Un jueves con dos grandes películas No es habitual que en una misma semana se estrenen dos películas definitorias a la hora de hablar del cine del año. Este 21 de octubre ofrece dos títulos (que pueden conformar un muy placentero doble programa) altamente recomendables. Si hacen el doble programa empiecen por Red social (The Social Network o, más popularmente, “la película de Facebook”). Sí, Red Social es eso: la película sobre la creación de Facebook, no sobre cómo es Facebook (aunque sí se pueden apreciar algunos de los motores básicos del éxito de esa red). Y sobre los litigios legales en torno a la idea y la propiedad del sitio. A priori, este tema no parecía “lo más cinematográfico del mundo” para alguna gente. Ahora bien, esto de considerar que hay asuntos cinematográficos y otros que no lo son nunca me convenció demasiado. Como sentencia en El lenguaje del cine V. F. Perkins, “el qué es el cómo”. Es decir, lo que importa es cómo se muestra eso que se muestra, cómo se concreta en cine. Ya Horacio Quiroga lo sabía en la década del 10 del siglo pasado: el cine puede tratar todos los temas. Sí, es cierto que la creación y los conflictos legales alrededor de Facebook parece “menos cinematográfico” que la historia de un asesino a sueldo en retirada. Pero de vuelta, el qué es el cómo. Y ahí tienen la catástrofe esta protagonizada por George Clooney, El ocaso de un asesino. Y tienen el brillo endiablado de Red Social, que combina diálogos cortantes y ultra veloces dichos por personajes geniales. Personajes geniales: mezquinos estudiantes de Harvard con sus reglas de mundo paralelo, desde los de clase alta pero alta alta hasta el geniecillo más –pongámosle–, pobre. Ese geniecillo es el protagonista: Mark Zuckerberg, levemente inadaptado para las reglas sociales, extraordinariamente dotado para la informática y, lo más importante para que la película funcione, alguien que no para de lanzar disparos verbales hirientes, dañinos, astutos, letales, los dichos de alguien que se sabe superior al resto en un aspecto pero inferior y temeroso en otros. El guionista es Aaron Sorkin, alguien evidentemente obsesionado con el poder y en particular por el poder de los diálogos: Cuestión de honor (A Few Good Men), Mi querido presidente (The American President), Juego de poder (Charlie Wilson’s War), películas de diálogos como dardos (también fue el guionista de la serie The West Wing). El director de Red social es David Fincher, es decir, el desconcertante responsable de la perturbadora Seven, la polémica El club de la pelea, la excelente Zodíaco, y la tan-inexplicablemente-mala-que-me-debo-estar-perdiendo-algo El curioso caso de Benjamin Button. Red Social podría pensarse, en algún aspecto, como El ciudadano de estos tiempos: una película que define una época, o más bien una manera de ser de una época, desde las tribulaciones de uno de los protagonistas del poder. En este caso, uno de los poderes más omnipresentes y a la vez menos conocidos, el que define, por ejemplo, que esta crítica llegue a más gente, porque la voy a linkear en Facebook. Luego de ver Red social, llena de diálogos y de acción verbal, pueden seguir por la otra muy buena película de la semana, la más silenciosa y de mucho mayor acción física Atracción peligrosa, es decir, The Town. Ya hablamos de títulos idiotas, y ya se dijo en todos lados, pero es necesario decirlo otra vez: ¡basta de usar estas palabras como atracción, obsesión, peligro, juego, honor, etc. para crear títulos de estreno en argentina, títulos olvidables, confundibles, insoportables y descerebrados! Bueno, dicho esto, pasemos a The Town, que es la segunda película como director de Ben Affleck (sobre su sorprendente debut, Desapareció una noche, escribí esta crítica en su momento en El Amante). Affleck continúa con su apuesta clasicista en la línea de Clint Eastwood. Si Gone Baby Gone era una relectura de Río místico (las dos películas estaban basadas en libros, de temática similar, del mismo autor), The Town es una suerte de Fuego contra fuego (Heat, de Michael Mann) pero de ladrones de barrio obrero (es decir, no vestidos de Armani como los ladrones de Mann) y de tono mucho más calmo, aunque la tensión sube y mucho en las sobresalientes secuencias de los asaltos. The Town es una de esas películas tersas, bien narradas, una de policías y ladrones “como las de antes”, como las que se hicieron con brillo en los setenta, como las que siguió haciendo Eastwood. Ben Affleck (sí, ese actor que participó de algunas cosas tremendamente malas y hasta dañinas como Pearl Harbor) se confirma con The Town como uno de los principales baluartes desde los que hoy resiste el clasicismo en Hollywood.
