ANÁLISIS: BUSCANDO A DORY (FINDING DORY, ANDREW STANTON, ANGUS MACLANE, 2016) VOLVER A LA HOME Por: Jessica Blady TAGS: PixarFinding DoryAndrew Stanton AddThis Sharing ButtonsShare to WhatsAppShare to TwitterShare to Facebook Una de las mejores películas de Pixar vuelve en forma de secuela y no decepciona. Una de las mejores cosas que nos regaló “Buscando a Nemo” (Finding Nemo, 2003), además de ser una de las historias más tiernas de Pixar, es uno de sus personajes más queridos y reconocidos. A lo largo de su primera aventura acuática nos enamoramos y nos reímos con Dory (aunque también un poquito de ella), sin darnos cuenta de lo trágica que podía ser su historia personal a causa de su condición. Desde el vamos, “Buscando a Dory” (Finding Dory, 2016) podría considerarse una mala idea, pero todo cobra sentido cuando nos damos cuenta que no sabemos absolutamente nada de la vida de esta azulada criatura. Por ahí viene la mano de esta nueva secuela del estudio de la lamparita, una continuación que tardó trece años en materializarse, pero valió realmente la pena. Dory (voz de Ellen DeGeneres en su versión original) es uno de los personajes más optimistas que tiene el universo animado, y esta característica tan particular es, justamente, su mejor instrumento para asimilar los problemas (los propios y los ajenos) y no dejarse amedrentar por sus limitaciones o, en tal caso, por lo que piensen los demás. Un mensaje simple y sencillo que cala hondo, más allá de las humoradas y las aventuras, sobre todo si pensamos que no deja de ser una película para los más chicos. La historia arranca un año después de que Marlin (Albert Brooks) cruzara el océano para reencontrarse con el pequeño Nemo. Dory pasó a formar parte de esta anaranjada familia de peces payasos, más que nada, por no tener otro lugar a dónde ir. Pero pronto empieza a tener algunos recuerdos aislados, flashes que van y vienen de sus destartalada memoria, que le indican que, allá afuera (y alguna vez), formó parte de una hermosa familia junto a su mamá y su papá, peces cirujanos (es la especie, no su profesión, ja) que hicieron todo lo posible para preparar a su retoño para enfrentarse a un mundo en desventaja. Esta pulsión interior de pertenecer, tan propia de los seres humanos, es lo que impulsa a la pececita a iniciar una nueva odisea, casi imposible, para hallar a su familia en algún lugar de California. Una vez más, su falta de memoria a corto plazo y la incapacidad para seguir instrucciones es su mayor obstáculo, pero Marlin y Nemo se ofrecen a acompañarla, porque eso es lo que hacen los amigos. Así comienza una nueva travesía, de esas que siempre forman parte del nudo central de las películas de Pixar, donde los personajes (generalmente) deben encontrar la forma de volver a casa. Sólo que acá es diferente: Dory no está perdida (desde un punto de vista literal), está buscando su verdadero lugar en el mundo. Esta búsqueda los acerca hasta el Instituto de la Vida Marina, un acuario gigantesco cuya misión principal es rescatar, rehabilitar y liberar a los animalitos que más lo necesitan. La determinación de Dory la lleva a adentrarse en las instalaciones del lugar para encontrar a sus papás y, de paso, hacer buenas migas con Hank (Ed O'Neill), un pulpo malhumorado con su propia agenda, y un montón de criaturas que podrán, o no, ser de ayuda en esta misión. Todo aquello que nos enamoró de Dory (y nos hizo reír hasta las lágrimas) cobra un nuevo significado con esta segunda parte. Nada queda librado al azar y se nota la maestría de Andrew Stanton a la hora de delinear personajes y un sinfín de situaciones hilarantes (realmente hilarantes) que esconden otras más emotivas y llenas de buenos sentimientos. Dory es la verdadera protagonista, pero es su interacción con los otros lo que impulsa esta gran historia. Visualmente, “Buscando a Dory” no tiene punto de comparación. La hiperrealidad del océano y sus criaturas, enseguida se contrasta con lo caricaturesco de algunos personajes, una cualidad muy especial que debe estar presente porque, al fin y al cabo, esta es una película sobre animalitos parlanchines. Mi recomendación es verla en su idioma original (y quedarse hasta el final de los títulos). Los chistes toman mucha más relevancia y algunas sorpresas se pierden en el doblaje latino, correcto pero con falta de efecto en cuanto a ciertas voces se refiere. Igual, esto es sólo un detalle menor porque la esencia sigue estando en su historia y sus personajes, algunos de ellos increíblemente bizarros (y muy queribles) que se suman para esta segunda parte. Al final resulta que “Buscando a Dory” era algo que necesitábamos sin siquiera saberlo. Una secuela totalmente necesaria que le da un poquito más de sentido, y una hermosa historia de fondo, a este entrañable personaje. Dejen el raciocinio de lado y sumérjanse (literal y metafóricamente) en esta nueva aventura pixariana liderada por una protagonista que comprende a la perfección sus limitaciones, pero no por ello deja que las adversidades ganen la partida. Nada mejor que seguir el consejo de Dory, porque cuando las circunstancias de la vida nos derrotan sólo se puede seguir adelante…, obviamente nadando.
