La duración de un beso medida por chasquidos, un encuentro especial en una fiesta cosplay, un juego inventado con la sola excusa de “levantarse” a una mujer, un corto que se filma entre amigos. Todos estos son elementos que forman el universo de 20000 Besos, un micromundo tan particular como único y que guarda un solo secreto para el encanto, la completa identificación. Ya no son tiempos para la comedia romántica de la chica linda simpática e ingenua que primero se pelea con el galán recio pero de buen corazón para luego caer en el dulce juego del amor; la realidad es otra, y las relaciones son mucho más complejas; principalmente porque nadie está tan encasillado. Juan (Walter Cornas) acaba de separarse de su mujer y aún hay cosas de ella que extraña, pero también pareciera que extrañaba otras cosas, las ventajas de la vida en soltería. Ahora duerme en el sofá de la casa de su amigo Goldstein (Gastón Pauls) y pasa sus días entre el trabajo y en reunirse con sus amigos de toda la vida ¿podríamos hablar de un tiempo que volvió, de momentos recobrados?. Es en la oficina de trabajo donde Juan conoce a Luciana (Carla Quevedo), una compañera, y a los dos les es encargada la tarea de pensar un juego para que en la oficina todos se distiendan y crezca el compañerismo; otro signo de tiempos actuales, las leyes de los Recursos Humanos modernos que se mezclan con la pseudo-autoayuda. Juan comienza a pasar tiempo con Luciana y ella parece encantadora, una luz que resplandece el ambiente en el que está, y hasta comparten gustos, pero... ¿habrá un pero? Sebastián De Caro da un giro respecto a su anterior película Recortadas, un claro (y digno) exponente del cine de terror clase B nacional, y encara una comedia, con toques románticos, que podríamos definir como “para entendidos” en el mejor sentido de la palabra. Es fundamental lograr la empatía e identificación con los personajes, y ahí está el punto más fuerte de 20000 Besos, sus personajes están perfectamente delineados pero no estereotipados, son queribles desde el segundo que aparecen en pantalla, los diálogos que mantienen pueden llevar a la antología, y para toda una generación resultarán una suerte de espejos. Si bien la “historia de amor” que cuenta es simple y hasta anecdótica, todo lo que la rodea y las peculiaridades de la misma la hacen muy disfrutable, y hasta podríamos hablar de un retrato generacional a la medida de los films con más bríos de Cameron Crowe, Richard Linklater o Gus Van Sant. Así como sus personajes son lo mejor del film, sus interpretaciones están a nivel, tanto Walter Cornas como Carla Quevedo, Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Gastón Pauls, Alberto Rojas Apel, Eduardo Blanco y otros secundarios entre los que se destaca Laura Cymer logran hacer propios los personajes y no nos los imaginamos con otros rostros. De Caro hace un interesante manejo de cámara y fotografía imprimiéndole buen ritmo a la historia acentuando su clima feliz. Lo mismo sucede con la banda sonora, con canciones propias, y un logro muy particular, hacer gustosa una canción del grupo noventoso Acqua. 20000 Besos es una comedia actual, sobre el amor, la amistad, y la vida diaria de un treintañero. ¿Cuántas veces podemos vernos realmente a nosotros mismos en pantalla? Pues quien escribe más de una vez creyó que relataban parte de su vida, y no creo ser el único. Ahí está el gran mérito de esta película, cada espectador puede hacerla propia.
