DreamWorks sigue apostando a lo seguro, y a una de sus franquicias animadas más exitosas, con las nuevas aventuras de Po, el panda más glotón del séptimo arte. Las épicas historias del oso rechoncho y bicolor son de lo mejorcito que supo ofrecer DreamWorks Animation en la última década. Si bien el estudio sigue insistiendo con sus eternas secuelas y spin-off en vez de animarse con algo más novedoso, al menos, al panda le dedican el tiempo necesario para que no sea, solamente, una aventura pasatista con animalitos parlanchines. Acá el esfuerzo se nota. El relato de Po (voz de Jack Black en la versión original) siempre estuvo ligado al destino, pero también a lo opuesto: forjar nuestro propio camino, descubrirse así mismo, lo que uno es realmente o lo que queremos ser, más allá de cómo nos vean (y nos juzguen) los demás. A pesar de ser un oso glotón y medio torpe, Po logró convertirse en un gran aprendiz del kung fu, muy a su manera, y a pesar de sus compañeros y mentor. Ahora debe dar su próximo gran paso: el alumno debe transformarse en maestro y tener a su cargo el Palacio de Jade antes de alcanzar el “estatus” de Guerrero Dragón. Claro que Po no cree estar preparado para dicha tarea (al igual que el resto), pero eso no lo va a desanimar y, por suerte, tiene un papá que lo apoya incondicionalmente, el señor Ping, un ganso amable y experto en fideos. Pero a falta de un padre, tenemos dos. El regordete Li Shan (Bryan Cranston) llega al Valle de la Paz con noticias perturbadoras. Este oso panda afirma ser el papá biológico de Po, y todo eso que tienen en común lo confirma casi de inmediato. Nuestro protagonista pronto descubre que no está sólo en este mundo y que hay toda una aldea repleta de congéneres que viven en armonía haciendo cosas de “pandas”. Po necesita descubrir quien es en realidad, pero también ayudar al Valle y a sus compañeros que de repente se ven amenazados por Kai (J.K. Simmons), un villano sobrenatural que destruye todo a su paso y alimenta su poder robándole el “chi” a los mejores guerreros. “Kung Fu Panda 3” se mueve entre un mundo místico y sobrenatural y la simpática aldea de los pandas, además de los escenarios que ya conocemos de las entregas anteriores. Visualmente superior a los productos más básicos de DreamWorks, mezcla aventura, mucha acción y el clásico humor de la comedia slapstick. Orientada específicamente a un público infantil, la película también mantiene al adulto acompañante bien entretenido, gracias a alguna que otra humorada más compleja que puede leerse entre líneas. Pero principalmente es un film “con moraleja” para los chicos del siglo XXI, donde Po es el protagonista casi absoluto. Una vez más, el destino juega un papel fundamental, pero acá el agregado de la familia es un elemento crucial que suma muchos puntos. “Kung Fu Panda 3” no se destaca particularmente, pero es una aventura entretenida que cumple con lo que se propone. Sigue estando a años luz de lo mejor de Pixar, o incluso “Cómo Entrenar a tu Dragón” (How to train your Dragon, 2010), pero no decepciona, tal vez sólo se siente un poquito repetitiva.
Hacer reír es muchísimo más complicado de lo que parece. Son muy pocas las comedias que han pasado a la historia porque la gran mayoría sólo se quedan en burdos intentos sin mucho argumento, plagados de chistes escatológicos e insultos que sólo pueden hacer efecto en un preadolescente que ve por primera vez una teta y se sonroja. “Mi Abuelo es un Peligro” (Dirty Grandpa, 2015) ni siquiera entra en esta última categoría, y por poco más de una hora y media uno sólo se pregunta, ¿en qué estaba pensando Robert De Niro? No tengo absolutamente nada que decir a favor de “Mi Abuelo es un Peligro” (Dirty Grandpa, 2015). Como película, carece de cualquier atributo artístico (pero eso, obviamente, no es lo que buscan los realizadores). También carece de originalidad, y de repente parece que estuviéramos en la década del ochenta viendo una mala copia de “Porky´s” (1981). Claro que tampoco ayuda que sus chistes parezcan destinados a un público adolescente que se ríe de cualquier cosa más o menos zarpada, como un chiste escatológico en un dibujo obsceno sobre la cara del protagonista. Lo peor de la película de Dan Mazer -un tipo con muy poca experiencia detrás de las cámaras- es que, al final, resulta ofensiva al extremo. Es machista, misógina, intolerable y, al parecer, para su guionista (John Phillips) la palabra “lesbiana” es el peor insulto que se le puede decir a una persona. Sí, a ese extremo. Uno puede entender que Zac Efron quiere despegarse de su estatus de chico lindo de “High School Musical” y hacer cosas más zarpadas y adultas. Con “Buenos Vecinos” (Neighbors, 2014) funciona a la perfección, pero acá la debacle comienza casi al minuto de película. Dick Kelly (Robert De Niro) es un tipo duro que acaba de perder al amor de su vida. No se lleva muy bien con su familia, pero está decidido a seguir adelante y divertirse a más no poder siguiendo el consejo que le dio su esposa en el lecho de muerte. Este señor mayor que gusta de masturbarse mientras ve películas pornográficas, logra convencer a su nieto Jason (Zac Efron) para que lo lleve hasta Florida a visitar a un viejo amigo de la Marina. Jason es todo lo contrario a lo que un joven de su edad debería ser. Está a punto de casarse con una chica bien snob y bastante insoportable. Ha abandonado