Qué difícil dejar de lado las pasiones y tratar de ser objetivo. Les tengo una noticia: es (casi) imposible, pero uno hace lo que puede. “Batman Vs Superman: El Origen de la Justicia” (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016) dividió las aguas entre críticos y público, y les puedo asegurar que con “Escuadrón Suicida” (Suicide Squad, 2016) va a pasar exactamente lo mismo. Antes de empezar a numerar las fallas del film, empecemos por los aciertos, y más allá de los problemas argumentales, hay que destacar que, al igual que Zack Snyder, David Ayer tiene un estilo propio y se anima a impregnarlo a lo largo de la película. Hablamos de un director y guionista acostumbrado a la violencia y las historias no aptas para menores. Acá se lo nota contenido, pero tampoco realiza concesiones. A pesar de lo que puedan dar a entender los avances, “Escuadrón Suicida” no está plagada de chistes y momentos hilarantes. Es más, las carcajadas que provoca son muy pocas y, tal vez, un poco forzadas, pero no quita que el todo sea entretenido y más “pasatista” que la densa aventura superheroica de Snyder. Los miembros de la Task Force X son lo que son porque están dañados, sus pasados son bastante dramáticos y turbios y, de alguna forma, la historia que plantea Ayer busca redimirlos. Están clarísimos los personajes principales y los secundarios –totalmente prescindibles-, pero en conjunto se complementan y ninguno desentona aunque tengan pocos minutos en pantalla. Podemos criticarles la falta de desarrollo o alguna humorada fuera de lugar, pero cada uno se desenvuelve muy bien en su “uniforme”, ya sea “héroe” o “villano”. Bah, la mayoría forma parte de la segunda categoría, acá la diferencia es el nivel de maldad que ostenta cada uno. El Deadshot de Will Smith y la Harley Quinn de Margot Robbie son los primeros que se destacan del conjunto, obviamente, pero es Viola Davies, en el papel de Amanda Waller, la que se lleva todos los aplausos. Waller es la dueña del circo y la maestra de ceremonias, la verdadera villana de todo este asunto, aunque nos venda el cuentito “del bien mayor” y todo eso. A raíz de la aparición de Superman (y la muerte de este) –“Escuadrón Suicida” se sitúa cronológicamente después de BvS-, Waller decide formar esta “fuerza de contención” conformada por humanos habilidosos y metahumanos con el único propósito de estar preparados para la Tercera Guerra Mundial que, según ella, va a llegar de la mano de estos seres con poderes. Nadie la puede culpar, pero sus métodos de “reclutamiento” dejan mucho que desear. Amanda (y su A.R.G.U.S.) encontrará en la prisión de Belle Reve a estos reclutas renuentes, muchos de los cuales fueron a parar ahí gracias al Caballero Oscuro. En realidad, no tienen muchas opciones y pronto son empujados (literalmente) a una misión suicida. Entre los “metahumanos” que trabajan para la Waller se encuentra June Moone (Cara Delevingne), una arqueóloga poseída por una malvada y antigua entidad conocida como Enchantress. Claro que en un punto se le escapa de las manos y se convierte en la peor amenaza. Ahí es cuando entra en acción la Task Force X al mando de Rick Flag (Joel Kinnaman), militar de carrera al que Waller, tiene bien agarrado de las pel…, ustedes entienden. Si dejamos de lado el hecho que la villana en cuestión no funciona en la dinámica del film, el resto no está tan mal. Los actores tienen sus buenos momentos, la acción es constante y Ayer sabe como filmarla, hay humor y muchas referencias comiqueras, pero todo presentado en una desprolija ensalada. Una vez más, al igual que en BvS, el montaje de las escenas le juega en contra. Ayer abusa de la música y los flashbacks para presentarnos a los personajes en una estética de video clip que al principio parece novedosa, pero al final termina cansando y estorbando en la narrativa (ojo, esto es una cuestión de gustos). El director se esfuerza por meter demasiados detalles desde el principio y un poco como que desborda. La segunda mitad baja un cambio y adquiere otro ritmo, lo que hace que también pierda un poco de coherencia en su conjunto. Aclaremos, “Escuadrón Suicida” no es una mala película, pero Ayer desaprovecha el potencial de sus personajes y desbarranca por momentos. El resultado general se siente extraño, pero esto podría suavizarse en visionados posteriores (o todo lo contrario). En cuanto al “elefante en la habitación”, o sea, el nuevo Joker interpretado por Jared Leto, no resultó un santo de mi devoción, aunque su papel se reduce a mínimas apariciones a lo largo de la película. El Payaso Maldito de Leto es un gánster muy al estilo de Azzarello, y su única función específica está ligada a su relación con Harley, o mejor dicho, a su reciente distanciamiento. No es una genialidad, tampoco es aberrante, simplemente está ahí y deberíamos ver un poco más para juzgarlo. En resumen, “Escuadrón Suicida” es una película de acción protagonizada por un grupo de antihéroes que no tiene un propósito, pero (que algunos) lo va encontrando por el camino. Dan ganas de saber un poco más sobre estos personajes porque nos encariñamos con ellos, pero se merecen una historia más prolija que les haga justicia y permita que se desarrollen sin tantas restricciones. La historia encaja bien en el universo cinematográfico de DC y “esa” escena post créditos entusiasma, sumando porotos para lo que se viene con “JUstice League” (2017). Acá, el nexo es Amanda Waller y ojalá que la podamos volver a ver en un futuro no muy lejano. Hay algo que no termina de cuajar con la película de Ayer: uno quisiera que fuera un hit, pero termina quedándose por el camino. Les advertí que esto de ser objetivo era complicado, y acá se me escapó un corazoncito de regalo.