Un jueves con dos grandes películas No es habitual que en una misma semana se estrenen dos películas definitorias a la hora de hablar del cine del año. Este 21 de octubre ofrece dos títulos (que pueden conformar un muy placentero doble programa) altamente recomendables. Si hacen el doble programa empiecen por Red social (The Social Network o, más popularmente, “la película de Facebook”). Sí, Red Social es eso: la película sobre la creación de Facebook, no sobre cómo es Facebook (aunque sí se pueden apreciar algunos de los motores básicos del éxito de esa red). Y sobre los litigios legales en torno a la idea y la propiedad del sitio. A priori, este tema no parecía “lo más cinematográfico del mundo” para alguna gente. Ahora bien, esto de considerar que hay asuntos cinematográficos y otros que no lo son nunca me convenció demasiado. Como sentencia en El lenguaje del cine V. F. Perkins, “el qué es el cómo”. Es decir, lo que importa es cómo se muestra eso que se muestra, cómo se concreta en cine. Ya Horacio Quiroga lo sabía en la década del 10 del siglo pasado: el cine puede tratar todos los temas. Sí, es cierto que la creación y los conflictos legales alrededor de Facebook parece “menos cinematográfico” que la historia de un asesino a sueldo en retirada. Pero de vuelta, el qué es el cómo. Y ahí tienen la catástrofe esta protagonizada por George Clooney, El ocaso de un asesino. Y tienen el brillo endiablado de Red Social, que combina diálogos cortantes y ultra veloces dichos por personajes geniales. Personajes geniales: mezquinos estudiantes de Harvard con sus reglas de mundo paralelo, desde los de clase alta pero alta alta hasta el geniecillo más –pongámosle–, pobre. Ese geniecillo es el protagonista: Mark Zuckerberg, levemente inadaptado para las reglas sociales, extraordinariamente dotado para la informática y, lo más importante para que la película funcione, alguien que no para de lanzar disparos verbales hirientes, dañinos, astutos, letales, los dichos de alguien que se sabe superior al resto en un aspecto pero inferior y temeroso en otros. El guionista es Aaron Sorkin, alguien evidentemente obsesionado con el poder y en particular por el poder de los diálogos: Cuestión de honor (A Few Good Men), Mi querido presidente (The American President), Juego de poder (Charlie Wilson’s War), películas de diálogos como dardos (también fue el guionista de la serie The West Wing). El director de Red social es David Fincher, es decir, el desconcertante responsable de la perturbadora Seven, la polémica El club de la pelea, la excelente Zodíaco, y la tan-inexplicablemente-mala-que-me-debo-estar-perdiendo-algo El curioso caso de Benjamin Button. Red Social podría pensarse, en algún aspecto, como El ciudadano de estos tiempos: una película que define una época, o más bien una manera de ser de una época, desde las tribulaciones de uno de los protagonistas del poder. En este caso, uno de los poderes más omnipresentes y a la vez menos conocidos, el que define, por ejemplo, que esta crítica llegue a más gente, porque la voy a linkear en Facebook. Luego de ver Red social, llena de diálogos y de acción verbal, pueden seguir por la otra muy buena película de la semana, la más silenciosa y de mucho mayor acción física Atracción peligrosa, es decir, The Town. Ya hablamos de títulos idiotas, y ya se dijo en todos lados, pero es necesario decirlo otra vez: ¡basta de usar estas palabras como atracción, obsesión, peligro, juego, honor, etc. para crear títulos de estreno en argentina, títulos olvidables, confundibles, insoportables y descerebrados! Bueno, dicho esto, pasemos a The Town, que es la segunda película como director de Ben Affleck (sobre su sorprendente debut, Desapareció una noche, escribí esta crítica en su momento en El Amante). Affleck continúa con su apuesta clasicista en la línea de Clint Eastwood. Si Gone Baby Gone era una relectura de Río místico (las dos películas estaban basadas en libros, de temática similar, del mismo autor), The Town es una suerte de Fuego contra fuego (Heat, de Michael Mann) pero de ladrones de barrio obrero (es decir, no vestidos de Armani como los ladrones de Mann) y de tono mucho más calmo, aunque la tensión sube y mucho en las sobresalientes secuencias de los asaltos. The Town es una de esas películas tersas, bien narradas, una de policías y ladrones “como las de antes”, como las que se hicieron con brillo en los setenta, como las que siguió haciendo Eastwood. Ben Affleck (sí, ese actor que participó de algunas cosas tremendamente malas y hasta dañinas como Pearl Harbor) se confirma con The Town como uno de los principales baluartes desde los que hoy resiste el clasicismo en Hollywood.