ANÁLISIS: EL CONJURO 2 (THE CONJURING 2, JAMES WAN, 2016) VOLVER A LA HOME Por: Jessica Blady TAGS: James WanEl Conjuro 2 AddThis Sharing ButtonsShare to WhatsAppShare to TwitterShare to Facebook James Wan vuelve a demostrar que, en materia terrorífica, se mueve como pez en el agua. Amantes del terror, quédense tranquilos que el género está en buenas manos cuando se trata de James Wan, un tipo que hizo escuela con el cine de bajo presupuesto y dejó a todos con la boca abierta de la mano del gore desmesurado de “El Juego del Miedo” (Saw, 2004), pero también logró rescatar los elementos y los climas más clásicos con “El Conjuro” (The Conjuring, 2013) y esa mezcla de drama e “historias basadas en hechos reales” que ponen los pelos de punta, piel de gallina y juegan con nuestra cabecita a lo largo de dos horas. Con “El Conjuro 2” (The Conjuring, 2016) Wan redobla la apuesta y se sumerge un poco más en las vidas personales de Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), famosos investigadores de lo paranormal cuya meta es ayudar a aquellos que deben lidiar con estos sucesos inexplicables que, muchas veces, no encuentran apoyo (ni credibilidad) por otras vías. La pareja sabe detectar los fraudes y proceder según sea la gravedad del asunto. Atrás quedó la tragedia de los Perron, y ahora los Warren se enfrentan a su caso más renombrado, ese que los catapultó a la fama y el frenesí de los medios, pero que también dejó unas cuantas secuelas psicológicas en la clarividente. El director nos se anda con vueltas y como prólogo nos muestra un poquito (no todo) de lo que ocurrió en Amityville, esa historia ya la vimos repetidamente, pero acá el ángulo es totalmente diferente y un primer punto a favor para esta secuela que, en mi opinión, supera bastante a la original en muchos aspectos. Amityville deja su marca en este dúo inquebrantable que se promete así mismo bajar un cambio y no aceptar más casos que los pongan en peligro. Mientras tanto, al otro lado del charco en una callecita de Enfield, al Norte de Londres, una madre soltera (Frances O'Connor) y sus cuatro hijos empiezan a experimentar varios sucesos violentos y sin explicación aparente, sobre todo, la pequeña Janet Hodgson (una increíble Madison Wolfe) que se convierte en el blanco de un espíritu maligno que no ve con buenos ojos que usurpen su hogar. Estamos en 1977 y, un poco a regañadientes, Ed y Lorraine aceptan viajar a Inglaterra para comprobar la veracidad de la “posesión” y dejar que la iglesia se haga cargo. Las pruebas no son contundentes, pero eso no quita que los investigadores vayan a hacerse a un lado y abandonen a esta familia en desgracia. Ya desde la austeridad de sus títulos, “El Conjuro 2” nos remite a los mejores clásicos del género como “El Exorcista” (The Exorcist, 1973) o “La Profecía” (The Omen, 1976), films que se basan más en las relaciones humanas (y el terror psicológico, el del espectador, claro está) que en los artificios del susto fácil y el monstruo en cuestión. Wan juega con las sombras, los ruidos, el fuera de foco, las voces y una cámara prodigiosa que se mete en cada recoveco de la pequeña casa de los Hodgson. Su “monstruo” toma muchas formas y ahí, tal vez, exagera un poco, pero es dónde más deja volar su imaginación como artista. Lo demás es solemne, angustiante, muy angustiante porque nos conecta con esta pequeña criatura que sufre y su familia, pero también con el drama de los Warren, porque ellos no están hechos de piedra. Ahí está la clave de todo, en los personajes y sus vicisitudes, su drama personal que nos pega tanto como los sustos que nos hacen saltar de la butaca. Por suerte, el director sabe equilibrar toda esa tensión con un poco de humor efectivo (chistes que realmente funcionan en una trama tan macabra) y otros momentos de pura relajación (acompañados de una gran banda sonora) que la historia necesita para que no salgamos corriendo despavoridos de la sala. “El Conjuro 2” no viene a revolucionar el terror, pero sí rescatar lo mejor que tiene. No puede evitar algunos clichés del género y caer en cierto melodrama, pero en manos de este genial grupo de intérpretes y la maestría de su realizador para narrar desde lo visual, no molesta y se convierte en un elemento nostálgico más. Con esta secuela la franquicia se expande, no sólo sumando un caso más a la misma, sino ampliando la historia de sus personajes principales. La película de Wan nos hace padecer el miedo, pero también sufrir por sus protagonistas y eso, eso siempre es muy bueno.