En un punto, Jason Bourne (Matt Damon) se convirtió en el espía ideal post 11/9. El cine moderno necesitaba más de sus aventuras que las del 007, una historia más violenta, cruda y con villanos más reales que los que ostenta la creación de Ian Fleming. “Bourne: El Ultimátum” (The Bourne Ultimatum, 2007) fue la última entrega protagonizada por el desmemoriado agente de la CIA, pero Damon y el director Paul Greengrass decidieron volver a las andadas, tal vez, para darle un final definitivo a esta saga de súper acción. Esto del punto final está por verse, ya que si los números acompañan, Jason podría seguir haciendo de las suyas, aunque ya no haya tanta historia para contar. Ahí reside el gran problema de “Jason Bourne” (2016) que, en cuanto a su trama, se encuentra a años luz de aquella primera e intrincada película –“Identidad Desconocida” (The Bourne Identity, 2002)- donde empezábamos a descubrir la punta del iceberg y todos los chanchullos del gobierno yanqui y su “programa” Treadstone. Los súpersoldados parecen haber quedado en el pasado, pero Bourne no puede soltar, al menos sus malos recuerdos. Pronto vuelve a la cacería, cuando Nicky Parsons (Julia Stiles) lo contacta y le pasa información sobre la creación del proyecto que le dio vida y la estrecha relación que esto tenía con su padre Richard Webb. No olvidemos que el verdadero nombre de Jason es David Webb y que fue un voluntarioso espécimen para Treadstone. Ahora, alejado del mundo, se dedica a ganarse la vida peleando a puño limpio y a no levantar la perdiz para llamar la atención de la CIA que, crease o no, todavía lo sigue buscando. El nuevo objetivo de Bourne resulta ser Robert Dewey (Tommy Lee Jones), director de la Agencia de Inteligencia, y uno de sus más fieles agentes interpretado por Vincent Cassel. En la vereda de enfrente se encuentra Heather Lee (Alicia Vikander), la joven y entusiasma operativa, capaz de encontrar la aguja en el pajar, cuya alternativa es sumar a Jason de vuelta a las filas en vez de eliminarlo por completo. Este es el hilo conductor de la nueva entrega de la franquicia, y no esperen mucho más. La vuelta de la dupla Damon-Greengrass es sencilla y concisa, aunque se guarda algunos giros bajo la manga. Obviamente, el nuevo programa (en cuestión) de la CIA tiene que ver con la supervigilancia, y así el personaje creado por Robert Ludlum se cuela en temas más actuales como Snowden y las redes “libres” de interferencias gubernamentales. Greengrass aprovecha a insertar a su personaje en medio de trifulcas sociopolíticas, monopolios tecnológicos y encubrimientos del gobierno, lo pasea por el mundo desde Grecia hasta Las Vegas, y despliega todo lo que sabe en materia de acción, persecuciones y peleas cuerpo a cuerpo. Es Jason Bourne en un 100%, pero esto ya no nos alcanza para llenar dos horas de película. En medio de este tour internacional llega el tedio, y la resolución del tercer acto no aporta tanto como uno quisiera. Lo mejor sigue siendo Damon, aunque acá parece más un fantasma. Un actor secundario que llega cuando la trama más lo necesita, aunque su escueta participación nos deja un gustito a poco. Alicia Vikander le da una nueva perspectiva a este asunto, y Jones se pone en la piel del “villano” que defiende los intereses del país que ya tanto conocemos y no sorprende a nadie. En definitiva, “Jason Bourne” es para el amante de la acción sin respiro, pero no le pidan las sutilezas y entramados narrativos de las primeras entregas. Esta vez sólo quedan las piñas y patadas, el espionaje se lo dejamos para James Bond.