Inés de Oliveira César vuelve con Cassandra a “adaptar” a un entorno actual y local una narración clásica de la mitología griega; creando una suerte de tríptico con las inmediatamente anteriores Extranjera y El recuento de las horas, basadas en Ifigenia y Edipo respectivamente; y al igual que las anteriores, el camino que recorre es sin concesiones al público amplio, hablamos de films pretendidamente crípticos, lo que se diría festivaleros; lo cual no es erróneo como decisión, salvo que esta vez la ecuación no cierra del todo bien. Agustina Muñoz interpreta a la Cassandra del título, una periodista, que trabaja para una revista banal, y decide dar un giro iniciando una investigación en las zonas del Impenetrable. Ahí, casi inmediatamente se relaciona y compenetra con las comunidades Tobas y Wichis que viven en las localidades de Nueva Pompeya y Villa Bermejo. Cada vez es más fuerte la conexión, hasta casi cortar relación con el exterior; agustina se mete de lleno en el conflicto y en las protestas de los habitantes originarios de la zona (aunque en verdad fueron desplazados allí y ahora también quieren arrebatarle ese lugar); y su editor, interpretado por Alan Pauls, que también oficia como narrador en off, cada vez ve con peores ojos esos cambios y exige ponerle un cote a la situación. De este modo, Oliveira César, también guionista como en sus otros films, maneja dos vertientes en la película, la denuncia de la problemática de pueblos originarios, y la historia personal de Cassandra, y el principal problema es que esas dos guías no llegan a unirse del todo. Como no sucedía en sus anteriores trabajos, la historia “ficcional” de Cassandra no resulta tan interesante, se siente como un relleno para que no parezca un documental, que en definitiva no és; menos aplomo tiene aún el editor compuesto por Alan Pauls, con características unidimensionales y maniquéas. Todas esas bajas en la historia personal del film, se remontan en la denuncia hecha por los propios Wichis y Tobas, esos testimonios, ficcionalizados pero reales, resultan mucho más ricos e interesantes, hacen un gran contrapeso en el resultado final. Sí, tampoco no hay nada en este lado que no se haya escuchado antes, sin ir más lejos en el documental estrenado la semana anterior Inacayal; pero igualmente, la riqueza de la denuncia y la problemática de los oídos sordos del poder nunca es demasiada. De un trabajo técnico cuidado y metódico, nada pareciera al azar en Cassandra, la directora ha sabido demostrar que puede armar rompecabezas visuales desafiantes para el espectador, que subyugan mediante el manejo del detalle y lo cuasi preciosista. La mixtura entre lo críptico y lo salvaje del lugar, logran captar la atención de un modo extraño. Muños y Pauls cumplen correctamente sus roles, aunque como expresamos, es a Pauls al que le tocó lidiar con el personaje más conflictivo desde el guión. Una historia y una denuncia real, a veces se puede colar la ficción perfectamente desde la realidad, pero sólo a veces, y este no parece ser el caso, talvez hubiese sido mejor encarar el proyecto desde la propia mirada de los verdaderos protagonistas; esa mirada de voz en off produce una fría distancia.
Hay una eterna lucha en la sociedad, una disputa entre clases que difícilmente llegue a zanjarse algún día. Observando todo “críticamente” está la clase intelectual que no puede sino mirar a la sociedad desde el afuera, y no intenta ubicarse desde un igual para comprender al ser diario, a la matriz común del pueblo. Desde ese punto de vista se presenta El Olimpo Vacío, documental ensayo sobre la vida y presencia del ensayista Juan José Sebrelli que este año tuvo un interesante paso por la última edición del BAFICI. Los directores Pablo Racioppi y Carolina Azzi hacen lo usual en este tipo de trabajos basados en una personalidad actual y cercana, cuentan algo de su vida, lo contextualizan, siguen al personaje en su vida diaria; y además suman reportajes a gente relacionada, y profundizan en los temas fundamentales de la obra del autor. Sebrelli basó gran parte de sus escritos a lo que él llama “ideas desmitificadoras”, básicamente derribar uno por uno los mitos de la cultura popular argentina; y en eso se centra El Olimpo Vacío. Su día a día, los viajes por el mundo que hace para dar conferencias, su presente y su pasado, y la