Los chanchullos financieros se ponen en tela de juicio en este thriller en tono de reality show. Jodie Foster se vuelve a poner detrás de las cámaras para darle forma a este thriller criminal lleno de acción y tensión, de esos que nos mantienen al borde de la butaca, pero tampoco para andar exagerando. “El Maestro del Dinero” (Money Monster, 2016) se parece a mucho de lo que ya vimos, pero su destreza radica en poder conjugar todas estas películas en una sola y lograr un relato atrapante y coherente, casi en tiempo real. Arrancamos con el detrás de escena de Money Monster, programa financiero de TV conducido por el carismático, canchero y muy experto en la materia Lee Gates (George Clooney) bajo las órdenes de su productora Patty Fenn (Julia Roberts). En pocos minutos nos muestran la cocina de este show, tan atrapante como la trama que llegará a continuación cuando el joven Kyle Budwell (Jack O'Connell) interrumpa en el estudio, con el programa todavía al aire, tomándolos a todos de rehén con amenaza de bomba incluida. Kyle culpa a Lee por haber perdido todos sus ahorros en una inversión que este recomendó, pero también a Walt Camby (Dominic West), CEO de la compañía que acaba de extraviar su dinero junto con otros 800 millones. Convenientemente, Camby falta a la entrevista que tenía programada con Gates donde pensaba dar explicaciones sobre esta pérdida descomunal, atribuida a un fallo del sistema. A partir de este desplante empieza a crecer la impaciencia del agresor, pero también las sospechas, tanto de los periodistas involucrados como de algunos miembros del equipo de Camby. Así arranca la verdadera trama que esconde varias conspiraciones y chanchullos tan propios de los adinerados. Foster apoya la historia en los hombros de Clooney y la relación que debe establecer con su captor, sin meter la pata y siguiendo los consejos de Fenn. Afuera del estudio, la policía tiene sus propios planes para acabar con esta toma que podría terminar poniendo en peligro a todos los involucrados. “El Maestro del Dinero” no pierde el ritmo y, por momentos, nos sentimos parte del mismo público de este “reality” que se lleva a cabo delante de nuestros ojos y de los ojos del mundo que sigue atento el desarrollo de los hechos como si se tratara de “The Truman Show” (1998). Wall Street vuelve a ser el eje de varias controversias y dedos acusadores tratando de que la trama entre en terrenos más serios y analíticos, aunque no llega a los niveles de crítica (o de ironía) de, por ejemplo, la reciente “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015). “El Maestro del Dinero” intenta abarcar demasiados temas y es ahí donde, tal vez, se pierde un poco: la ética periodística, la economía global, la tecnología puesta a su servicio y la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos en todo esto. Jodie Foster nos invita a involucrarnos en este juego, no sólo para tratar de descubrir al responsable, sino para aceptar nuestras propias culpas. Como entretenimiento funciona muy bien, pero como drama más serio, ya dijimos, se queda por el camino.
Los quelonios mutantes y adolescentes vienen por la revancha y esta vez no tiran la pelota afuera. Si yo fuera (todavía) una niñita de ocho años, hubiera disfrutado “Tortugas Ninja 2: Fuera De Las Sombras” (Teenage Mutant Ninja Turtles: Out of the Shadows, 2016) muchísimo más. Claro, no lo soy, pero eso no le resta cierto mérito a la secuela de los quelonios mutantes que, admitámoslo, está a años luz de su predecesora. Michael Bay se hace a un lado (pero permanece como productor) y le deja la silla al director Dave Green, un tipo poco experimentado, pero que supo capturar el estilo adolescente que andaba necesitando la franquicia. “Tortugas Ninja 2” se agarra un poco de aquella nostalgia noventera (tan de moda por estos días), pero también ofrece una versión más moderna e hiperquinética de los héroes protagonistas. Acá la clave es la aventura, la súper acción y el humor, pero con un tono bastante infantil e inocuo que puede ser disfrutado por los más chiquitos sin miedo a que la violencia extrema arruine sus inocentes cabecitas. La historia, los personajes, incluso los conflictos, se mueven dentro de una burbuja de ingenuidad que corre el eje y la ambición de la película hacia terrenos más modestos, y eso es muy bueno. Esta secuela es bien apta para todo público, y si bien los fanáticos pueden disfrutarla de cabo a rabo, son los más chicos los que salen ganando con una historia sencilla de buenos y malos, donde nadie se lastima, la destrucción “no es para tanto” y pueden identificarse con las travesuras de estos bichitos acorazados tan irresponsables como temerarios. “Tortugas Ninja 2” recupera la trama donde la dejamos anteriormente, con Shredder (Brian Tee) tras las rejas y todo el mérito en manos de Vernon Fenwick (Will Arnett). La ciudad de Nueva York está a salvo, pero no por mucho tiempo, ya que el científico Baxter Stockman (Tyler Perry) tiene un plan para liberar al villano que también desencadenará una serie de hechos que pondrán a la metrópoli, y a todo el mundo, en peligro. Esta segunda parte pone toda la carne al asador