sus sueños de ser fotógrafo para trabajar en la firma legal junto a su padre y su futuro suegro, pero conserva buenos recuerdos de la niñez junto a su abuelo y decide cumplirle los caprichos. En medio del viaje se cruzan con una ex amiga del muchacho y sus compañeros que se dirigen derechito a la playa para vivir el descontrol del famoso “Spring Break”. Algo que el abuelo tiene ganas de experimentar antes de que sea demasiado tarde. A partir de ahí, se suceden todo tipo de situaciones para nada graciosas (aunque deberían serlo) llenas de drogas, sexo, chistes racistas y una trama que, al final, pretende dejar algún tipo de mensaje. “Mi Abuelo es un Peligro” es una excusa para mostrar chicas muy lindas con poquísima ropa (no, las feas y gorditas no salen de sus casas), y para señalar que Robert De Niro puede hacer algo totalmente diferente (y el ridículo) como un viejo verde que sólo quiere drogarse y tener sexo desenfrenado a pocas horas de la muerte de su esposa. Hay chistes de todo tipo, pero quien puede reírse cuando se toma como punto de partida la violencia de género o el abuso de menores. No, no resulta para nada gracioso, sino desagradable e incómodo, y esa no es la meta de esta película que sólo pretende sacarles su dinero a los desprevenidos adolescentes de hormonas alteradas. Dirección: Dan Mazer Guión: John Phillips Elenco: Robert De Niro, Zac Efron, Zoey Deutch, Aubrey Plaza, Jason Mantzoukas, Dermot Mulroney, Julianne Hough, Jeffrey Bowyer-Chapman, Brandon Mychal Smith.
Disney tiene una nueva aventura animada para ofrecernos, esta vez, una plagada de animalitos que dan forma a una clásica “buddy cop movie” llena de acción, humor, misterio, referencias pop y temas tan actuales como la diversidad y la inclusión. La cosa viene más o menos así: a lo largo de miles de años, los mamíferos lograron evolucionar, abandonar su lado salvaje y su condición de presa y depredador, y ahora conviven en una enorme ciudad (Zootopia), dividida en diferentes vecindarios donde las especies se acomodan a sus necesidades. Estos animales antropomórficos llevan vidas muy parecidas a las de los humanos y, aunque ovejas y leones por ejemplo, pueden vivir y trabajar en perfecta armonía, los prejuicios y recelos entre especies no pueden dejarse completamente de lado. Durante toda su vida, la conejita Judy Hopps (voz de Ginnifer Goodwin) soñó con convertirse en oficial de policía para hacer de este mundo un lugar mejor. Oponiéndose a la voluntad (y los miedos) de sus padres granjeros, que pretenden que se una al negocio familiar junto a sus más de doscientos hermanos, Judy está decidida a ser la mejor oficial de su clase, más allá de las desventajas de tamaño y fuerza que la separan de sus compañeros, todos mamíferos mucho más grandes y feroces. La coneja se gradúa con honores, y gracias a un nuevo programa de inclusión, consigue unirse a la unidad más importante en el centro de la metrópoli. A pesar de su perseverancia y buena predisposición, Judy no está bien vista por su capitán que enseguida le asigna las engorrosas tareas de tránsito. Desilusionada y siempre a punto de abandonar sus sueños, la misteriosa desaparición de una nutria y otros animales, le dará el impulso y la oportunidad que necesita para demostrar de qué está hecha. Ahí es donde cruza su camino con Nick Wilde (Jason Bateman), un zorro estafador y delincuente de poca monta, pero con mucha sabiduría y contactos que la pueden ayudar a resolver este delicado caso. Claro que acá no hay amistad, sino pura conveniencia, ya que la oficial también tiene sus trucos para engañar a su nuevo compañero de aventuras. A partir de ahí, “Zootopia” se transforma es la típica “buddy cop movie”, muy del estilo de “48 Horas” (48 Hours, 1982) o cualquier otro clásico de este subgénero, sólo que acá tenemos animalitos de todas clases, muchas veces, jugando con las características propias de cada especie. La película dirigida por Byron Howard, Rich Moore, Jared Bush -responsables de éxitos animados más recientes como “Grandes Héroes” (Big Hero 6, 2014), “Frozen- Una Aventura Congelada” (Frozen, 2013) y “Ralph el Demoledor” (Wreck it Raph, 2012)- toma como punto de partida las convenciones del género sin dejar de lado el humor que hila más fino, haciendo referencias a clásicos y no tan clásicos de la cultura popular altamente reconocidos por el publico. “Zootopia” es divertida y además esconde una trama de suspenso y conspiraciones que hay que resolver, pero también hace hincapié en temas mucho más importantes para los grandes y chicos, como la inclusión, la diversidad y los prejuicios que todos escondemos y debemos dejar de lado para convivir. No estamos ante una típica película de animalitos parlanchines. “Zootopia” reemplaza humanos por animales y los sumerge en un mundo tan fantástico como reconocible. Visualmente impecable y cargadísima de detalles imposibles de apreciar en una sola pasada, Disney deja de lado los musicales y se despacha con una comedia policial con grandes personajes, equilibrando lo clásico, lo moderno y lo actual en una aventura que no pierde el ritmo ni por un minuto. Dirección: Byron Howard, Rich Moore, Jared Bush Guión: Jared Bush, Phil Johnston Elenco: Ginnifer Goodwin, Jason Bateman, Idris Elba, Kristen Bell, Alan Tudyk, J.K. Simmons, Jenny Slate, Bonnie Hunt, Katie Lowes, Shakira, Tommy 'Tiny' Lister, Octavia Spencer.