Llega una película de terror nacida de un corto amateur que te va a sacar las ganas de dormir. En el año 2013 David F. Sandberg realizó junto a su esposa Lotta Losten un pequeño cortometraje de terror titulado “Lights Out” con apenas lo que tenían a mano y mucha imaginación. El corto captó la atención de los festivales y pronto juntó un montón de visitas y likes en su página de YouTube llamando la atención de Hollywood, Warner Brothers y el productor James Wan (“El Conjuro”). “Lights Out” juega con la vieja premisa del miedo a la oscuridad y lo que se esconde entre sus sombras. Convertir una historia de dos minutos y medio de duración en un largometraje no es tarea fácil, y un poco se nota la inexperiencia de Sandberg en la trama de “Cuando las Luces se Apagan” (Lights Out, 2016). La película de terror, que costó unos cinco millones de dólares, es corta y concisa, sabe muy bien como manejar los climas, los espacios y alejarse de los convencionalismos tan comunes en el género de sustos. Ahí es donde reside su mayor acierto: en la mayoría de los casos, los protagonistas toman las decisiones acertadas. El pequeño Martin (Gabriel Bateman) acaba de perder a su papá, y mamá Sophie (Maria Bello) no está en las mejores condiciones psicológicas. El nene no puede dormir y su hermanastra Rebecca (Teresa Palmer) decide dar una mano, pero pronto descubre que algunos de los miedos del pequeñín, y lo que ocurre en su casa, no son tan diferentes a las pesadillas que le tocaron vivir de chiquita. Algo ocurre en el lugar y está relacionado con el pasado de Sophie. A pesar de sus reticencias, Rebecca se dispone a encontrar la verdad, aunque eso signifique hacerle frente a una oscura entidad que se hace presente, obviamente, cuando las luces se apagan. Sandberg juega más que nada con la psicología de los personajes y la traslada al espectador que, por momentos, ya no sabe qué pensar con respecto a los protagonistas y sus encuentros con lo sobrenatural. Hasta ahí, todo bien. La construcción de la atmósfera es impecable y hasta se anima a salir de la “casa embrujada” y romper las convenciones del género. El problema pasa por la resolución del conflicto y todas sus explicaciones, un tanto apresuradas en comparación al resto. Ahí es donde más se notan las fallas de este director debutante que pronto seguirá en carrera con “Annabelle 2” (2017). A pesar de ello, estamos ante un buen producto de terror de esos que escasean hoy en día y, al igual que “El Conjuro” (The Conjuring, 2013) y su secuela, intenta rescatar lo más clásico del género y adaptarlo a nuestros tiempos narrativos. Acá no hay grandes efectos, ni sangre por todos lados, hay una atmósfera que se va construyendo de a poco gracias a sus personajes (y la buena actuación de los actores) y sus circunstancias. Todo pasa por los pequeños detalles, aunque no siempre funcionan. El director y el guionista Eric Heisserer no pueden evitar algunos lugares comunes, y ese redondeo que le falta a la trama, es lo que aleja a “Cuando las Luces se Apagan” del Olimpo de las grandes películas del terror, aunque sus intenciones son muy, pero muy buenas.
Desde que salió el primer adelanto y nos enteramos de qué iba la cosa con “La Vida Secreta de tus Mascotas” (The Secret Life of Pets, 2016), todo parecía tener un olorcito a “Toy Story con animalitos” que no se podía evitar. La premisa de “¿qué hacen las mascotas cuando sus dueños no están en casa?” resulta más que divertida, sobre todo cuando conocemos a los peludos protagonistas de esta aventura animada ambientada en Nueva York, pero al final del día todo se reduce a lo mismo: dos animales perdidos en la ciudad, tratando de limar asperezas mientras deben unir fuerzas para volver a casa y a los brazos de su dueña. ¿Les suena? La gente de Illumination Entertainment, los mismos creadores de “Mi Villano favorito” (Despicable Me) y “Los Minions”, se esforzaron para salir de sus franquicias más conocidas y regalarnos un abanico de personajes originales. A pesar de los esfuerzos, y un increíble despliegue visual –la recreación de Nueva York es impecable-, a los más grandes, acostumbrados a este tipo de películas, la historia les va a parecer demasiado genérica desde su construcción y su trama, algo que ya vimos infinidad de veces en la pantalla grande. Pero esta es, ante todo, una aventura para pequeñines cargada de acción, humoradas y personajes de todo tipo y tamaño. Max vive cómodamente con su dueña (Katie) en un pequeño departamento de Manhattan, rodeado de otros vecinos perrunos y gatunos. Su vida es un paraíso, y su única preocupación es contar los minutos hasta que Katie vuelve a casa del trabajo para seguir jugando y recibir su cariño. Todo cambia cuando la chica decide agregar otro can a la ecuación, Duke, un enorme y peludo cuadrúpedo recién salido de la perrera, que en seguida deja en claro que a él no le gusta compartir. Y así comienza esta conflictiva relación entre Max y Duke, dos perritos súper domésticos que pronto terminan perdidos por las calles de NY y en medio de una banda de animales “salvajes” que odian a los humanos liderados por Snowball, un conejo bastante psicópata. Los vecinos peludos de Max saldrán a la búsqueda de su amigo, desatando el caos e la ciudad y un sinfín de situaciones hilarantes. “La