El cine como marketing Tal vez podría titular estas líneas como “¿el fin del cine?”, pero no, el cine no termina, por más que reciba agresiones como esta película española, este bromita inconsistente dirigida por un gallego, filmada en Barcelona, protagonizada por el canadiense Ryan Reynolds y hablada en inglés. Sí, esta es la película “del tipo enterrado vivo en un cajón”, cuya acción transcurre en el cajón, en el cajón, en el cajón. Una película, un cajón: un éxito mundial (y aquí también, a juzgar por la cantidad de gente que había en la primera función del día del estreno, y por la cantidad de críticas positivas). Leo por ahí que en la película hay un único actor: Ryan Reynolds. Bueno, no. Hay otros: todos los que hablan por teléfono y ponen la voz, entre los que se cuentan nombres conocidos como Samantha Mathis y Stephen Tobolowsky). Bueno, me dirán, Reynolds es el único actor que se ve: no, también está la chica que se ve en el video que le envían al desagraciado protagonista mediante el celular. Dirán: no es importante. También leo por ahí, en por lo menos dos críticas, que la película es “en tiempo real”. Bueno, no, hay elipsis, por eso la película dura noventa y cuatro minutos y la acción que relata más de dos horas. ¡El chabón se duerme! ¡ahí hay elipsis! Por otro lado, ¡hay ralenti! ¡si hay ralenti no hay tiempo real! Me dirán: no es importante. Leo por ahí que se habla de “rigor” para describir el trabajo del director Cortés y el del guionista Chris Sparling. ¿Rigor?: hay dos planos que se salen del cajón, en el final de los dos primeros actos, planos en los que la cámara hace travellings hacia arriba como si el cajón no tuviera techo. En el segundo de estos planos incluso vemos un montón de listones de madera, como si se nos estuviera mostrando el set de filmación, por lo que eso ya deja de ser un cajón que genera claustrofobia y nos lleva a pensar en cómo era el lugar del rodaje. ¿Rigor? La música y su utilización, imprescindibles para inyectar tensión y emoción en donde casi no la hay, son dignas de una telenovela rastrera. ¿Rigor? Ahí tienen la serpiente paseandera y la petaca con cantidades aparentemente interminables de líquido. ¿Rigor? Ahí tienen el imperdonable plano imaginario, pura chantada, puro engaño, pura cretinada. ¿Rigor? Ahí tienen la canallesca trampita del guión del final, otra cretinada, digna de figurar en la lista de crueldades más inútiles, supuestamente ingeniosas y bestialmente manipuladoras de la historia de este gran arte. También leo por ahí originalidad. ¿Originalidad? Hay elementos de El juego del miedo + Celular + Kill Bill combinados en un espacio reducidísimo que, como se dijo más arriba, ni siquiera se respeta. Leo por ahí el nombre de Alfred Hitchcock relacionado con esta película. Sí, es cierto que los títulos tienen el estilo de algunos de los títulos que hiciera el gran Saul Bass para el genial inglés, pero ¿Hitchcock? No hay un sólo momento en esta película en el que sepamos más que el protagonista, jamás, y es en esa desigualdad informativa en la que se basa el suspenso: o sea, “hay un cadáver en la sala, unos personajes lo saben, otro no”. En Enterrado simplemente seguimos lo que le pasa al personaje, descubrimos junto a él. Ah, no hay suspenso, pero capaz que hay sorpresas: sí, claro, la mencionada doble cretinada del final. No sorprende, sin embargo, que en la primera media hora todos los llamados por teléfonos del protagonistas sean inútiles, que un contestador sea de esos que “parece que atienden”, que la madre tenga Alzheimer (algo hay que poner para rellenar, para que esto sea el tan mentado “tour de force”). Leo por ahí que esta es una muy buena película. Bueno, aquí estaremos, aunque sea en soledad, diciendo que es mala, pero eso sí, mala con un concepto de marketing: “es la película del tipo en un cajón, ¿viste?”.