mucha gente que hable de él, se mezclan con teorías sobre cuatro personalidades, Carlos Gardel, Evita, El Che, y Maradona; cuatro seres de puntos y mundos diferentes pero que confluyen en ser convertidos mitos por el pueblo, y eso es lo que Sebrelli, como en una disertación, tratará de contradecir, por supuesto, no se ahorrará los paralelismos con los tiempos actuales que atraviesa el país, y construirá una áspera visión política; sí, antes que nada, El Olimpo Vacío es un film político. Personaje polémico, a cualquiera puede caerle bien o mal, no es para las medias tintas; pero algo hay que dejar en claro, este documental lo ama. Racioppi y Azzi construyeron un trabajo correcto, formal, ágil, y hasta en algún punto intenta ser divertido; nada puede reprochársele desde lo técnico o desde la fluidez de la narración, aunque tampoco se destacará de un promedio. Pero también hablamos de un film subjetivo, y bienvenido que así sea, El Olimpo Vacío utiliza todas las armas a su disposición para darle la razón a su homenajeado, se valdrá de todo tipo de archivo y testimonios, expondrá las palabras del ensayista con un énfasis enorme y un tono entre jocoso y burlón. A su favor pareciera contar que se escuchan las voces de algunos detractores como Víctor Hugo Morales y Eduardo Cafiero; pero ojo, que el mismo documental pondrá una mirada de descrédito y hasta de burla sobre ellos, y este quizás sea el único punto de reproche. El Olimpo Vacío condescendiende con la idea de una intelectualidad por encima de todo, que puede mirar desde la elevación, y si ese es el enfoque del espectador aquí se encontrará en su punto justo; un consejo para el posible disfrute es no tener un mínimo cariño hacia ninguno de los cuatro personajes nombrados anteriormente. Para el resto, cabe la advertencia de cierta irritabilidad, lo cual es lógico y entendible tanto de un lado como del otro. Sebrelli entiende que el pueblo crea estos seres endiosados para un beneplácito propio, que estos mitos populares solamente adormecen a la población, de ahí que es preferible un Olimpo vacío; afortunadamente, el documental lo comprende y en ningún momento busca una falsa objetividad, el target de público queda definido desde el propio homenajeado, quienes no estén a su alcance, abstenerse.
Pregunta para el lector ¿hay algo más interesante para el espectador que ser desafiado por la película que uno está viendo? ¿Vale ponernos en una situación moral ambigua y complicada para que saquemos nuestras conclusiones? Cada uno tendrá su respuesta personal, pero de eso va De martes a martes, una película que difícilmente deje incólume a alguien. Gustavo Fernández Triviño nos pone en una difícil situación, emparentarnos con un personaje para luego darlo vuelta y colocarlo/nos en una zona dudosa. Ahí está Juan Benitez, el empleado de una fábrica, amante de la musculatura, y objeto de todas las burlas. Salvo su familia y una chica que vende golosinas, el resto del mundo parece castigar a Juan, fustigarlo por la solo razón de ser una mole buenaza, lógicamente de movimientos torpes, pero de aparente comportamiento de bondad. Todos vamos a querer a Juan, odiaremos a los que lo molestan, y sentiremos su dolor interno, ese que le cuesta expresar públicamente; y así se mantiene durante buena parte del metraje. Pero sucede un hecho imprevisto, la quiosquera, que es abordada por un ser despreciable, la lleva a un baldío, y la viola... y Juan Benitez, que conoce a los dos “participantes” es testigo presencial de ese brutal hecho. La lógica del film imprimiría que aflore el héroe, que Benitez espante al monstruo, asista a la dama, y sea reconocido por quienes antes lo despreciaban; pero no, Triviño aprovecha para mostrarnos la cara oculta que todos llevamos dentro. No solamente Juan no intervendrá en el acto, sino que luego tomará los datos del auto del violador, averiguará, y al saber que es alguien con bastante para perder, lo va a extorsionar por un rédito financiero. ¿la víctima se volvió victimario? ¿es una revancha que Juan le toma a la vida? ¿Es este hombre tan bueno como creíamos? ¿Es este hombre tan desagradable como parece ahora?... ¿cómo actuaríamos nosotros? Fernández Triviño trastoca el relato y trastoca la percepción del espectador. Ahora veremos que durante la primera parte, la del Juan inocente y bonachón, ya había indicios