Vida Secreta de tus Mascotas” no llega a nuestras salas en idioma original y ahí es donde pierde puntos para los adultos. Martín “Campi” Campilongo es el encargado de prestarle su voz a Duke, un can con un acento (y modismos) bastante argentino que choca con la “neutralidad” de los doblajistas de otros países latinoamericanos. Una decisión artística de los productores que, en teoría, le otorga a cada animal su propia personalidad, pero en la práctica suena bastante descolocada. “La Vida Secreta de tus Mascotas” intenta ser diferente, pero se queda por el camino. Illumination desaprovecha una gran oportunidad de mostrarnos, realmente, que ocurre con las mascotas cuando sus dueños no están a la vista y despacharse, por ejemplo, con algo parecido a “La Ventana Indiscreta” (Rear Window, 1954). Sin embargo, esta premisa se convierte sólo en una anécdota que funciona como prólogo de la película y un chiste recurrente a lo largo de la trama. Los personajes tampoco enamoran. Les falta desarrollo, carisma, ese “que se yo” que nos permita identificarnos y emocionarnos con sus historias. Eso no llega a ocurrir por la velocidad con la que avanza el relato, más preocupado por pasearnos de un lado para el otro. Desde la estética no hay nada que reprocharle, todo lo demás, termina siendo una historia animada del montón que, seguramente, tendrá un montón de secuelas. Lástima, tenía potencial, pero no deja de ser otra aventura con animalitos parlanchines.
Tarzán vuelve a la pantalla grande y tiene los mejores abdominales del mundo. Uf. El rey de la selva está otra vez entre nosotros con una vuelta de tuerca más aventurera y una historia romántica a cuestas que trata de alejarse de las versiones anteriores. Olvídense, por un momento del “hombre mono” que fue criado por simios en la jungla, y piensen en un lord inglés que vive en una enorme mansión junto a su esposa y una parva de sirvientes. Así comienza “La Leyenda de Tarzán” (The Legend of Tarzan, 2016), una nueva adaptación de la clásica historia de Edgar Rice Burroughs, a cargo del director David Yates, conocido por las últimas entregas de la saga de Harry Potter. Alexander Skarsgård (por siempre el vampiro Eric de “True Blood”) se pone en la piel de John Clayton, heredero del nombre y la fortuna familiar que abandonó la selva desde hace tiempo y ahora vive tranquilamente junto a su querida Jane (Margot Robbie), también criada entre animales salvajes y nativos del Congo. John es tentado por la corona belga para regresar a su hogar natural, pero sólo acepta la “misión” cuando George Washington Williams (Samuel L. Jackson) lo insta a tomar conciencia de las atrocidades que se cometen en el lugar como la matanza indiscriminada de humanos y animales, así también como la esclavitud. Los Clayton viajan con la esperanza de reencontrarse con viejos conocidos, pero pronto descubren que es una treta para atraer su atención. El responsable es Leon Rom (Christoph Waltz), quien trabaja bajo las órdenes del rey Leopoldo y sólo busca apresar a Tarzán y así intercambiarlo por una cuantiosa suma de diamantes que podrán salvar la baqueteada economía belga. Por ahí viene la trama de esta aventura non-stop que nos hará recorrer cada rincón de la selva y sus peligros cuando Rom tome a Jane como moneda de cambio. El pasado de Tarzán y su amada, el motivo por el cual Mbonga (Djimon Hounsou) –jefe de una tribu de guerreros- busca venganza, la avaricia del hombre blanco y otras cuestiones se mezclan en esta historia que todos conocemos muy bien, aunque dista muchísimo de, por ejemplo, la versión animada de Disney. John debe volver a sacar a su fiera interior (esa que trató de esconder por mucho tiempo) para atravesar cielo y tierra, y rescatar a su esposa que, acá, es mucho más combativa y no se queda en el simple papel de damisela en peligro, aunque se esfuercen demasiado en recordárnoslo cada dos minutos. Skarsgård y Robbie hacen lo mejor que pueden con una historia llena de clichés y poca sustancia, son lo mejorcito de esta aventura que intenta tener un mensaje más profundo cunado se mete con cuestiones más humanitarias (la gran novedad, si se quiere), pero se queda por el camino en medio de tanta acción y flashbacks que van y vienen en el relato para contarnos el pasado de estos personajes y cómo se conocieron. “La Leyenda de Tarzán” tampoco se impone desde lo visual, sobre todo si la comparamos con “El Libro de la Selva” (The Jungle Book, 2016) y sus geniales criaturas animadas. Ojo, tampoco tiene efectos desastrosos y muchos movimientos de cámara nos dan una gran sensación de estar inmersos en medio de la acción, pero se notan algunos de sus “hilos”. Lo peor, aunque no lo crean, son Waltz, Jackson y sus estereotípicos personajes, los mismos que vienen repitiendo desde hace años (pueden culpar a Tarantino por ello) y acá molestan más de lo que aportan a la historia. En serio, Rom es insoportable desde el minuto cero. “La Leyenda de Tarzán” intenta darnos una nueva visión del personaje de Burroughs, pero a pesar de sus buenas intenciones, se queda por el camino, incluso se vuelve aburrida cuando insiste en concentrarse en la historia de amor entre Tarzán y su Jane, gente linda, pero no lo suficiente para captar nuestra atención a o largo de dos horas de película.