presentando nuevos/viejos personajes como Bebop, Rocksteady, Krang y al impulsivo Casey Jones, interpretado por Stephen Amell. El oficial de policía, indirectamente responsable de la escapatoria de Shredder, deberá hacer equipo con las tortugas y April O'Neil (Megan Fox) para detener estos maquiavélicos planes. Claro, todo muy caricaturesco, ya que no todos los villanos son taaaaan malos como parecen y nos arrancan alguna carcajada, y acá, hasta los buenos se equivocan (Amell volvete a “Arrow”, en serio). Hablar de los efectos especiales sería un poco injusto (Tortugas, really?), per cumplen su cometido, son correctos y ayudan a llevar adelante una trama vertiginosa que no se detiene ni un segundo, como la seguidilla de clásicos musicales que ostenta. La película no se toma nada en serio, incluso a sí misma, y ahí está la clave para no convertirse en otra paparruchada sin sentido “made in Michael Bay”. Ojo, tampoco es digna candidata al Oscar, pero viene con poca ambición, muchas referencias y ganas de entretener a los espectadores. Tortugas Ninja 2” tiene un público bien definido, el menudo, pero no aburre al acompañante mayorcito, ni al fan que todavía añora la serie animada de los ochenta y noventa. Son tortugas, adolescentes, mutantes y ninjas, ¿qué más esperan? Por ahora, Michelangelo, Donatello, Leonardo y Raphael cumplen… y dignifican.
Llega la secuela del gran éxito de Tim Burton, pero esta vez se nota muchísimo su ausencia. “Alicia en el País de las Maravillas” (Alice in Wonderland, 2010) no es una obra maestra, ni mucho menos, pero tiene cierto encanto, una historia “feminista” de fondo, algunos personajes entrañables y el toque inconfundible de Tim Burton. Nada de esto se mantiene, ni mejora, con “Alicia a Través del Espejo” (Alice Through the Looking Glass, 2016), secuela que ahora dirige James Bobin –responsable de las últimas aventuras de Los Muppets-, cuyo único objetivo parece ser la parafernalia visual y seguir embolsando un montón de dólares. La película de Burton se transformó en un éxito rotundo y abrió las puertas para un sinfín de adaptaciones live-action de clásicos infantiles, en la mayoría de los casos correctas, pero muy intrascendentes cuando las comparamos con sus predecesoras animadas. “Alicia a Través del Espejo” es, incluso, un retroceso y una odisea bastante más aburrida que la primera entrega donde la protagonista es una mera excusa para contar los infortunios de otros personajes que la acompañan. Arrancamos en la Londres de 1875 donde Alice Kingsleigh (Mia Wasikowska), convertida en la capitana de Maravilla –el barco de su padre-, regresa al hogar tras sus travesías por el mundo. La empresa para la que “trabaja” ha pasado a manos de su ex prometido, que le asegura un futuro menos aventurero a cambio de salvar la casa hipotecada de su madre. La chica no se queda por mucho tiempo a sopesar sus opciones, porque pronto descubre un espejo mágico que la transporta, una vez más, hacia el País de las Maravillas. Bastante entusiasmada de poder volver a ver a sus amigos, pronto decide aceptar una peligrosa y casi imposible tarea: viajar hasta la fortaleza del Tiempo (Sacha Baron Cohen) y robar la Cronósfera, un aparato que le permitirá viajar al pasado y descubrir que sucedió con la familia del Sombrerero (Johnny Depp), que está más loco que nunca y enfermo por la pena. De esta manera, Alice debe afrontar una carrera (literal) contra el tiempo para ayudar a su mejor amigo, intentar cambiar algunas cosas, y evitar que Iracebeth (Helena Bonham Carter) –la ex Reina Roja- obtenga la Cronósfera para utilizarla en sus propios y maquiavélicos propósitos. Así conocemos el pasado de los verdaderos protagonistas de esta historia, adornados de un sinfín de efectos especiales, mucha pantalla verde y melodrama que aburre más de lo que entretiene. La chica del título es sólo una guía turística en esta aventura fantástica que, además de perder la novedad, extravió el Norte de los clásicos relatos de Lewis Carroll. Nos venden un villano como el Tiempo -un Sacha Baron Cohen bastante contenido y de lo más rescatable del film- que no lo es tanto, una historia de venganza entre hermanas que resulta más trillada que la novela de la tarde, y los insoportable manierismos de Johnny Depp que aburrieron una década atrás por culpa de este tipo de personajes repetitivos. A pesar de la verborragia visual, la estética sigue siendo lo más atrayente de esta entrega, lo único que maravilla en un relato plagado de subtramas familiares que deja a la propia Alicia fuera de la ecuación y sólo la recupera a la hora de dar un cierre y otorgarle una moraleja a esta adaptación literaria. Al menos Burton invertía en los personajes, arquetipos bien delimitados. Bobin y el guión de Linda Woolverton (Maléfica) ni siquiera se preocupan por ellos como para lograr que nosotros hagamos lo propio. “Alicia a Través del Espejo” es básica, colorida, puramente infantil y sumamente aburrida para el adulto que busca algo más (algo mínimo) que un despliegue sin fronteras de efectos realizados por computadora. Lo único que logró conmoverme, la dedicatoria a Alan Rickman en los títulos finales.