que antes pasamos por alto, por ejemplo, las apremiantes necesidades económicas. Inteligentemente, el director y guionista juzgan y no a su protagonista, balancean, nos hace pensar a nosotros si en verdad está tan mal lo que hace Juan, y al final si todo acto tendrá su consecuencia. De martes a martes es un film introspectivo, tenso, con cierta lentitud marcada y que va in crescendo manejando las emociones del público. También es un film sencillo, sin grandes pretensiones desde lo estético o técnico. No sería nada lo mismo si Juan no fuese Pablo Pinto y si ese violador no fuese Alejandro Awada, las interpretaciones son rigurosas y muy acertadas, y es imposible imaginárselos con otros rostros. Un film sencillo y a la vez impactante, De Martes a Martes incomodará al espectador, pero en buena hora, lo hará pensar sobre el paso de sus propias acciones, y sobre todo, en las primeras impresiones que causan las personas
Dragon Ball Z, al igual que muchos otros animé, tuvo una suerte “extraña” en nuestro país. La “serie televisiva” llegó muchos años después de su creación, y en materia de cine hasta el momento se habían estrenado tres películas en sala– obviemos la realización hollywoodense con actores –, la última a fines de 1999, que en realidad eran conjunciones de capítulos extendidos y sin un orden muy lógico. Por eso, ahora, catorce años después de “Guerra en dos mundos” el estreno de Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses es todo un evento de proporciones épicas para seguidores, primero por la larga ausencia, y segundo por tratarse del primer largometraje real en estrenarse en nuestras tierras. Producto diseñado a la medida del fanático, hay dos preguntas importantes para hacerse ¿Está a la altura del original? La respuesta es no, ¿Va a contentar a ese público fiel? Es muy probable que sí. La historia que engloba el universo Dragon Ball es inmensa y compleja, toda la saga dio tantas vueltas de tuerca en relación a la asunción de estos guerreros poderosos a semi-dioses creando una mitología propia. Por eso, retomar la historia diecisiete años después (según las fechas reales de producción) es todo un riesgo que genera expectativas. Sin embargo, el camino optado es el de la anécdota, el de la historia cuasi paralela que poco aporta en cambios significativos sobre lo original; tal vez acertadamente teniendo en cuenta que los niños/pre-.adolescentes de entonces hoy ya son personas adultas. Veamos, mientras Goku descansa recluido de su estado de Semi-Dios como guerrero Sayayin, el Dios de la destrucción Bliss despierta de una corta siesta de treinta años con muchas ganas de continuar su tarea. Cuando se entera de la existencia de un Súper Sayayin capaz de haber destruido a Freezer, decide ir hacia la tierra para conocer a ese guerrero en estado de Dios – y por supuesto enfrentarlo de pura diversión –, de lo contrario, destruirá nuestro planeta. Una vez aquí, Goku, deseoso de volver a combatir, inocentemente desafiará a Bliss agudizando el conflicto que estallará entre Vegeta y Bulma (en pleno cumpleaños de Bulma) en el que se encuentran los restantes personajes clásicos del manga y animé. Narrada con el suficiente humor, el necesario toque infantil, y una lograda mezcla de animación tradicional con algunos paisajes computarizados, La Batalla de los Dioses resulta un producto muy entretenido, sobre todo para los fieles que sufrían de abstinencia. Pero también, en comparación con el trabajo original resulta menor, algo simplificado, y hasta puede dejar con gusto a poco a algún fan purista. Otro punto a favor es que el espectador novato puede entrar a la película sin muchos conocimientos previos, por lo menos comprenderá (casi) todo o se imaginará qué puede haber sucedido anteriormente, ¿pero existirá ese público que ingrese recién ahora a una historia que lleva décadas de desarrollo? Por más improbable que parezca no se puede saber ciertamente. Es imposible analizar esta película sin tener en vista a su público principal, y ellos ya saben o imaginan qué les aguarda. Las ansias han sido grandes, todos ellos quieren saber cómo continúa la historia de sus personajes favoritos años después, y aunque esta no sea más que una nota de color, difícilmente haya decepción, los elementos principales ahí están, y la batalla, finalmente cuando se libera, sí, es inmensa.