Luego de darse en Mar del Plata 2009 y Bafici 2010, se estrena, felizmente en fílmico, Yuki & Nina de Hippolyte Girardot y Nobuhiro Suwa. Infancia + sensibilidad + dolor + juegos + fantasía + encanto + amistad. No se la pierdan.
Una pareja despareja es el particularmente estúpido título que ligó para su estreno en Argentina I Love You Phillip Morris. Los directores son Glenn Ficarra y John Requa, guionistas de Bad Santa (2003, aquí estrenada en DVD como Un santa no tan santo, muy recomendable). I Love You Phillip Morris es una comedia feroz y anómala. No, no es anómala porque el protagonista es gay: el sexo y el amor gay están mostrados con inteligente falta de énfasis (comparar con la bochornosa Apariencias, protagonizada por Suar). La película no se detiene en la exhibición de “ey, tenemos a Jim Carrey y a Ewan McGregor haciendo de gays”. Las buenas comedias nunca son exhibicionistas con las supuestas transgresiones; las buenas comedias transgreden, sobre todo transgreden las adormecidas expectativas. Uno nunca sabe del todo de qué se trata I Love You Phillip Morris, la película pega volantazos que no se sienten como tales en el momento, pero al terminar de ver la película nos damos cuenta de los sorprendentes virajes. De repente estamos en una sátira al fanatismo religioso en Estados Unidos, después estamos en una feroz pintura de las corporaciones, un rato más tarde vemos una gran historia de amor, y de fondo hay una comedia de infrecuente acidez. Vemos a Carrey en una de sus actuaciones más oscuras (otra gran película con un Carrey tenebroso es The Cable Guy – El insoportable, dirigida por Ben Stiller). Escuchamos una musicalización extraña, uno de los elementos que nos dice que no estamos ante una comedia común y corriente. Vemos una película de producción francesa en la que aparece el brasileño Rodrigo Santoro (que actuaba en Leonera, de Pablo Trapero). Vemos una película que se comercializa en Argentina con el título mencionado y con un afiche que promete una astracanada pedorra. Pero I Love You Phillip Morris no es lo que promete la publicidad, y es poco probable que se ajuste a cualquier expectativa. Es una película que desarma las expectativas, punzante, incómoda, de estructura narrativa anárquica. Una de las sorpresas del año.
El Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro. Piñeyro está interesado en varios males de la Argentina, males que tienen su origen en diversas corrupciones, defensas corporativas, ineficacias y estupideces. Piñeyro quiere cambios, y ya hizo tres películas “de denuncia”, además de muchas denuncias en la justicia. Whisky Romeo Zulu (2003) era una película de ficción basada en hechos reales. Fuerza Aérea Sociedad Anónima (2006) era un documental fuertemente didáctico, en el que Piñeyro se ponía en el lugar del docente, alguien que explicaba, y que demostraba grandes dotes para presentar y hacer atractivo un tema desconocido para la mayoría de la gente. Piñeyro pone el cuerpo, y pone su inteligencia de ciudadano cabal: se anima a denunciar, a declarar, a hacer películas para mejorar el mundo. En El Rati Horror Show nos mete de lleno –con genuino sentido narrativo, basado en el planteo de múltiples intrigas y su resolución mediante variados despliegues informativos–, en un caso policial y judicial impactante: corrupción, flagrante manipulación de pruebas, y otras calamidades (no conviene adelantar más porque la película está estructurada con múltiples e impresionantes revelaciones a medida que se va profundizando en el caso). Piñeyro es un hombre renacentista: activista, piloto profesional, médico, productor, director, actor, polemista. Piñeyro, en El Rati Horror Show, se pone otra vez en el centro de la escena, despliega computadoras, chiches, tecnológicos, efectos especiales, pruebas, contrapruebas, y hasta reflexiona sobre el sonido de las balas en el cine y su impacto. Vemos el backstage de la producción, Piñeyro comenta, manipula muñecos, nos guía por los caminos de la justicia, o más bien por los de la injusticia. Para Piñeyro, la corrupción es una de las encarnaciones más nefastas y dañinas de la estupidez, y la estupidez lo indigna. La omnipresencia de Piñeyro irrita a algunos críticos y espectadores. También Nanni Moretti irrita a unos cuantos. Por mi parte, creo que los mazazos cívicos que pegan Moretti y Piñeyro (Piñeyro también es un sardónico humorista político), desde su presencia y su ego, son algunas de las mejores encarnaciones de la resbaladiza noción de “cine necesario”.