Singer le pone fin a esta trilogía superheroica y logra escapar de la maldición de la "trecuela". En algún punto perdimos el eje (y el disfrute) y nos pusimos a sobreanalizar las “películas de superhéroes”. Ok, si quieren pueden echarle la culpa a Christopher Nolan, que decidió expandir el género e incluir temas “más serios” en estas aventuras fantásticas cargadas de acción y protagonizadas por hombres y mujeres con extrañas vestimentas y poderes; pero Bryan Singer ya estaba ahí desde antes: las primeras dos entregas de “X-Men” son oscuras, dramáticas y tocan temas tan jodidos como la inclusión y la discriminación, tan de moda por estos días. Pasaron más de quince años –y un sinfín de adaptaciones comiqueras- desde aquella primera película mutante. La franquicia de Marvel sufrió altos y bajos (te estamos mirando a vos “X-Men Origins: Wolverine”), pero siempre se mantuvo dentro de ciertos estándares en cuanto a crítica y público, aunque NADA muy exagerado. Con “X-Men: Días del Futuro Pasado” (2014), Singer retomó las riendas de su criatura y logró entregarnos una gran película que cruzaba líneas temporales, un montón de personajes y acomodaba las cosas para, desde ahí, poder hacer lo que quisiera. Lo que “quiso” se transformó en “X-Men: Apocalipsis” (X-Men: Apocalypse, 2016), el cierre de esta segunda trilogía que empezó con “X-Men: Primera Generación” (X-Men: First Class, 2011), ambientada en la década del sesenta con unos mutantes más jovenzuelos e inexpertos de los que conocíamos hasta ese momento. Acá, llegamos a los coloridos ochenta y, a pesar de que muchas cuentas no nos cierran y las inconsistencias en la historia siguen presentes ya que no TODO se puede justificar con un “borrón y cuenta nueva”, la aventura que nos plantea el director grita “diversión” por los cuatro costados. “Apocalipsis” recupera ese disfrute de la “típica película de superhéroes”, sin necesidad de justificar a cada segundo las acciones de sus personajes. El título lo dice todo: la destrucción es masiva y probablemente no se salve nadie, un cataclismo que llega de la mano de un villano megalómano -En Sabah Nur (Oscar Isaac), el primer mutante que caminó sobre la Tierra-, tan genérico como entretenido porque, como gran parte de los protagonistas de esta aventura, parece salido directamente de las páginas del cómic. Atrás parecen haber quedado las consecuencias políticas de las acciones de Magneto (Michael Fassbender), y hay que destacar que tampoco se hace mucho hincapié entre la relación de los “evolucionados” y el resto de los humanos que los ven más como una novedad que como una amenaza, dependiendo del caso. En esta oportunidad Singer se enfoca en sus queridos mutantes, sus personalidades y cómo cada uno de ellos abrazará sus poderes para defender una causa. La idea es simple: los buenos contra los malos. Los alumnos y profesores de una escuela para chicos dotados, contra este villano imparable y sus “cuatro jinetes” dedicados a protegerlo y hacer el trabajo sucio; “mutantes perdidos” que encontraron bajo su ala algún tipo de consuelo y ganas de vengarse por las injusticias de este mundo. No hace falta nada más. “X-Men: Apocalipsis” trae de vuelta a los personajes que fueron sobreviviendo y nos presenta una enorme galería de otros nuevos. Todos tienen su momento de lucirse en la pantalla y ninguno desentona, incluso aquellos que pasan por la historia azarosamente, más como un guiño simpático para los fans de la franquicia y los cómics, que como un aporte importante para la trama. Sí, hay muchos momentos forzados para lograr que todo encaje, pero encaja porque al final es una peli de superhéroes y no un drama existencialista sobre los excesos de la década del ochenta. Singer se anima a cambiar el tono oscuro de sus primeras películas (tanto desde lo visual como lo narrativo) y nos regala un relato pop por dónde se lo mire: desde el color, las formas, la música y las referencias, arrancando por una escena en el antiguo Egipto -unos 3.600 años A.C.-, tan imponente como excesiva (¿alguien dijo kitsch?). Acá no quedan dudas, desde el minuto cero se trata de una aventura fantástica de ciencia ficción y el realismo lo tenemos que dejar en la puerta de la sala. Ahí reside el principal acierto de “X-Men: Apocalipsis”, disfrutar un poco más y no tomárselo tan en serio. El equilibrio se da entre sus personajes más trágicos y sufridos (Magneto, Jean Grey, Angel), los “comic relief” (Quicksilver, Nightcrawler) y los que están en el medio, esos que vienen a aportar la “formalidad” mínima y necesaria que necesita la trama como Charles Xavier (James McAvoy) y Mystique (Jennifer Lawrence), que no molesta tanto como uno se hubiera imaginado en un principio. “X-Men: Apocalipsis” cierra (y no cierra) esta nueva trilogía marveliana de forma muy correcta y entretenida como debe ser una película de superhéroes hecha y derecha. Los efectos son impecables, algunas tramas medio flojas, pero el saldo es positivo si nos arrancan una sonrisa de vez en cuando y nos permiten preocuparnos por esos personajes (tan ajenos a nosotros) que aparecen en pantalla. Por mi parte, “mutante y orgullosa”, Singer no nos dejes nunca porque entendiste muy bien cómo hacer las cosas.