¿Se puede hacer un documental acerca del erotismo y encararlo desde un lugar de inocencia? ¿Se puede hablar del “destape sexual” de un país y fijar una mirada cándida sobre el tema? La respuesta es, si… “Nos habíamos ratoneado tanto” lo consigue y lo justifica; ¿La razón? Dejar bien en claro que el destape fue mucho más que una cuestión de tetas y colas al viento, fue un destape cultural, ideológico. El periodista Marcelo Raimon se colocó detrás de cámara para realizar un documental mucho más amplio de lo que a simple vista parecía, y esto siempre es buena señal. La idea de la que parte es hablar del surgir del destape en la Argentina a partir del regreso de la democracia en 1983. Pero el problema es que esa palabra, destape, siempre se la asocia con lo sexual, Y Raimon, con (muy) pocos recursos demuestra que lo sexual es la partida, la carta de presentación, que englobaba una apertura total. Trabajo de entrevistas, algo de archivo fílmico, mucha foto, y secciones divididas con intertextos de frases que pronuncian los propios entrevistados, Nos habíamos ratoneado tanto vale mucho más por lo que dice y muestra que por el cómo está presentado. Para dejar las cosas en claro, es un documental que puede ser televisivo, que utiliza algunos recursos impropios, y tiene algunos errores en el formato y manejo de cámara; pero todo eso es una nimiedad en comparación con la fuerza que tiene todo lo que se habla y se exhibe. Por ahí pasan desde Silvia Peyrou, Dalma Milebo, Vicky Olivares, Susana Torales, Beatriz Salomón, Mara Kano, Silvia Perez, Eda Bustamente, Noemí Alan, Elvia Andreoli, y Sandra Villaroel a Marcelo Olivieri, Jorge Ginzburg, Carlos Ulanovski, Anibal Di Salvo, Sebastián Rotstein (guionista de 20000 Besos), Norberto Chab, Carlos Ares, Jorge Manzur, y hasta José María Ponce en un segmento que paraleliza con España; y todos tienen algo que decir. Sin una historia lineal, el documental avanza hablando de revistas, separadas en segmentos por su nombre como Libre y Destape, o films como Correccional de Mujeres o Atrapadas; y va trazando una idea de lo que fue la época, de las ansias que se tenía por ver lo que antes estaba prohibido, pero también de las esperanza de la sociedad, de las creencias, y de la inocencia. En este sentido son importantes y muy ricos los últimos tramos en que se habla de cómo terminó nuestro destape, como la dura realidad en la que cayó nuestro país en los ’90 terminó con nuestros deseos; y también cuando se lo compara con la época actual, las chicas de antes y las de ahora, y sí, es lapidario, pero muy justificadamente. Sin una voz en off, son los propios entrevistados los que llevan todo adelante, y se escuchan frases que dicen más de lo que parecieran, frases sobre la audacia, sobre el destape de ideas, y sobre los cambios culturales, muchas de ellas, la mayoría, provenientes de las mismas “chicas”. También hay tiempo para las anécdota, y ahí sí el relato de Atrapadas de la mano de Di Salvo (a quien junto con Ginzburg está dedicada la película) y sus protagonistas es de antología. Por supuesto que las mujeres son el centro del hecho y muestran sus tapas de revistas, y ellas las narran con naturalidad y mucho orgullo, orgullo de haber pertenecido a esa época. Nos habíamos ratoneado tanto habla de un período, de una década, un momento en nuestro país, en el que creíamos que mostrándole nuestros pechos al mundo íbamos a cambiar las cosas para siempre, y ahí está la inocencia, la fantasía, que la realidad se ocupó de derribar, porque en definitiva qué son los “ratones” sino una hermosa fantasía basada en la inocencia de que esas voluptuosas mujeres podían ser nuestras, aunque sea antes de dar vuelta la página.