Más estimulante (y más perturbadora) que la de Stallone es El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, una película sobre una guerra fría entre vecinos (Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz) que es también un estudio sobre las relaciones entre clases socioculturales, a la vez que una sutil comedia sobre las imposturas, con algunas secuencias magníficamente resueltas y un final demoledor. El cine de Cohn-Duprat (cuya pelícua anterior es El artista, aquí comentada: http://hipercritico.com/content/view/1703/38/) se afianza en su narrativa elegante, fría y de fina observación. Los directores –obsesivos de los encuadres perfectos–, se animan cada vez más a la ficción, a plantear conflictos, a hacer un cine que puede pasar de observaciones arquitectónicas y sobre el diseño cool a la tensión del enfrentamiento entre dos protagonistas cuyas personalidades y cuya relación inquietan al espectador.
No pocos espectadores de cine pretenden aparentar “seriedad y buen gusto”. Entre ellos, suele haber muchos que desprecian a gente como Sylvester Stallone en su rol de director. Incluso son capaces de preferir a gente como el canadiense Denys Arcand, el de la abominable Las invasiones bárbaras. Stallone es mucho mejor director de cine que Dennys Arcand. Y lo ha demostrado más de una vez, especialmente con la muy recomendable Rocky Balboa (2006). Ahora bien, ¿qué pasa con Los indestructibles? Los indestructibles es la vuelta de Stallone a los grandes éxitos de taquilla (por lo menos en Estados Unidos la película es un éxito enorme), junta al ícono de los ochenta con estrellas más actuales como Jason Statham y Jet Li, suma a Dolph Lundgren (Ivan Drago en Rocky IV), a Bruce Willis en un papel pequeño, a Schwarzenegger en un cameo, a Mickey Rourke y a muchos más, desde Eric Roberts hasta famosos luchadores. Hay algo festivo en la película en la celebración de la resistencia de los más viejos (Stallone tiene 64 años). Además, hay alguna sabia aceptación del paso del tiempo, más algunas secuencias de gran brillo y mucho disparate. También hay muertes a repetición, un flojo armado de los villanos y una mirada demasiado descerebrada sobre las implicancias de los destrozos que se realizan. Y está la cara de Stallone, que distrae con sus extraños (des)arreglos faciales. Statham, por su parte, es un actor de gran carisma y es lo mejor de la película junto con Lundgren, que está mucho más allá del ridículo. Y basta, no puedo ocultar más el hecho de que Los indestructibles fue una decepción parcial, que esperaba más solidez y más corazón, y que si bien es disfrutable parcialmente no me motiva demasiado para agregar más sobre ella.
Lo que me inquieta de la tercera película que mencionaré, La mirada invisible de Diego Lerman, estrenada hace dos semanas, es la casi unánime recepción positiva que tuvo en la crítica. A mí me parece una película muy mala, con algunos de los peores vicios del cine argentino de los ochenta y otros vicios de las coproducciones de estos años, aptas –por su aparente “rigor”, su nivel de cálculo y su falta de riesgo– para circular de un festival a otro. Sobre la película escribí una nota larga para El Amante de septiembre, que sale la semana que viene. Estos son algunos fragmentos del artículo: “Apertura de película con ruidos de pasos, de esos pasos duros, sonoros, demasiado marcados, como si provinieran de zapatos llamativamente ruidosos. Un sonido amplificado, típico del cine argentino de los ochenta. Así empieza La mirada invisible, con pasos resonantes y música altisonante. Acá vamos a ver algo grave, qué tanto: algo que ocurre en marzo de 1982, durante la última dictadura, en un colegio que dice ser el Nacional Buenos Aires. (...) “Los actores hablan como si estuvieran mirando hacia atrás desde este presente, poniendo en evidencia que están actuando según los dictados de concepciones actuales bien correctas –y vaciadas de complejidad– sobre la dictadura. (...) “No se camina con naturalidad, no se tiene una Tab con naturalidad: nada se hace con naturalidad, no se hace pis con naturalidad (y la película lo muestra una buena cantidad de veces), estamos en dictadura. La mirada invisible es una película con costuras demasiado visibles, es una película obvia (el plano de la preceptora cuando intenta tocar la mano del chico que le gusta se ve venir a lo lejos; el Colbert se ve demasiado de cerca), inútil, ardua, nada gratificante y a la vez nada desafiante, nada perturbadora.”