“The Purge” se convirtió en una de las franquicias de terror de bajo presupuesto más rentables de los últimos tiempos. El productor Jason Blum (y su Blumhouse Productions) -responsable de “Actividad Paranormal” (Paranormal Activity), “La Noche del Demonio” (Insidious) y “Sinister”-, arremete con un nuevo capítulo de esta saga ultraviolenta, una vez más dirigida por James DeMonaco, el mismo de las dos películas anteriores. Estamos situados unos años después de los hechos de “12 Horas Para Sobrevivir: Anarquía” (The Purge: Anarchy, 2014) y Leo Barnes (Frank Grillo, el Crossbones del MCU) ahora es el jefe de seguridad de la senadora Charlie Roan (Elizabeth Mitchell, la Juliet de Lost). Su tarea principal es proteger a esta candidata a la presidencia durante su campaña y la inminente “Purga” que, a pesar de que suele tener como objetivo a los más pobres e inocentes, este nuevo año no presenta privilegios para nadie y todos, absolutamente todos, estarán expuestos a esta violenta noche de catarsis colectiva. Roan tiene una mala experiencia con la purga en su pasado, y su objetivo principal es eliminarla cuando asuma su mandato. Esta promesa de campaña pone nerviosos a los Nuevos Padres Fundadores, los poderosos gobernantes de esta distópica USA, creadores de la purga para bajar las tasas de criminalidad y eliminar la pobreza, como beneficio secundario. La senadora tiene la intención de pasar estas doce horas de locura en su hogar, protegida por sus hombres, pero una traición en sus filas hará que quede a merced de unos mercenarios contratados para eliminarla. Con la ayuda de Barnes, Roan sale a la calle, pero ahí los peligros se multiplican, si sumamos a la población que sale a purgar a diestra y siniestra. “12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección” (The Purge: Election Day, 2016) –un título muy conveniente en épocas de Donald Trump- nos pasea vertiginosamente por las calles de Washington donde esta pareja fugitiva debe encontrar resguardo y sortear un montón de obstáculos. Serán los ciudadanos de clase más baja los que arriesgarán su propia vida para ayudarla, los elementos más vulnerables de la sociedad que quedan expuestos durante la Purga a merced de chicos ricos y aburridos o extranjeros que vienen de “tour asesino” desde los más remotos lugares del mundo. Está claro que este es un juego entre ricos y pobres, muy conveniente para los acomodados gobernantes y sus “inversionistas”. Si la primera película tomaba como punto de partida el subgénero de “casa acechada” durante esta noche de violencia, uno de los grandes aciertos de DeMonaco y compañía para las secuelas, fue trasladar la acción a las calles y ver como se comportan los individuos. Además, más allá de la acción y la sangre, la franquicia intenta analizar a una sociedad que rinde culto a las armas (aunque no ahonde mucho sobre ello en una época que necesita de la discusión más que nunca), y poner el eje en la discriminación y la lucha de clases, asociada a cierta segregación racial. Este capítulo profundiza más en estos temas, pero no se detiene lo suficiente para convertirse en un estudio sociológico, al fin y al cabo es una película de terror de bajo presupuesto. “12 Horas para Sobrevivir: El Año de la Elección” es una correctísima trecuela que cumple ampliamente lo prometido, al igual que sus antecesoras. En este caso, parece un poco menos analítica y más concentrada en la trama persecutoria, pero no por ello pierde intensidad y tensión cuando más lo necesita. La película es lo que es, y no hay necesidad de pedirle otra cosa. Tiene sangre, violencia desmedida, tipos buenos y malos, y un mensaje interesante, aunque sea lo más aterrador del conjunto.