Cuando hay abusos, menores involucrados y la Iglesia Católica de por medio, siempre, SIEMPRE es un tema delicado. Tom McCarthy logra tocar el asunto de forma seria y objetiva a través de un grupo de periodistas del Boston Globe, una de las ciudades más arraigada a la institución y su credo. Basada en hechos reales llega una de las más firmes candidatas al Oscar a Mejor Película. Es muy necesario separar las creencias personales de la institución en sí, pero como bien se marca a lo largo de “En Primera Plana” (Spotlight, 2015), para muchos de los fieles (y las víctimas de esta historia) es casi imposible distinguir la traición de uno por sobre la del otro. La corrupción del cuerpo no puede despegarse de la del alma, y para el creyente el golpe (y el daño) es mucho más duro. Tal vez los victimarios lo saben, pero no es el punto principal de esta crónica que toma como punto de partida la dramática investigación de un grupo de reporteros de Spotlight, una sección especial del Boston Globe, que en el año 2001 se concentró en sacar a la luz una escandalosa conspiración local donde se descubrió que las más altas autoridades de la Iglesia Católica decidieron apañar (o mejor dicho, hacer la vista gorda) a un sinfín de casos de abusos de menores por parte de sus curas, cuyos objetivos mayoritariamente, eran pequeños de las clases más bajas. Una práctica se extendió a lo largo de cincuenta años ante la vista de políticos, clérigos, autoridades policiales y las mismísimas familias de las víctimas que no encontraban, en muchos casos, ni voz ni voto. Todo comienza con la llegada de Marty Baron (Liev Schreiber), el nuevo editor del diario, que decide tomar un caso reciente y aislado de abuso para ahondar en las implicaciones y responsabilidades del Cardenal Law (arzobispo de la ciudad) y el resto de la institución en el asunto. La tarea va a parar a manos de Spotlight, un grupo especializado de periodistas investigadores (Michael Keaton, Rachel McAdams, Mark Ruffalo y Brian d´Arcy James) que pronto empiezan a desenmascarar una historia muchísimo más grande de lo esperaban. Lo que sigue es una bola de nieve periodística con muchos palos en la rueda por parte de políticos en conjunción con la iglesia, abogados que juegan a dos puntas y un montón de víctimas que quieren hacerse oír. Un tema durísimo tratado con elegancia, dramatismo y tensión, sin golpes bajos con algo de sarcasmo, siempre desde el punto de vista de los reporteros y su incansable trabajo. Más interesante desde el contenido que desde la forma, “En Primera Plana” tal vez carezca de cierto brillo estético y visual, pero debe ser vista por el sólo hecho de lo que representa y su denuncia que tiene un alcance a nivel mundial. Su realizador, Tom McCarthy -“Visita Inesperada” (The Visitor, 2007)-, no tiene tantos títulos en su haber y eso se nota, pero no desmerece la corrección narrativa y sin artificios que le imprime a la historia. “En Primera Plana” en una película de ensamble. Ninguno de sus actores por separado se destaca realmente, pero en conjunto forman parte de un todo indivisible. Ahí está el fuerte de este drama y el aporte de cada uno, como protagonista y como personaje. Los verdaderos héroes de esta historia ganaron el Premio Pulitzer al Servicio Público y destaparon una olla bastante hedionda en una ciudad donde la iglesia tiene un peso muy importante en cada aspecto de la comunidad. “En Primera Plana” se ubica dentro de la tradición de películas como “Todos los Hombres del Presidente” (All the President's Men, 1976), duras, concisas y sin artificios, donde se destaca la labor ética del periodista, sólo que acá los temas son mucho más duros de tragar que los escándalos políticos. Dirección: Tom McCarthy Guión: Josh Singer, Tom McCarthy Elenco: Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber, John Slattery, Brian d´Arcy James, Stanley Tucci, Elena Wohl, Gene Amoroso, Doug Murray.