Mucho glamour, risas y misterio tras las bambalinas de la Era Dorada del séptimo arte. Una vez más, Joel y Ethan Coen mezclan géneros, y su distintiva impronta, para contar una historia plagada de misterios y momentos bizarros ambientada en el Hollywood de la Era Dorada, allá por la década del cincuenta. Todo gira en torno a la figura de Eddie Mannix (Josh Brolin), un hombre devoto y muy trabajador cuya tarea es “arreglar” cualquier inconveniente que surja entre las estrellas de Capitol Pictures. De entrada, los realizadores nos sumergen en el detrás de bambalinas de una época signada por el “star system” y el “studio system”, donde los ejecutivos eran amos y señores de sus “propiedades” y podían contralar cada aspecto de la vida de sus actores y realizadores. Un sistema bastante cruel, pero los Coen se encargan de jugar con la parodia, la crítica y, de paso, homenajear una de las épocas más fructíferas de la industria del séptimo arte: la de las grandes producciones filmadas en set magistrales y del glamour de sus grandes estrellas, que eran mucho más de lo que aparentaban delante de las cámaras. ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016) es de esas comedias que arrancan lágrimas y dolor de estómago por tantas risas, más allá de que uno entienda (o no) cada una de las referencias que los realizadores ponen en el camino. Cada personaje tiene su correlativo en la realidad, clásicas estrellas de Hollywood que no hace falta conocer para captar los chistes y el mensaje no tan sublime. En medio de los escándalos, los actores unidimensionales, los caprichos y la prensa entrometida, Mannix debe enfrentarse a uno de los mayores problemas cuando Baird Whitlock (George Clooney), la estrella más grande del momento, es secuestrado en medio de la producción más importante del año, “¡Salve, César!”, una monumental película épica que cruza la vida de un soldado romano y el Jesús más rubio de la historia. Ahí arranca una trama de misterios y conspiraciones con el trasfondo sociopolítico más inesperado que se les ocurra. En medio, tenemos musicales impactantes, jóvenes actores que intentan ampliar su rango de interpretación y a Mannix, que piensa seriamente abandonar este trabajo por uno mejor. La película lo tiene todo y se transforma en una superproducción (o varias), dentro de otra. Acá hay mucho amor por el cine como arte y el cine como industria, más allá de la sátira y las críticas justificadas. Los Coen juegan un ratito con estos modos de producción que fueron abandonados por productos más “naturalistas” y de “autor”, y se nota la nostalgia en sus imágenes. Hermosos fotogramas captados por la cámara de Roger Deakins que nos trasladan a una época para nada inocente, a pesar de lo que se contaba en la gran pantalla. Scarlett Johansson, Channing Tatum, Tilda Swinton, Ralph Fiennes, Jonah Hill y Frances McDormand, entre muchísimos otros, forman parte de un elenco donde todos se lucen, personajes bizarros y encantadores, como nos tienen acostumbrados estos hermanitos, a los que nos gustaría seguir viendo una y mil veces. ¡Salve, César! es el cine dentro del cine, pero también es comedia, es thriller, es musical y la dramática historia de un hombre que se debate entre hacer lo correcto y hacer lo necesario. Amamos a los Coen por estas gemas, más allá de que esta vez nos deben un buen baño de sangre.
