paul Feig -Damas en guerra y Chicas armadas y peligrosas, ambas también con McCarty- una mirada ecuánime y libre de prejuicios sobre las diferencias de género. Léase “género” tanto en el sentido sexual del término como en el cinematográfico: Spy nos dice que todo film de super acción es, también, una comedia. El elenco incluye a Jason Statham, que eso de que las piñas-patadas siempre tienen algo del clown y del circo lo sabe perfectamente bien. Por lo demás, Feig sabe cómo generar empatía con los personajes y cómo hacer para convertirlos en algo más que puros títeres al servicio del gag. Aire fresco en el cine.
Una pareja joven tiene que convivir con los u$ 100.000 con los que debía escriturar su casa. En realidad, esa espera es solo el disparador para mostrar una crisis tensa, en un film cuyos mejores momentos recuerdan el buen thriller. Lo mejor es el retrato de una generación (los que hoy andan por los treinta) casi vacía, que se comporta por gestos y que aprendió a ocultar lo que verdaderamente piensa y siente. Los actores son pilares de la puesta en escena.