Charlie Kaufman vuelve a meterse en los recovecos de la mente de su protagonista, está vez mucho más “animado” pero no por ello menos realista, y nos lleva de paseo en un viaje introspectivo por las emociones más humanas de la mano de está dramedia en stop-motion sólo para adultos. La animación puede tomar muchas formas y no siempre está destinada al público más menudo. Con “Anomalisa” (2015), fiel a su estilo, Charlie Kaufman -guionista ganador del Oscar por “Eterno Resplandor de una Mente Sin Recuerdos” (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004) y otras maravillas como “¿Quieres Ser John Malkovich?” (Being John Malkovich, 1999) y “El Ladrón de Orquídeas” (Adaptation, 2002)- se pone existencialista para contarnos la historia de Michael Stone (voz de David Thewlis), reconocido autor de libros sobre servicios de ayuda al cliente, un tipo solitario que percibe a todos a su alrededor como seres idénticos (literalmente hablando, todos los personajes comparten la misma cara y voz-la de Tom Noonan-), como un reflejo de su propia incapacidad para conectarse con las personas. Estamos en el año 2005. Michael llega a la ciudad de Cincinnati por apenas un par de días, para dar una de sus charlas. El hotel es acogedor y lujoso, pero a él se lo nota incómodo, en parte, acosado por los recuerdos de un viejo amor que vive en la misma ciudad, a la que decidió abandonar un tiempo atrás. Los sentimientos son confusos, y este nuevo encuentro lo es aún más, más allá de qué en casa lo espera una amorosa esposa y su hijo pequeño, a los que no distingue de los demás. De pronto una voz le llama la atención, única y diferente. El hombre se esfuerza por encontrar de donde viene, hasta que da con la inusual Lisa Hesselman (voz de Jennifer Jason Leigh) una joven y tímida mujer, admiradora de su trabajo, con la que conecta inmediatamente. Lisa es todo lo que Michael anda buscando, perfecta a pesar de sus imperfecciones, una cara nueva en la multitud, una voz inconfundible que lo absorbe, y la persona que podría llenarlo de esa felicidad esquiva. Kaufman toma como punto de partida una obra teatral que él mismo escribió allá por 2005 y, como los títeres de “¿Quieres Ser John Malkovich?”, elige contarnos está historia a través de las afelpadas figuras en stop-motion protagonistas, cargadas de alma y conflictos, gracias a la interpretación de Thewlis, pero mucho más la de Jennifer Jason Leigh, que debería haber sido nominada al Oscar por este papel, en vez de por “Los 8 Más Odiados” (The Hateful Eight, 2015), si vamos a ser sinceros. Visualmente hermosa, Johnson y Kaufman no pierden atención a los detalles. La luz, los sonidos, la puesta en escena… todo está puesto al servicio de una historia tan original como conocida. Michael, como la mayoría de nosotros, no puede identificar sus propios problemas, pero sí reflejarlos y (por qué no) culpar al otro. “Anomalisa” es surrealista, pero directa cuando se trata de identificar los sentimientos que más nos incomodan. Lo curioso es que, al igual que “Intensa-Mente” (Inside Out, 2015) -su gran competidora a la hora de conseguir la estatuilla dorada-, esta historia también profundiza en las emociones y en lo que pasa por nuestras cabezas. La película de Pixar lo toma con humor y aventura, y pone como escenario la mente de una nena de sólo once años. Johnson y Kaufman hacen algo parecido, pero diferente, basándose en la psique de un hombre adulto, casado y con hijos, en plena crisis existencial. Las dos tienen sus méritos y las dos deben ser disfrutadas. Dirección: Duke Johnson, Charlie Kaufman Guión: Charlie Kaufman Elenco: David Thewlis, Jennifer Jason Leigh, Tom Noonan.
Rocky Balboa está de regreso, esta vez, para hacer el paso de antorcha a una nueva generación de héroes pugilísticos. Stallone sabe que ya está grande para este juego, pero se acomoda con gracia y nostalgia, en este reboot/secuela que hará las delicias de los amantes del género deportivo. Admitámoslo, los héroes de acción ochenteros se pusieron grandes. Así lo demuestra Harrison Ford en “Star Wars: El Despertar de la Fuerza” (Star Wars: The Force Awakems, 2015) y, por supuesto, Sylvester Stallone en “Creed: Corazón de Campeón” (Creed, 2015). Pero a diferencia de, por ejemplo, Arnold Schwarzenegger, estos dos saben como envejecer “cinematográficamente” con gracia (perdón Arnie) y encontrar la mejor forma de encajar en un universo que quedó en el pasado y ahora les pertenece a medias. A no confundir, Han Solo y Rocky Balboa son personajes indiscutidos de la historia del séptimo arte y de la cultura popular, pero las sagas que los hicieron tan famosos están mutando y dejándoles el lugar a figuras más jóvenes (y diversas) que le harán honor a su buen nombre. Es el caso de Michael B. Jordan que, acá, trata de dejar atrás el bochorno de “Los 4 Fantásticos” (Fantastic Four, 2015) y vuelve a hacer equipo con el director y guionista de “Fruitvale Station” (2013) -drama independiente que los puso a ambos en el tablero-, para ponerse en la piel de Adonis Johnson Creed, hijo no reconocido de Apollo, aquel viejo rival y amigo del “Semental Italiano”. Esta es su historia. La historia de un joven que no conoció a su papá y, que tras la muerte de su madre, pasó de familia en familia, terminando en un reformatorio juvenil descargando sus frustraciones y su ira a puño limpio. De allí lo rescata Mary Anne Creed (Phylicia Rashad), viuda del campeón que decide convertirse en su única familia. Adonis crece con lujos, un buen