El cine nacional nos trae una propuesta a toda acción y misterio y no hay que dejarla pasar. El cine nacional sigue sumando grandes propuestas de género y una gran producción gracias a las colaboraciones con la Madre Patria. En esta oportunidad, el director Rodrigo Grande se despacha con un thriller cargado de acción que no deja de lado los grandes personajes. Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un hombre solitario y taciturno, postrado en una silla de ruedas, que pasa los días encerrado en el sótano de su casona reparando computadoras y otros artefactos electrónicos. Las penurias económicas lo obligan a rentar uno de los cuartos de la casa y es ahí donde entra en juego Berta (la española Clara Lago), bailarina de striptease, y su pequeña hija Betty. La llegada es impetuosa y un poquito invasiva, pero pronto le sumarán un poco de vida y alegría a la lúgubre y destartalada vivienda y su renuente dueño. Mientras la vida de Joaquín se pone un poco patas para arriba y empieza a experimentar algo parecido a la felicidad, bajo su sótano algo comienza a gestarse. Los ruidos le llaman la atención y pronto la curiosidad lo empuja a descubrir un complot para robar las cajas de seguridad del banco de la esquina. El grupo de ladrones, liderado por el cruento Galereto (Pablo Echarri), está construyendo un túnel por debajo de su casa sin saber que Joaquin comenzó a vigilar cada uno de sus movimientos. Pero en vez de alertar a la policía del futuro atraco, el hombre tiene en mente sus propios planes, que incluyen frustrar el asalto y hacer pagar a Galereto por más de un crimen cometido en el pasado. Esa es la trama principal de “Al Final del Túnel” (2016) que, de apoco, va entretejiendo un panorama cargado de traiciones, personajes ambiguos y grandes momentos hasta confluir en un final con varias sorpresas. La película no tiene nada que envidiarle al mejor exponente extranjero de “film de atracos”. Grande va construyendo, de a poco y sin prisa, esta trama cargada de misterio y se vale de su mejor herramienta, un impresionante Leonardo Sbaraglia que se carga a los hombros casi toda la trama. Todo lo vemos y lo sentimos a través de él y sus limitaciones, tanto físicas como emocionales. Echarrí aporta lo suyo con un personaje bastante sádico y, tal vez, lo más flojito de la película es la actuación (y la trama) de Lago un tanto forzada, aunque puede llegar a justificarse. La puesta en escena es impecable y las instancias del golpe en sí nos mantienen a la orilla de la butaca, temiendo a cada segundo por el bienestar de este héroe impensado. “Al Final del Túnel” se maneja dentro de varios géneros y, si bien la parte dramática es la menos lograda, es el mejor motivante para que Joaquín haga todo lo que hace. Grande sabe manejar los climas, jugar con los escenarios y explotar lo mejor de sus actores, así también como disimular sus limitaciones interpretativas. Algunos personajes y subtramas pueden parecer forzados, y hasta representar más de un cliché dentro del género, pero el resultado general termina siendo satisfactorio y hasta muy tarantinesco. “Al Final del Túnel” se mantienen dentro de los parámetros que nos ofrece la producción nacional, pero se la juega al incorporar elementos que estamos más acostumbrados a ver en elaboradas producciones extranjeras, mezclados con la idiosincrasia local, y eso es lo que realmente hace que este thriller de acción funcione tan bien en nuestras cabezas.
J.J. Abrams nos trae una nueva historia llena de misterios y conspiraciones. Sabe lo que nos gusta. En pleno auge de “Lost” (2004-2010), el director Matt Reeves, el guionista Drew Goddard y el productor J.J. Abrams se despacharon con “Cloverfield –Monstruo” (Cloverfield, 2008), aquella aventura de terror y ciencia ficción rodada con una vertiginosa cámara en mano y un bajísimo presupuesto, que abrió un montón de interrogantes y teorías internetianas. Ahora, casi de la nada, nos llega “Avenida Clovefield 10” (10 Cloverfield Lane), película que se enmarca en el mismo universo cinematográfico (por así decirlo), aunque se corre un poco de la fantasía y se concentra en una trama más terrorífica y claustrofóbica donde lo más importante son los climas y los individuos. El debutante Dan Trachtenberg toma las riendas del relato de Michelle (Mary Elizabeth Winstead), una mujer con sueños y muchas dudas que decide emprender nuevos rumbos y escapar de la vida que lleva junto a su prometido. En el camino sufre un accidente de auto y cuando se despierta descubre que se encuentra encerrada en el impenetrable bunker de Howard (John Goodman), un ex marine bastante paranoico, que asegura haberle salvado la vida de un ataque químico (y posiblemente extraterrestre) que dejó el exterior totalmente inhabitable. Desconfiada, Michelle intenta escapar del lugar, pero de a poco empieza a sospechar que Howard podría estar diciendo la verdad. El tercer ocupante del sótano es Emmett (John Gallagher Jr.), un joven constructor que vio lo que ocurría en el exterior y se hizo camino hacia este refugio donde el “dueño de casa” trata de mantener el orden, cueste lo que cueste. Los días pasan sin mucha noción del tiempo, y las dudas empiezan a atacar a los jóvenes ocupantes que preferirán arriesgar sus vidas para descubrir que anda pasando más allá de esas puertas metálicas. Trachtenberg sabe como manejar el ritmo del relato y la atmósfera claustrofóbica que viven los protagonistas y los espectadores, que tampoco saben para dónde se dirige esta historia. Gran parte es un relato de misterio y terror donde sus ocupantes más inocentes están a merced de un “villano” maquiavélico, y un poquitín trastornado, que realmente está convencido de hacer el bien. Y lo hace. No sabemos a quien creerle, pero de a poco van cayendo las fichas de este rompecabezas armado en base a un presupuesto diminuto y grandes actuaciones, especialmente las de Goodman y Winstead. El final, es un tema aparte que deberán asimilar por ustedes mismos (acá no vamos a tirar spoilers). Pero antes de llegar a ese punto, tenemos una gran historia concentrada en la psicología de sus protagonistas, su instinto de supervivencia, sus decisiones morales y la actitud que piensan adoptar en una situación tan compleja (y ajena) como podría ser el fin de la civilización como la conocemos. “Avenida Clovefield 10” crea un micro cosmos que nos atrapa en apenas cien minutos de película. Pura actuación y tensión sin artificios que, tal vez, queda un poco truncada (para algunos) con un final que no está realmente a la altura. ¿Se viene un nuevo universo cargado de sci-fi y misterios)? Sólo el tiempo lo dirá, pero vale la pena empezar a descubrirlo.