Cuando el año pasado tuve la posibilidad de visitar por primera vez la ciudad rionegrina de Bariloche, además del hermoso paisaje, una de las cosas que más me impactó fue entrar a la lujosa catedral y encontrarme con unos ventanales vitreaux que en palabras más, palabras menos representaban la “relación”, el “encuentro” entre el General Roca y sus soldados con los habitantes originarios a la manera de La Pasión de Jesucristo, con Roca siendo dilapidado por los salvajes habitantes, y los soldados heroicos llevando a cabo una suerte de liberación santa. La misma sensación causa ver en la plaza del Centro Cívico una estatua de Roca, o entrar al museo histórico de la Ciudad y toparse con textos e insignias que enaltecen la llamada Campaña al Desierto. La clave está en esas tres palabras negadoras, Campaña al Desierto, extraño desierto que en verdad estaba ocupado por otros habitantes a los que les correspondía naturalmente la tierra. Cierto es que no fue la única “Campaña” llevada a cabo, pero sí se reconoce a la de Julio Argentino Roca como la más terrible y sanguinaria. De esto trata Inacayal, la negación de nuestra identidad, documental dirigido por Myriam Angueira y Guillermo Glass, de un verdadero genocidio al que se lo ha ocultado por años. Hubo un tiempo en que a nuestro país le fue ocultada gran parte de su historia, un tiempo en el que todos eran próceres, y antes de que se instalara el Virreynato no había en estas tierras más que una población incivilizada. Por suerte, esto paulatinamente está cambiando y a través del surgente revisionismo histórico del cual esta película es parte se pueden conocer los hechos como verdaderamente ocurrieron. Hablamos de un documental histórico de factura tradicional, hay testimonios de los descendientes de aquellos habitantes originarios, de investigadores e historiadores, hay reconstrucciones históricas, y no se escapa (porque no se busca hacerlo) a cierto didactismo. Se habla de la matanza, de una civilización diezmada, y de cuestiones de política y poder, y es imposible no trazar algún paralelismo actual, más cuando algunos apellidos y “agrupaciones” nos resulten demasiado cercanas y familiares. En una búsqueda abarcadora, Angueira y Glass van de lo general a un caso particular, el del Cacique Modesto Inacayal, que da título al trabajo, y qué, al igual que otros miles fue muerto en las Campañas, y sus restos fueron llevados al Museo de La Plata en el que para ser exhibidos en la sección de Paleontología y Antropología fueron investigados y desmembrados como si tratase de una raza animal exótica o directamente un ser extraterrestre. Ahí, podremos ver el trabajo llevado a cabo para la recuperación parcial de esos restos en 1994 para poder llevar a cabo el debido ritual que permita a sus huesos descansar en paz. Inacayal, la negación de nuestra identidad habla de una sociedad a la que aún le cuesta aceptar y reconocer que antes que lo que conocemos, había otra civilización, distinta sí, pero tan valedera como la nuestra, y a la que hay derechos adquiridos que reconocerles por más intereses creados que haya, No es una voz que se escuche demasiado, todo lo contrario, y ahí radica el gran valor de un trabajo formalmente correcto
Un misterio oculto en parte de la historia argentina, la perversa relación entre un adulto y una menor, una trama de espionaje, la reacción de un pueblo ante la llegada de un sospechoso extraño; todos estos son los elementos que maneja Lucía Puenzo en “Wakolda”, basada en una novela escrita por la misma directora publicada tiempo atrás. Todas temáticas atrapantes, intensas, que permiten a priori profundidad en el relato, aunque a la hora de la concreción cinematográfica, esto no sea tan claro y fluido. Un doctor alemán (Alex Brendemühl) llega al Sur de nuestro país y se relaciona de inmediato con una familia, la de Enzo y Eva (Diego Peretti y Natalia Oreiro), y en especial con Lilith (Florencia Bado) la hija de doce años con problemas de desarrollo. Este hombre los acompaña en un viaje por la ruta, se inmiscuye cada vez más en la mecánica del grupo familiar, y al llegar a Bariloche, a regañadientes de Enzo, es aceptado como primer huésped de la hostería que el matrimonio intenta reabrir. Claro, estamos en 1960, y ese doctor no es uno cualquiera, es Josef Mengele, conocido médico genetista adepto al régimen nazi sobre el que se tejieron y tejen todo tipo de mitos, en especial sobre su ocultamiento en América Latina, entre otros lugares, la Patagonía. Mengele se oculta en la zona al igual que otros tantos nazis, es más, arman una comunidad (casi) secreta que les es propia, en donde se habla y se enseñan los dos idiomas, y en donde no parece haber mayores cuestionamientos. Ahí, Mengele “seduce” a todos, desde la niña con la que se obsesiona con experimentar sobre sus complicaciones de desarrollo, Eva con un embarazo complicado a cuestas y un pasado nazi que ayuda a “aceptar” y consentir la relación de Mengele con su hija, y hasta el ambiguo personaje compuesto por Elena Roger, una “cazadora” de nazis (quizás) enamorada de su posible presa. A la manera del Leland Gaunt de Max Von Sidow en “Tienda de los deseos malignos”, todos caen ante la aparente simpatía de un ser que detrás esconde un rostro perverso. El único que parece advertirlo es Enzo, a quien el visitante no alcanza a seducir, a pesar del esfuerzo que hace para lograrlo... Puenzo comienza el film con intrigas mayores, ubica las fichas necesarias para crear las expectativas de algo grande. Pero todos los elementos con los que contaba el argumento se diluyen más rápido de lo esperado. Más allá de un excelente trabajo en fotografía y rubros técnicos, así como una banda sonora acorde e interpretaciones sólidas, el interés por la historia no se sostiene, y rápidamente cae en la rutina de seguir al personaje central en sucesivos momentos de mayor o menor relevancia. Los personajes de Eva y Enzo no tienen el peso necesario en la historia, muchas de sus decisiones no parecen lógicas por el enfoque que el guión marca en sus roles. Lo mismo sucede con los cazadores de Roger y Guillermo Pfening quienes lucen contenidos, gélidos y no logran trascendencia en el relato, a pesar de que la tienen (dominan el lugar, en la práctica). Así como los personajes, la autora también parece enamorada de aquel ser siniestro hombre, y hacer girar todo alrededor de su figura, lo cual tal vez no permite profundizar en otras subtramas del relato que no terminan por despegar. No siempre abarcar más es hacer algo grande, y “Wakolda” pierde fuerza al querer tocar varias aristas con igual nivel de llegada y a diferencia de films como “Apt Pupil” (que transmitían un real pavor por quien se mostraba como amigable), podría decirse que toma una postura distante, de no juzgamiento; correcto desde lo moral, pero que termina enfriándola (acorde con el hermoso paisaje patagónico que ofrece de fondo).
Miguel Rodríguez Arias tiene una interesante trayectoria como documentalista con trabajos tanto en cine como en televisión. Lo suyo es el trabajo de investigación, el documental de estilo periodístico en base a temas de nuestra historia reciente, quienes recuerden sin ir más lejos El Nüremberg Argentino sabrán de lo que hablo. En Buscadores de Identidades Robadas el eje no cambia en absoluto, porque si bien hablamos del trabajo de un equipo científico interdisciplinario, no es uno cualquiera, y Rodríguez Arias lo deja bien claro. El Equipo de Antropología Forense lleva una tarea encomiable en varios aspectos, su importancia es imposible de resumirla aún en un largo cinematográfico. Tienen a su cargo muchísimos trabajos de investigación, reconstruyen las brechas sobre distintos hechos ocurridos en nuestro país, pero principalmente es reconocida su labor en la lucha por recuperar los datos faltantes sobre los desaparecidos durante la última dictadura militar, específicamente en el reconocimiento de cadáveres –huesos encontrados enterrados en los ex centros clandestinos de detención - y extracción de ADN para la comparación con familiares; y por supuesto también en la comparación de muestras para la recuperación de nietos. Arias extrae voces de diferentes ángulos, están quienes integran el equipo, quienes desarrollan las diferentes actividades, y cada uno cuenta un poco de historia y muestra su labor en palabras; hay científicos extranjeros que denotan un grado de admiración; y también están los “beneficiados” con el trabajo. También hace una reconstrucción de época desde el clásico material de archivo, en su mayoría ya visto otras veces, pero en una nueva composición que le da otro parecer. Buscadores... se ancla en los terribles sucesos del gobierno de ipso iniciado en 1976, en especial en sus últimos años; y las imágenes y voces de aquella época toman una relevancia importantísima comparándolas inteligentemente con el ahora. Por momentos pareciera que hablar del equipo de medicina forense es un poco una excusa para volver a esos años pero con la esperanza de un camino reconstruido, de haber “destapado” algo de lo que quisieron ocultar. Como sucede cada vez que se la ve, escuchar a Estela de Carlotto simplemente estremece, sus testimonios, sus palabras, son siempre las más valederas, y es imposible no ligarlas a una emotividad profunda. Hay una idea, no expuesta directamente, pero que ronda todo el film, la de cerrar viejas heridas internas a través de estos descubrimientos.De llegar a una verdad, terminar con años de ocultamiento y silencio, y eso de una vez de un descanso, un fin, a un reclamo por décadas no escuchado o negado. La sensación, por lo menos para quien escribe, y en boca de varios de los entrevistados es la de un sanjamiento parcial; encontrar al familiar desaparecido, reencontrarse con un nieto, tener el reconocimiento debido, y hasta ver el juzgamiento de los culpables da un reconforte inmenso, la idea de una justicia lograda muchos años después; pero igualmente hay heridas imposibles de cerrar, no solo heridas personales, sino sociales. Hay resquebrajamientos que ninguna ciencia puede sanar.