trabajo y el amor de una mamá adoptiva, pero hay algo en su sangre que lo empuja a involucrarse en peleas amateurs y soñar con una carrera de boxeador profesional. A diferencia de la mayoría de las películas de este género, el joven Johnson no lucha por necesidades económicas. Hay algo más fuerte que lo impulsa y es la pasión por el deporte. No conoció a su progenitor, pero el apellido y el legado de Creed le pesa en los hombros y tiene que hacer algo al respecto. A pesar de las objeciones de Mary Anne, Adonis abandona Los Ángeles rumbo a Filadelfia con un solo propósito: buscar la ayuda, los consejos y el patrocinio de Rocky Balboa (Stallone), la persona que mejor conoció a su padre. Alejado del mundo del boxeo y dedicado a full a su restaurante, en un principio Rocky se niega rotundamente, hasta que ve la dedicación del muchacho que quiere llegar a la cima por sus propios méritos, sin utilizar los “beneficios” que le da su apellido. Desde ahí, “Creed” se transforma en la típica película que muestra la relación discípulo-mentor con algún que otro tropiezo por el camino, los primeros éxitos, los fracasos, y la infaltable relación amorosa. Coogler es un director casi debutante, pero sabe muy bien como apelar a la nostalgia sin caer en lo repetitivo ni en los lugares comunes, además de demostrar una maestría sin igual a la hora de presentarnos cada uno de los combates sobre el ring. Sobre todo, un plano secuencia en particular, que quita el aliento. Este rebbot/secuela no nos trae nada nuevo desde lo narrativo, pero eso no es malo. La historia se ciñe a los parámetros más clásicos del subgénero pugilístico, mostrando grandes escenas de acción y la tensión que traen aparejadas, el espíritu de superación, y lo más importante, la relación entre estos dos individuos tan diferentes, pero unidos por una historia en común. Un muchachito en busca de un mentor y esa figura paterna que nunca tuvo. Un hombre que puede revivir sus días de gloria a través de la sangre joven de alguien que lo idolatra, y una trama que apela, principalmente, al paso del tiempo y la nostalgia cinematográfica que funciona a la perfección. Muy bien filmada, muy bien actuada y hasta Sly (que entiende que debe dar un paso al costado) logra arrancarnos algún lagrimón. Dirección: Ryan Coogler Guión: Ryan Coogler, Aaron Covington Elenco: Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad, Andre Ward, Tony Bellew, Ritchie Coster, Graham McTavish, Malik Bazille.
El director mexicano busca repetir el Oscar tras el suceso de “Birdman”, esta vez con una historia mucho más cruenta y descarnada inspirada en hechos reales. Iñárritu somete a sus actores a las condiciones más extremas, pero mucha de la emoción y la empatía se pierden bajo una capa de violencia innecesaria y un surrealismo que desentona. Soy la primera en admitir que Alejandro González Iñárritu no es santo de mi devoción. Me cuesta entender su postura (o la falta de ella), y su estilo “ecléctico” no me llama para nada la atención, mucho menos me emociona. El punto más fuerte del realizador son sus colaboradores y, es a tipos como el director de fotografía Emmanuel Lubezki, a los que hay que agradecerles que obras como “El Renacido” (The Revenant, 2015) sean mucho más llevaderas. No es casualidad que los últimos trabajos de Terrence Malick hayan sido fotografiados por el “Chivo”. Iñárritu saca ventaja de ello y de alguna forma intenta emular esa “fascinación” por la naturaleza y cierto tono “surrealista” que, en seguida, nos recuerda al elusivo realizador de “El Nuevo Mundo”, pero acá se pierde, en contraste con la “brutalidad” de los hechos que se nos presentan. Basada en la novela homónima de Michael Punke, a su vez inspirada en hechos reales, esta dramática aventura sigue a un grupo de comerciantes de pieles fronterizos a mediados del siglo XIX que, no sólo debe lidiar con las extremas condiciones climáticas y la complejidad de su trabajo, sino con la constante amenaza de algunas tribus de nativos americanos que no les facilitan las cosas. Ya volviendo de una expedición, el grupo del capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson) es atacado y casi diezmado. Los hombres sobrevivientes deben abandonar su cargamento y atravesar las inclemencias del clima, y un paisaje hostil, comandados por Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), hombre que conoce perfectamente estas tierras y el único que puede guiarlos hasta la seguridad del fuerte. En un descuido, Glass es atacado brutalmente por un oso, sus heridas casi mortales obligan al grupo a detenerse quedando, así, expuestos a sus enemigos y las heladas. Pero el capitán es un hombre piadoso y le ofrece a un par de sus hombres una cuantiosa recompensa para quedarse junto al herido hasta que pueda recibir ayuda o muera a causa de sus lesiones. Lo que ocurra primero. Esta tarea recae en John Fitzgerald (Tom Hardy), el joven Bridger (Will Poulter) y el hijo mestizo de Glass, Hawk (Forrest Goodluck), que hará lo que sea para mantener a su padre con vida. Pero Fitzgerald no cree que la vida de Hugh valga tanto el riesgo y, empujado por la codicio y cierto odio, decide abandonarlo en mitad de la intemperie y hacerles creer a los demás que cumplió con su misión dándole al difunto una cristiana sepultura. Fitzgerald comete un gravísimo error y uno aún más grande al dejarlo con vida. Con lo poco que le queda de aliento, Glass buscará el camino de regreso a casa y la venganza contra aquellos que lo abandonaron. Sí, hay algo