Otro clásico animado cobra vida de la mano de Disney y un montón de animalitos parlanchines. Las adaptaciones live-action (o sea, con actores de carne y hueso) de clásicos de la literatura infantil ya son una moneda tan corriente como las aventuras de superhéroes. Váyanse haciendo a la idea de que, en los próximos años, se vendrá un aluvión de estas historias, a veces bien encaminadas y otras tantas que quedarán perdidas en el recuerdo. El futuro cercano nos dirá la suerte que correrá “El Libro de la Selva” (The Jungle Book, 2016), un nuevo intento de Disney por rescatar (y aggiormar) aquella nostalgia de la infancia con relatos un poquito más adultos y modernizados. Jon Favreau –director de las dos primeras entregas de “Iron Man”- se hace cargo de esta nueva versión del clásico de Rudyard Kipling y nos lleva al corazón de la selva, donde el pequeño Mowgli (el debutante Neel Sethi) creció en medio de una manada de lobos que lo acogió desde bebé y lo crió como propio, incluso a sabiendas de que, cuando crezca, puede convertirse en su principal amenaza. Todos los animales conviven en paz, siempre y cuando respeten su territorio, no es el caso del tigre Shere Khan (voz de Idris Elba), que se la tiene jurada al pequeño humano. Para salvar su vida y la de los suyos, Mowgli deberá abandonar a su familia adoptiva, atravesar la sabana y reunirse con los de su especie. Un viaje literal y metafórico para descubrir cual es su verdadero lugar en el mundo. En el camino encontrará peligros, nuevos amigos, sabiduría y hasta un par de canciones, porque no olvidemos que esta es una película de Disney y, a pesar de que desentonan dentro de la historia, no puede evitar los musicales. Ese, tal vez, es uno de los pocos puntos flojos del film que, a pesar de tener animales parlanchines, ostenta un nivel de realismo que da más miedo que las garras de Khan (esto en el mejor de los sentidos). “El Libro de la Selva” sigue la línea de “Una Aventura Extraordinaria” (Life of Pi, 2012), sólo que acá debe lidiar con una fauna más extensa y variada. La mayoría de los animales se luce (más allá de que el movimiento de sus bocas nos resulte un poco extraño), pero el CGI termina mostrando un poquito la hilacha cuando se trata de personajes secundarios. Igual, estos detalles técnicos no opacan la tierna y humana historia de Mowli, que roba pantalla con su mezcla de ingenuidad y sagacidad propia de la infancia. Acá no hay artificio y cada animalito resulta tan creíble como los humanos que prestaron sus voces, un elenco impecable y muy reconocido que incluye a Bill Murray (el oso Baloo), Ben Kingsley (la paternal pantera Bagheera), Lupita Nyong'o (la madre loba Raksha), Scarlett Johansson (la escurridiza serpiente Kaa) y Christopher Walken (el gigantesco rey Louie). “El Libro de la Selva” toma prestada cierta estética (y movimientos de cámara) de la animada “Tarzan” (1999), pero acá todo queda en familia. Hay acción, aventura, humor y canciones, aunque tal vez no sea tan apropiada para los más chiquitos que podrían no gustar de algunas escenas oscuras y violentas. Uno de sus problemas es que se queda a mitad de camino entre lo infantil y lo adulto y, en un punto, parece estar dirigida directamente a un público más mayorcito capaz de entender y disfrutar de cada uno de esos detalles que, además, remiten al clásico animado del estudio del ratón, y la obligada evolución y adaptación al siglo XXI. “El Libro de la Selva” es un placer para los sentidos (aunque tampoco hay que exagerar al respecto), pero lo bueno es que no se queda sólo en los detalles técnicos y visuales, y se esfuerza en profundizar sus historias y, sobre todo, sus personajes, muy humanos, aunque la mayoría camine en cuatro patas.