Adam Sandler tuvo en su momento la posibilidad de convertirse en una gran estrella de la comedia norteamericana, hacerse de un nombre que perdure en el tiempo y ser un referente a la hora de la risa asegurada. Logró asociar su nombre a un puñado de comedias (algunas más logradas que otras pero todas por lo menos efectivas) que mezclaban lo zafado con un tono familiar y/o romántico, lo cual aseguraba un público amplio. Pero en sus últimos regresos a la pantalla no pareciese sacar otra conclusión que la de dilapidar ese “prestigio”, quizás buscando adaptarse a los nuevos tiempos de la comicidad más al límiite del buen gusto, más propicia a los chistes subidos de tono y en busca de lugares “inapropiados”, lo cierto es que se lo nota incómodo en este registro, al igual que a todos sus compañeros en este secuela del éxito de 2010. La cosa es así, "Son como niños" se transformó rápidamente en la película más exitosa en la carrera de Sandler, y aunque ella podía marcar el punto de quiebre entre sus películas aceptables y el resto, el hecho de reunir a un cast de actores cómicos, que marcaron a una generación (norteamericana) en una misma propuesta, lograba no muchos pero sí algún momento gracioso y rescatable, junto a un argumento que rescataba esos valores familiares propios del Sandler de "Click", "Como si fuese la primera vez", o "Un papá Genial". El problema con esta secuela es que, más que ser un producto claramente hecho con el sólo propósito de la recaudación (lo cual dio resultado en USA), "Grown Ups 2" parece un trabajo sin ideas, que repite la fórmula de la anterior pero no tiene “el gancho” de aquella, donde la innovación es mínima. El argumento, es la excusa de ver cómo siguen los personajes antes conocidos (menos Roy Schneider), con Sandler ganando en protagonismo. Luego de instalarse en el pueblo natal y reencontrarse con los amigos de la infancia, Lenny se sorprende ahora al ver que la historia se repite con los hijos de ellos, poniendo el foco en los sucesos escolares; lo cual tambien ayudará a recordar sus tiempos escolares y encontrarse con personajes de aquella época. Eso es todo lo novedoso, el resto son escenas que transcurren con mayor o menor gracia pero sin hilo conductor entre sí, con el grupo (al que hay que sumar a David Spade, Chris Rock, y Kevin James) comportándose como infanto-adultos, los hijos repitiendo la experiencia, y las esposas en el mismo papel de quejosas de antes. Las situaciones son menos graciosas que en la primera parte y en un punto surge algo de cansancio, en los actores y el espectador. Pero también es cierto que hay un público que reacciona positivamente a estas películas, que concurre a una sala para ver a Sandler y Cia. hacer lo mismo una y otra vez sin importar las razones del por qué, y a este público está dirigida "Son como niños 2", y para ellos puede que se trate de un film menor pero no hay que dejar de reconocerle que es eficaz y cumple con continuar la franquicia dentro la línea esperable