más en juego, pero estaríamos entrando en terreno de spoilers. Pero tienen que saber que a Glass lo empuja un sentimiento mucho más fuerte, que es el amor de un padre por su hijo. Todos tienen una historia dramática para contar y tratar de justificar sus acciones. Estos tiempos de conquista no son tiempos felices, e Iñárritu se esfuerza al máximo para hacérnoslo saber con cada imagen. Todo es cruento y salvaje al extremo y es ahí donde reside el problema de “El Renacido”. Todo este drama no nos da tiempo a asimilar la violencia, ni conectar en profundidad con estos personajes tan sufridos. DiCaprio se esfuerza, Hardy se esfuerza, pero al final la forma mata al contenido y sólo nos queda el morbo exacerbado y unos paisajes bellísimos, claro está, a cargo de Emmanuel Lubezki. Habrá gente conmovida por las historias personales y por la extrema actuación de Leo que ya se embolsó el Oscar aunque no sea tan merecido, pero a mí no logró convencerme ese falso aire “Terrence Malickiano”, ni mucho menos la carga de cada personaje. “El Renacido” termina siendo más una experiencia sensorial cargada de gore, que una historia dramática que nos invita a empatizar con sus protagonistas. Hay un cortocircuito en el relato que el director trata de recomponer con extrañas secuencias oníricas y algunos flashbacks, pero lo salvaje todo el tiempo termina apabullando lo humano, tal vez, el verdadero objetivo de Iñárritu, pero con él nunca se sabe. “El Renacido” no es para cualquiera y, al igual que “Birdman”, tendrá sus fanáticos y sus detractores. Visualmente es imponente, pero la historia (a pesar de sus casi tres horas de duración y sus doce nominaciones al Oscar) se queda por el camino. Dirección: Alejandro González Iñárritu Guión: Mark L. Smith, Alejandro González Iñárritu Elenco: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Paul Anderson, Kristoffer Joner, Joshua Burge.
Tom Hardy sigue sumando grandes personajes a una carrera bastante impresionante. En esta oportunidad se pone en el doble papel de los gemelos Kray, mafiosos londinenses que mezclaron la violencia, los negocios y el placer, e hicieron estragos en las décadas del cincuenta y el sesenta. Como espectadores, estamos bastante familiarizados con las mafias ítalo-americanas y sus historias de ascenso y caída. El director de “Revancha” (Payback, 1999), Brian Helgeland -más conocido por los oscarizados guiones de “Los Ángeles al Desnudo” (L.A. Confidential, 1997) y “Río Místico” (Mystic River, 2003)-, se mete con una historia basada en hechos reales para introducirnos en el mundo criminal de Gran Bretaña. Tomando como punto de partida el libro de John Pearson “The Profession of Violence: The Rise and Fall of the Kray Twins”, “Leyenda: Profesión de la Violencia” (Legend, 2015) narra una parte de la vida de Ronald y Reginald Kray (ambos interpretados por Tom Hardy, obvio), justo el momento en que pretenden ampliar sus “negocios” hacia el West End londinense, mucho más glamoroso que la parte Este que los vio nacer. Enmascarados tras la propiedad de varios bares y clubes nocturnos, el dúo criminal mantuvo en vilo a la ciudad durante años, y al oficial Nipper Read (Christopher Eccleston) que siempre estuvo tras sus pasos. El foco de esta historia está puesto, principalmente, en la relación que se establece entre Reggie (el más pragmático y “calmado” de los Kray) y la bella Frances Shea (Emily Browning), la chica que se enamora del criminal y piensa que podrá enderezarlo y transformarlo en un tipo de bien. El problema es su hermano Ronnie, un violento patológico y esquizofrénico que, tras ser liberado del hospital psiquiátrico, contribuye en los negocios y en los problemas. Pero no podemos achacarle toda la culpa ya que a estos hermanos los une no sólo la sangre, sino la ambición en un mundo que se va hincando a sus pies gracias a la extorsión y la fuerza bruta. “Leyenda: Profesión de la Violencia” no nos cuenta nada que no hayamos visto antes. Es Tom Hardy quien más se destaca en esta historia, logrando convencernos de su doble papel, más que nada porque Ronald y Reginald son muy diferentes más allá de lo físico, y el actor logró captar cada una de estas sutilezas. Al recientemente nominado al Oscar por “El Renacido” (The Revenant, 2015) lo acompaña un gran elenco secundario de caras conocidas -Colin Morgan, David Thewlis, Chazz Palminteri, Tara Fitzgerald, Taron Egerton-, aunque no alcanza para convertirse en una gran película del género que se destaque, más allá de una cuidadísima puesta en escena que rescata el glamour y la música de los años sesenta, y varias situaciones que maridan el humor con la violencia extrema. El problema principal de “Leyenda: Profesión de la Violencia” es que se enfoca demasiado en la relación amorosa y no en la trama criminal. Así, la historia se vuelve confusa (genéricamente hablando) y demasiado melosa, cuando sería más interesante hacer eco en la relación fraternal, mucho más interesante. Así y todo, la película no defrauda y es una gran opción para los amantes del género gansteril. Una visión diferente (del otro lado del charco) de cómo lidian las familias con sus negocios más turbios. Violencia, un poco de romance y Tom Hardy por partida doble. Para empezar no está nada mal y bien vale el precio de la entrada, aunque no sea una genialidad. Dirección: Brian Helgeland Guión: Brian Helgeland Elenco: Tom Hary, Emily Browning, Colin Morgan, David Thewlis, Christopher Eccleston, Chazz Palminteri, Tara Fitzgerald, Taron Egerton.