Es la primera vez, en todos estos años, que Steven Spielberg se junta con la gente de Disney para realizar un largometraje. Y no cualquier largometraje. Junto a la guionista Melissa Mathison (también responsable de “E.T., el Extraterrestre” y fallecida a finales del año pasado), el director se anima a llevar a la pantalla uno de los tantos clásicos literarios de Roald Dahl y, de esta manera, retornar a sus fuentes más fantásticas, esas que quedaron un poco por el camino cuando se puso más serio y empezó a ocuparse de historias más dramáticas y reales. “El Buen Amigo Gigante” (The BFG, 2016) es pura magia, encanto y humor, no sólo desde lo visual, si no gracias a sus dos personajes principales: la pequeña Sophie (la debutante Ruby Barnhill), una huerfanita en busca de aventuras que no le tiene miedo a nada, y su peculiar compañero grandote a quien el oscarizado Mark Rylance (“Puente de Espías”) le pone el cuerpo y la voz, a través de la técnica de captura de movimientos. Esta relación es el alma de un relato ambientado en Inglaterra en algún punto de la década del ochenta. Todo comienza cuando Sophie descubre las incursiones nocturnas del gigante, y este la secuestra por miedo a que revele sus secretos. El gigantón no es el mayor de los problemas de la nena que pronto descubre que hay criaturas más grandes y poderosas gustosas de masticar humanos, algo que su nuevo amigo desaprueba y decide regresarla al orfanato para que no corra ningún peligro innecesario. La separación dura poco y la extraña pareja termina compartiendo sus días recolectando sueños (y alguna que otra pesadilla), tarea a la que se dedica este BFG (Big Friendly Giant, o en su defecto BAG) para luego regalárselos a los niños que más lo necesitan. Pero sigue estando el problema de los gigantes violentos que quieren invadir la ciudad para secuestrar pequeñines y comérselos de almuerzo. Sophie y su amigo bonachón van a idear un plan para frenarlos, pero antes necesitan el apoyo de la mismísima reina de Inglaterra. Spielberg nos relata un cuentito cargado de ternura, mucha imaginación y algunos chistes flatulentos. Sí, Steven se animó a jugar con el ridículo y su propio niño interior de la mano de una puesta en escena impresionante y una dupla protagonista que es puro carisma y diversión. Sophie es la verdadera heroína en esta historia, pero es Rylance con su forma tan particular de hablar (por favor véanla en su idioma original), e impregnar a un personaje realizado íntegramente por computadora con su espíritu amable, el que se lleva todos los aplausos. “El Buen Amigo Gigante” es una fábula sencilla e infantil -aunque no es exclusiva para los más chicos- que nos pasea por los escenarios más fantásticos (especialmente el País de los Sueños) y nos conecta con la soledad de estos personajes necesitados de amistad y un poquito de afecto. Un cuentito de hadas que no necesita de muchos giros en su trama para emocionarnos y arrancarnos unas cuantas carcajadas, la curiosa relación entre una nena de diez años y un gigante de diez metros y todo lo que se desprende de ello.
Imagínense por un momento que los Avengers son todas chicas y salen a defender a la ciudad de Nueva York con todo lo que tienen. Así se siente la nueva versión de “Cazafantasmas” (Ghostbusters, 2016), como una aventura de superhéroes patea traseros cargada de acción, mucho más humor todavía y un poquito de terror que le suman los espectros de turno. Hay muchísima gente preocupada porque Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon y Leslie Jones vengan a arruinarles la infancia (¿?) o, en su defecto, un clásico en apariencia intocable que puede llegar a ser profanado por estas cuatro geniales artistas de la comedia. Para empezar, son los propios Dan Aykroyd e Ivan Reitman (director de las películas originales) los que están detrás de la producción de este reboot y, por ende, fueron los primeros en darle el visto bueno a Paul Feig (director y co-guionosta), un tipo que sabe un montón sobre humor y sobre manejar exitosos elencos femeninos. Pueden chequear “Freaks and Geeks”, “Damas en Guerra” (Bridesmaids) o “Spy”, para quedarse más tranquilos. Ahora, si se van a subir a esta ola de odio injustificado, ni se molesten en leer esta reseña y siguen con otras cosas. No es cuestión de hacerles perder el tiempo. “Cazafantasmas” no intenta ser un homenaje y contar la misma historia protagonizada por mujeres. Sí, obvio que hay muchos puntos en común con la versión de 1984, pero en este nuevo universo nunca existieron ni Venkman, ni Stantz, ni Spengler, ni Zeddmore. Acá tenemos a Erin Gilbert (Wiig), una brillante profesora de la Universidad de Columbia cuya carrera cae en desgracia cuando su pasado –ejem, un libro sobre actividad paranormal que escribió hace años junto a su amiga Abby Yates (McCarthy)- vuelve a salir a la luz manchando su prestigio para siempre. A Erin no le quedan muchas opciones y termina haciendo equipo junto a su camarada y Jillian Holtzmann (McKinnon) para ir a investigar una supuesta aparición fantasmagórica. Las pasiones de la juventud vuelven a resurgir