Paternidades Dos películas sobre la paternidad están actualmente en cartelera. Una busca caminos laterales y divertidos (de diversión, también entendida como una estrategia distractiva); la otra se estrella de frente con su tema. 1. Mi villano favorito (estrenada en la misma semana que El origen) es una película de animación (3D o 2D, Ud. elige), que con formas geométricas simples crea un mundo lleno de matices. El villano protagonista (que es el héroe de la película, nada menos) tiene brazos y piernas finitos, nariz puntiaguda, torso compacto y carece de cuello. Es enternecedoramente malvado y tiene –como diría Pappo– un “satánico plan”: robarse la luna, previo achicamiento del satélite. El plan es más bien delirante (la película es toda un poco lisérgica), y el dispositivo narrativo para contar ese plan incluye personajes como un científico viejo, chiflado y distraído, un villano competidor ultratecnologizado, un banquero mucho más villano que los villanos, y un ejército de bichitos amarillos –algunos con dos ojos, otros con uno solo– que hablan un cocoliche muy simpático y que vaya a saber uno qué son. También están la madre del villano protagonista y tres huerfanitas que el villano decide adoptar por interés, para poder cumplir su plan. Mientras nos divierte (acá tienen cinco acepciones de divertir: “entretener, recrear, apartar, desviar, alejar”) con chistes, acción, competencia entre villanos, explosiones, montañas rusas, unicornios de peluche, un tiburón mascota, múltiples inventos y hermosos colores, la película de a poco empieza a contar la historia de alguien que se convierte en padre. Como siempre hizo el buen cine clásico, Mi villano favorito nos cuenta en la superficie una historia, y en el fondo otra. Mientras pasa, y pasa velozmente, nos mete en un mundo propio, distinto al nuestro aunque reconocible, y nos recompensa con una burbujeante felicidad. 2. Por su parte, Igualita a mí (dirigida por Diego Kaplan, el de Sabés Nadar?) es una película sobre la paternidad. Una y mil veces se nos dice que es sobre la paternidad, sobre madurar, sobre cómo convertir a un soltero playboy –y que se tiñe– en un “hombre de familia” según la más rancia tradición de las viejas telecomedias (no sé si de las nuevas, porque no las veo). El protagonista es Adrián Suar, que por suerte pestañea menos que antes para actuar (antes era su recurso interpretativo más saliente), aunque imita tanto pero tanto los modos de hablar de Francella que obtiene un registro artificial y que impide la empatía (a lo que ayudan sus mejillas, lustrosas e inmóviles). La película se apoya en situaciones convencionales: la operación inmobiliaria en la que hay alguien que no quiere vender, el abuelo que pasea con la nieta y Suar lo ve y recapacita, la mascota rechazada y luego aceptada, y muchos etcéteras, incluido el puntapié inicial: “al playboy le cayó del cielo una hija”. Abusa de personajes definidos convencionalmente (los hippies del bolsón, el propio personaje de Suar), en maneras de hablar que son de manual de estereotipia (a veces logran escapar de tanto automatismo, gracias a la naturalidad de sus gestos, Florencia Bertotti y Claudia Fontán). La película avanza paso a paso –como un Via Crucis– por una situación remanida tras otra, como si fueran obligatorias (encima vistas antes en muchas y mejores películas americanas) sin desviarse, sin divertirse, sin divertirnos, sin poder simbólico o metafórico alguno, creando un mundo hecho de retazos del nuestro pero que parece de plástico, definido por lo más exterior del viejo costumbrismo pero sin confiar en él (esto es “más moderno”, pero básicamente por cierto minimalismo del mobiliario, la imagen brillosa y el sonido claro): todo está de frente, en la superficie: plano, directo, sin gracia y sin fuga. Es increíble lo largos que pueden llegar a ser estos 110 minutos, y todo para llegar a la literalidad y superficialidad y obviedad aplastantes del diálogo final entre padre e hija. El plano final, por su parte, no está lejos de ciertas publicidades de productos navideños, de esas que gritan “así somos los argentinos”.