Después de todos los traspiés que sufrió tras filtrarse el guión original en la web, finalmente llega el octavo film de Tarantino, un western ultraviolento y verborrágico que, a fuerza de convencionalismos y los elementos más emblemáticos del estilo de Quentin, pretende convertirse en uno de sus clásicos instantáneos. “Los 8 Más Odiados” (The Hateful Eight, 2015) es la octava película de Quentin Tarantino, como bien se nos recalca en los primeros segundos. Esta vez, el director y guionista echa mano de los esquemas más clásicos del género y nos entrega un western que, por supuesto, pasa por el tamiz de su estética y estilo más característicos. Pero también hay algo extraño. “Los 8 Más Odiados” son dos películas (tal vez tres) en una y, por momentos, cuesta conciliar las diferencias que aparecen a lo largo de la misma. Sí, estamos acostumbrados a los excesos de Quentin, siempre y cuando encajen a la perfección como, por ejemplo, en la locura desbordada de “Kill Bill”, pero acá decide cruzar una línea que resulta más incómoda que graciosa. Arranquemos por el principio y una secuencia de títulos interminable que, suponemos, se disfruta muchísimo más en los 70 mm para la que fue concebida, y no en los formatos digitales de nuestras salas. Entendemos el homenaje a los clásicos de Sergio Leone, o incluso el mismísimo John Ford, pero si la hacia más corta, no defraudaba tanto. Partamos de la base que “Los 8 Más Odiados” es una película de excesos. Exceso de tiempo (167 minutos de los que, tranquilamente, sobran unos 60) y exceso de personajes desperdiciados y exceso de tarantinismos. Claro que no sería una película de Quentin sin sus eternas marcas registradas, pero a veces hay que pensar más en el contenido que en la forma y tratar de no forzar algo que no encaja. Estamos en Wyoming, unos años seis u ocho años después de la Guerra Civil, donde todavía las cuestiones entre Norte y Sur no se calmaron del todo. Una diligencia atraviesa las nevadas llanuras de camino a Red Rock y, entre los pasajeros se encuentran el cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) y su presa Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), una peligrosísima asesina cuya captura vale unos diez mil dólares. El viaje está cargado de imprevistos. Pronto se suman el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) con sus propios negocios a cuestas y Chris Mannix (Walton Goggins), el flamante Sheriff del pueblo. Las sospechas y los recelos no se hacen esperar, pero los tres hombres deberán aprender a confiar entre ellos. Una tormenta los obliga a refugiarse en la Mercería de Minnie donde ya están guarecidos otros cuatro individuos: Bob (Demián Bichir), un mexicano a cargo de la posada, Oswaldo Mobray (Tim Roth), el verdugo, Joe Gage (Michael Madsen) y el general Sandy Smithers (Bruce Dern). La situación es incómoda por dónde se la mire. Ruth presiente que alguien intentará liberar a Domergue y no piensa bajar la guardia. Conforme pasan las horas la situación entre los individuos se pone cada vez más tensa y es probable que la mayoría de ellos no llegue a completar su travesía. Sí, todos sabemos lo que va a pasar al final, el asunto es descubrir el ¿por qué? y el ¿cómo? Es entre estas cuatro paredes donde se lleva a cabo la segunda parte de la acción (esa otra película), la más vertiginosa, sangrienta y, por qué no, desmedida. Acá es donde Tarantino cruza ese “límite” entre la ultraviolencia y el gore que, en seguida, nos recuerda a Sam Raimi y su “Diabólico” (The Evil Dead, 1981), por algún extraño motivo. “Los 8 Más Odiados”, también, tiene mucho de “Perros de la Calle” (Reservoir Dogs, 1992) y, en esa comparación, esta nueva obra flaquea. La situación no es tan diferente, y ya perdió la originalidad y la frescura de aquel impresionante debut tarantinesco. Pero a pesar de sus fallas, lo mejor de Tarantino sigue estando presente: sus personajes, sus afiladísimos diálogos, el humor negro y la acción desmedida. Por momentos, la película es casi teatral y está hecha para el lucimiento de dos o tres personajes en particular, como Samuel L. Jackson y Walton Goggins. Muchos secundarios se destacan, pero la mayoría resultan un tanto desperdiciados, inclusive Roth y su extraña personificación de Christoph Waltz. Hablar de misoginia en una película de QT parece fuera de lugar, pero como ya dijimos, acá se notan los excesos y muchas veces desentonan. Es el caso de Daisy Domergue que, si bien dista mucho de ser una dama, termina siendo objeto de cierta saña (y violencia) injustificada. Ver a dos mujeres sacarse los ojos en “Kill Bill” no molesta, escuchar a la audiencia reírse porque a una mujer le pegan hasta sacarle los dientes, es totalmente incómodo. En estos parámetros se mueve el último film de Tarantino. Para algunos será una obra maestra y para otros una película poco lograda. Lo mejor siguen siendo sus parlamentos y la cuidada puesta en escena junto a la narrativa visual, pero en mi opinión está muy lejos de sus mejores películas. “Los 8 Más Odiados” tarda muchísimo en arrancar, y cuando lo hace termina estampada contra el propio ego de su realizador que, acá, desborda demasiado la pantalla. Dirección: Quentin Tarantino Guión: Quentin Tarantino Elenco: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Walton Goggins, Demián Bichir, Tim Roth, Michael Madsen, Bruce Dern, James Parks, Channing Tatum.