y, sumado a la curiosidad científica, las chicas deciden hacer de esto su nuevo negocio, aunque nadie las tome muy en serio. Pronto se suma Patty Tolan (Jones), una empleada del metro que odia su trabajo y, a pesar de no tener ningún doctorado, conoce la ciudad y la historia de todos sus edificios como la palma de su mano. Como cualquier emprendimiento decente, las Cazafantasmas necesitan un secretario que atienda las llamadas, ahí entra el buenudo de Kevin (Chris Hemsworth), la mejor versión de “rubia tonta” que se haya visto en años. Créannos, la faceta cómica del actor musculoso es mucho mejor bienvenida que su postura de superhéroe nórdico. La actividad sobrenatural se empieza a intensificar a lo largo y ancho de Manhattan y, a pesar de que las autoridades quieren desmentirlo todo públicamente, el caos está a la vuelta de la esquina y sólo estas cuatro heroínas podrán salvar a la ciudad de un cataclismo que viene a acabar con todo. O sea, ¿a quien vamos a llamar? La química que se genera entre las cuatro protagonistas es sencillamente genial, una seguidilla de humoradas, referencias culturales a montones que no se le pueden escapar a ningún nerd y mucho guiño cariñoso hacia la historia original. “Cazafantasmas” es, ante todo, una comedia de terror y, obviamente, no faltan los buenos sustos, pero también se valora la amistad y el esfuerzo de estas tres “científicas y Patty” que luchan por cumplir sus objetivos. La historia de fondo es sencilla porque lo que importa es ver como se origina este grupo de cazadoras de espectros, algo así como “Batman Inicia” (Batman Begind, 2005) que nos va mostrando el ensayo y error de nuestro héroe. Hay mucha ciencia de por medio, y muchos artilugios, todo muy práctico y justificado porque ya no estamos en la década del ochenta y la cosa no es tan naive como entonces. “Cazafantasmas” cumple con todo lo que promete y regala una infinidad de momentos hilarantes. Claro que cada uno tiene su punto de vista y puede no dejarse llevar por este nuevo planteo, o el sólo hecho de que se trata de mujeres queriendo ocupar unos zapatos muy grandes. ¿Si hubiese sido un reboot masculino estaríamos discutiendo estás cuestiones? Lo cierto es que a McCarthy, Wiig, McKinnon y Jones los zapatos les quedan muy cómodos y ojalá que los caminen por varias aventuras. Feig sabe como balancear el humor y “esos otros momentos” de la trama, valerse de unos buenos efectos especiales, y hacer el mejor uso de la nostalgia sin empalagar, ni quitarle protagonismo a quienes verdaderamente se lo merecen: sus nuevas estrellas cazafantasmas. Algo nuevo, algo viejo, algo usado, algo ¿verde?… así es “Cazafantasmas”, un nuevo reboot que debe enfrentar mil prejuicios (y hasta se ríe de ellos con mucha clase), pero sale airosa justamente por la sagacidad de sus personajes principales. No deja de ser una historia de origen con una resolución un tanto simplista, pero el balance es muy positivo si uno deja de pensar en géneros y etiquetas, y disfruta esta comedia de terror por lo que es, un gran entretenimiento para las nuevas generaciones y un abrazo cariñoso para los fanáticos más férreos.
Otra adaptación fichinera llega a la pantalla grande y no es tan terrible como uno esperaría. Partamos de la base de que soy una completa ignorante en cuanto a los juegos de Blizzard se refiere. Hecha esta aclaración, y sacando cierta confusión inicial que presenta la película al tirarnos a la cara una sarta de nombres y lugares imposibles de memorizar en apenas unos minutos, “Warcraft: El Primer Encuentro de dos Mundos” (Warcraft, 2016) puede ser disfrutada por cualquiera, tenga o no, conocimiento de la historia que plantean los fichines. La tercera película de Duncan Jones es, básicamente, una aventura épico fantástica repleta de acción, extrañas criaturas, hechiceros, valientes guerreros y orcos, muchos orcos que, como bien reza su título, tendrán un primer encontronazo cunado sus mundos (Azeroth y Draenor) queden conectados mediante un portal interdimensional que traerá más desgracias que satisfacciones. Draenor, hogar de los Orcos, está siendo devastado por una fuerza maligna conocida como “fel magic” (vil) y deben buscar una nueva tierra para seguir subsistiendo. Gul'dan, un poderoso hechicero orco, logró unir a los clanes para atravesar el portal y apropiarse de Azeroth -reino que los humanos comparten con criaturas más pacíficas como duendes y magos-, utilizando la mismísima magia vil para drenar la vida de sus prisioneros y así alimentar esta salida de emergencia. Así, un pequeño grupo de orcos, incluyendo a Durotan (jefe del clan Frostwolf/Lobo Gélido), logra cruzar hacia el otro lado con la intención de asegurarse más “energía” y volver a abrir el portal para traer al resto de la horda. Pero su presencia en Azeroth no pasa desapercibida y pronto pone en alerta al rey de Stormwind (Ventormenta), Llane Wrynn (Dominic Cooper), a su comandante militar y mano derecha Anduin Lothar (Travis Fimmel) y a un joven mago, Khadgar (Ben Schnetzer), que siente la presencia de la magia vil y urge en contactar a Medivh (Ben Foster), el poderoso Guardián de Tirisfal. Los humanos corren con bastante desventaja en cada uno de los encuentros con las gigantescas y violentas criaturas, pero las filas orcas, especialmente Durotan, tampoco están muy contentas con los procedimientos de Gul'dan que fue corrompido por el uso excesivo de esta fuerza y ya no respeta sus propias tradiciones. Por ahí viene la historia y, de alguna manera, humanos y orcos, con la ayuda de la mestiza Garona (Paula Patton), deberán aprender a confiar los unos en los otros y unir fuerzas para detener esta fuerza oscura que quiere arrasar con Azeroth. No podemos evitarlo, pero todo tiene ese airecito a las aventuras cinematográficas que ya conocemos, especialmente “EL Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings) que guarda una gran semejanza desde sus escenarios y personajes. “Warcraft” es entretenida, una historia fantástica llena de acción, espadas y lealtades encontradas que no quiere parecerse a un videojuego, sino a una experiencia cinematográfica. Sus intenciones son buenas, aunque cae en muchos lugares comunes (tal vez demasiados) y termina siendo un poco simplista y apresurada al final (a pesar de sus dos horas de duración) con la única intención de sentar las bases para una secuela. La desprolijidad de los efectos especiales se nota, pero no molestan en su conjunto. Así los personajes en CGI terminan pareciendo más humanos (suponemos, gracias a la técnica de captura de movimientos), que algunos de los estereotipos que presenta el bando contrario (te estamos mirando a vos Dominic Cooper). El humor es breve y desentona un poco entre tanta épica y fantasía, pero también lo hace el drama desmesurado que convence menos que la telenovela de la tarde. “Warcraft” se luce mucho mejor cuando más se concentra en el género, en pasearnos por estas tierras mágicas y sus personajes, y en los conflictos que no dejan de justificar las acciones de ambos bandos. Se toma un poco en serio y eso le juega en contra, pero igual se disfruta por lo que es, una gran aventura pochoclera.
Tenemos una nueva buddy cop movie entre manos, más irreverente y violenta, pero no falta de humor. Hay incontables ejemplos de “buddy cop movies” y, justamente, Shane Black hizo escuela en este subgénero de la mano de los guiones de la franquicia de “Arma Mortal” (Lethal Weapon) –la madre de todos los “buddy cop movies”- o “Entre Besos y Tiros” (Kiss Kiss Bang Bang, 2005) su debut como director,entre otras cosas. “Dos Tipos Peligrosos” (The Nice Guys, 2016) es su tercera película, una comedia criminal de súper acción, cargada de gags extremos, un poco (bastante) de violencia, momentos hiper bizarros y una pareja protagonista que resulta la verdadera novedad de esta historia. Russell Crowe y Ryan Gosling son Jackson Healy y Holland March, un “ajustador de cuentas” independiente y un detective privado y padre soltero, que cruzan (mejor dicho, colisionan) sus caminos mientras ambos rastrean a Amelia Kuttner (Margaret Qualley), una joven hippie que podría estar involucrada en el aparente suicido de la famosa actriz porno Misty Mountains. Pero esta es apenas la punta del iceberg. Estamos en la ciudad de Los Ángeles en 1977, un ambiente de descontrol y promiscuidad donde se cruza la pornografía, la industria automotriz y, posiblemente, una conspiración gubernamental. Muy a regañadientes, y con la ayuda de la sagaz hija de March, los hombres deberán unir fuerzas para encontrar a la joven desaparecida y aclarar este quilombo que los enfrentará a los matones más peligrosos. La química que se establece entre Crowe y Gosling, un tipo incapaz de refrenar su violencia a flor de piel (esos que primero pegan y luego preguntan) y otro bastante cobarde pero aprovechador cuando se trata de conseguir trabajitos extra, es el punto más alto de esta historia cuyo complot está más cerca de “La Pistola Desnuda” que de una policial serio. Ahí está la clave de esta bizarreada que no escatima en sangre, violencia, humor y bastante patetismo. Black sabe como equilibrar la acción, la comicidad y una trama llena de giros que se van ciñendo sobre los protagonistas en una espiral descontrolada, con la genial puesta en escena y una banda sonora acorde a la psicodelia de la época. El realizador se agarra de todos los clichés y los elementos propios del género para exagerarlos, redefinirlos y, quien dice, tal vez crear algo nuevo. Healy y March son arquetipos, obvio -el tipo rudo y el cerebral-, pero lo genial de estos dos actorazos que suelen estar más relacionados al drama, es que no temen hacer el ridículo y sacar a relucir su lado más estrambótico, y por qué no sensible, cuando hay que tomarse las cosas un poquito más en serio. “Dos Tipos Peligrosos” es puro entretenimiento, una caja de sorpresas que no cae en convencionalismos y tiene de todo para todos los gustos. Shane Black tiene algo bueno entre manos y, si todos se copan, podría lanzar su propia franquicia de acción protagonizada con esta pareja bastante dispareja que, igual, le pone toda la onda para limar asperezas e intentar resolver algún que otro crimen.