Por primera vez, aunque no lo crean, los clásicos personajes de Charles M. Schulz llegan a la pantalla grande con una mezcla de nostalgia, dulzura, picardía y modernidad que pretende conquistar a toda una nueva generación de pequeñines. A pesar de tener un montón de galardonados especiales televisivos y películas derechito a DVD, muchas de ellas basadas en las clásicas tiras cómicas de su autor, tuvieron que pasar 65 años para que “Peanuts” llegara a la pantalla grande, curiosamente, con una historia realizada enteramente por computadora. Snoopy, Charlie Brown, Sally y el resto de la pandilla más influyente del género durante el siglo XX en los Estados Unidos, tienen la tarea de conquistar a una nueva generación de ávidos y jóvenes espectadores, rescatando el espíritu, la irreverencia y la nostalgia de su fuente de origen de papel y tinta. La gente de Blue Sky Studios, los mismos responsables de la franquicia de “La Era de Hielo” (Ice Age) entre otras cosas, tienen la complicada tarea de hacerles el honor a los emblemáticos personajes de Charles M. Schulz y no fallar en el intento. “Snoopy y Charlie Brown: Peanuts, La película” (The Peanuts Movie, 2015) no nos cuenta ningún origen, ni nos da explicaciones, sólo se dedica a narrar una nueva aventura con esos pequeñines que ya conocemos de memoria. En esta oportunidad, el derrotista y taciturno Charlie Brown intentará dejar a atrás su extraña personalidad con la clara intención de conquistar el corazón de su nueva vecinita y compañera de clase: la chica del pelo colorado. Claro que las circunstancias siempre parecen estar en su contra y su nueva actitud positiva lo termina metiendo en más problemas que soluciones. Por otro lado, la fantasía se desboca de la mano de Snoopy y sus propias aventuras imaginarias. El perrito y su fiel compañero Woodstock deberán hacerle frente al más despiadado enemigo para rescatar a una bella e intrépida perrita. Entre la ternura, la problemática de este universo de la niñez y las complicaciones diarias de la vida, los personajes nos resultan tan familiares como novedosos, respetando el material original y agregando, aquí y allá, un montón de guiños para los espectadores y fanáticos más acérrimos. Como la tira original, “Peanuts” no necesita de artificios ni golpes bajos para conquistar a los más chicos con una historia sencilla plagada de comicidad y aventura, y a los más grandes con un humor que hila más fino y nos recuerda, a cada momento, que nunca hay que subestimar a los más pequeñines. Estéticamente, la película de Steve Martino -director de “La Hera de Hielo 4” y “Horton y el Mundo de los Quién”- se mantiene dentro de las líneas más clásicas de la animación salpicada por la historieta, jugando con cierto “naturalismo” mezclado con los elementos más destacables de las viñetas. “Peanuts”, al igual que sus personajes”, no es ambiciosa y conquista con su humor, naturalidad y montañas de ternura. Una primera gran aventura cinematográfica que podría sumar montones de secuelas exitosas, siempre y cuando, mantenga la frescura y la esencia de sus protagonistas. “Snoopy y Charlie Brown: Peanuts, La película” está orientada a los más chiquitos, pero eso no quita que su infinidad de sutilizas (heredadas de Charles M. Schulz, obviamente) y su aventura desenfrenada conquiste y emocione a los adultos tanto, o más, como a sus menudos acompañantes. Todos somos un poquito ese Carlitos que atraviesa la infancia a tropezones buscando la aprobación por lo que somos realmente y no por los estándares que nos imponen. Dirección: Steve Martino Guión: Bryan Schulz, Craig Schulz y Cornelius Uliano Elenco: Con las voces de Trombone Shorty, Rebecca Bloom, Anastasia Bredikhina, Francesca Capaldi, Kristin Chenoweth, Alexander Garfin, Noah Johnston.