Pueblo chico infierno grande, reza el famoso refrán; y sí que El Escondido es un verdadero polvorín a punto de convertirse en infierno. El director Valentín Javier Diment, con una interesante trayectoria en el cine de género; recorre en El Eslabón podrido una gran película de género que, como los buenos platos, se cuece lento hasta que en su punto justo quede con un sabor delicioso. El Escondido es un típico pueblito del interior del país, muy pocos habitantes, todos se conocen entre sí, se maneja una tónica particular. La primera escena, a modo de flashforward ya nos adelanta que algo malo va a pasar. En ese pueblo vive Ercilla (la enorme Marilú Marini), una anciana curandera, con sus dos hijos, Roberta (Paula Brasca) y Raulo (Luís Ziembrowski). Ercilla posee un grado avanzado de senilidad, se pierde en su mente, se olvida quién es y cree ser una niña; pero los rencores no se olvidan. Roberta, es la prostituta más solicitada del prostíbulo que parece ser el corazón del pueblo, hay que mantener a la familia. Por su parte, Raulo tiene capacidades mentales reducidas, es retraído, callado; lo usan para los mandados de todos, lo tratan como si no se diera cuenta, pero él observa. Sobre esta mecánica de pueblo gira el eje de El Eslabón Podrido. Un pueblo con secretos e hipocresías, falsas cordialidades, en donde algunos dicen tener morales altas de la boca para afuera. Pero hay algo más, en su demencia premonitoria, Ercilla le advierte a Roberta que si se acuesta con todos los hombres del pueblo va a morir, como una maldición, o porque ya no les va a ser útil. El guion de Martín Blousson, Sebastián Cortés, Germán Val, y el propio Diment pone su ojo sobre los personajes. Cada habitante de El escondido tiene sus características, y se les resalta su negritud, el desprecio natural que generan. Hombres y mujeres, jóvenes y mayores, todos tienen algo que los hace pertenecer a ese infierno. Sin necesidad de jugar todas sus cartas en la primera mano, se nos ofrece una comedia incómoda, negrísima, llena de puteadas y localismos, nuestra como el pan con mate cocido. La risa que emana en cada escena es natural sin recurrir al gag o al golpe de efecto, como un grotesco delicado lleno de matices y detalles. Es en ese juego de contrastes en donde las interpretaciones juegan un rol fundamental, y el elenco, con varias figuras conocidas (podríamos nombrar además de los mencionados a Lola Berthet, Sergio Boris, Susana Pampín, Germán Da Silva, Marta Haller, Luís Aranosky, y hasta el propio Diment) halla un tono exacto en el conjunto, haciendo creíble la familiaridad y los rencores que se tienen entre sí. Cada uno aprovecha su momento para otorgar diálogos punzantes y no lucir exagerados, aunque sus personajes los lleven al límite. La fotografía a cargo de Fernando Marticorena se complementa con la música de Sebastián Diaz para envolver el ambiente negro y extraño y sacar el mejor provecho de las locaciones. Todo esto, personajes, clima e imágenes en un combo que el director sabe articular a la perfección para mantener el interés y dejarnos expectantes aguardando el cero de la bomba. Diment sabe de cine de género, la peleó desde abajo con el documental ficcionado Parapolicial Negro y el exponente de terror puro La memoria del muerto, y hasta documentó la pulsión por el cine a pulmón en la excelente El sistema Gorevision. Esa mano para aprovechar los recursos se nota en El Eslabón Podrido en donde cada detalle cuenta y en donde cada locación pareciera más inmensa de lo que es. El guion, en el que se nota la mano fuerte del director y sus orígenes, abraza la esencia del cine estilo clase B y en él se hace fuerte, con variantes para que nadie salga defraudado. Todo es un goce, desde poder ver la minuciosa interpretación de esa brillante actriz que es Marilú Marini, hasta los aplausos que arrastra Luis Ziembrowski con su Raulo in crescendo. Los amantes del cine de género más puro puede que se hallen algo desorientados en el primer tramo del film, mientras todo va tomando forma, cuando los silencios, el sonido ambiente y el clima íntimo toma la escena para que comprendamos cada una de las actitudes. Pero ellos también tendrán su recompensa, y con creces, a modo de una fiesta que no van a olvidar. Diment crea mucho más que un entretenimiento para los amantes del género, ofrece un film molesto, sucio, y con interesantes sub lecturas. También subvierte los hechos y entrega lo que puede ser el inicio de algo mucho más extenso, ojalá que de eso se trate. El Eslabón Podrido es otro ladrillo más en la construcción de un cine de género con raigambre nacional. Pero no es cualquier ladrillo, es de esos que sirven de pilar poderoso en la construcción de algo que puede ser gigante. Depende de los espectadores que así sea; es un proyecto que bien vale acompañar y aplaudir con convicción como uno de los mejores films nacionales del año.
Es llamativo, quiere la casualidad que en la misma semana de la cartelera argentina se estrenen dos secuelas de comedias bastante populares. Por un lado, Buscando a Dory se destaca por explotar todas las vueltas de tuerca para narrar una nueva aventura, similar a la primera, pero con el agregado de más personajes y una gran originalidad en el tratamiento. También se estrena Buenos Vecinos 2, secuela del éxito de 2014 que reunió a Seth Rogen, Rose Byrne y Zac Efron en una pelea vecinal y generacional. A diferencia del film de Disney/Pixar, acá pareciera que encontraron la fórmula para innovar. El gancho es presentar un grupo nuevo de vecinos en uno de los bandos, mejor dicho, vecinas. Mac y Kelly (Seth Rogen y Rose Byrne) pudieron desprenderse de la tumultuosa fraternidad del primer film, viven felices, ella queda nuevamente embarazada (vale aclarar que la actriz se encontraba en el mismo estado durante el rodaje) y deciden mudarse. Justo cuando encuentran a los candidatos ideales para la venta, se enteran de una cláusula de prenda que permite al nuevo propietario poder rescindir el contrato de escritura dentro de los primeros 30 días si algo ocurre y la vivienda no es de su agrado. Casualmente, la casa conexa, antes habitada por la fraternidad liderada por Teddy (Zac Efron), vuelve a ser habitada, esta vez por una hermandad de chicas “rebeldes” que buscan crear su propio grupo diferenciado para poder divertirse a lo grande. Para esto, adivinaron, contarán con el asesoramiento de Teddy. Esto da pie a que la guerra entre el matrimonio y sus jóvenes y alocados vecinos vuelva a comenzar… exactamente igual a como ya lo vimos en el primer film. A los dos guionistas de la primera entrega Andrew Jay Cohen y Brendan O’Brien esta vez se les suma el propio director que también repite Nicholas Stoller, el protagonista Seth Rogen, y el habitué a este tipo de comedias Evan Goldberg. Entre los cinco guionistas no tienen la claridad para otorgar material realmente nuevo. Las chicas de la hermandad (atención, vamos a asistir a una clase explicativa sobre las diferencias entre una fraternidad y una hermandad), lideradas por Chloë Grace Moretz, planean todo tipo de diversión, son zafadas, guarras, irrespetuosas, y no quieren saber nada con el control del adulto. Los adultos, a los que se suma la pareja amiga también embarazados, se debaten entre ver peligrar su armoniosa vida y recordar los tiempos en que ellos eran como las chicas de al lado. Entre los dos se ponen trampas, tretas, se desafían, todo truncado por la graciosa torpeza de los personajes. O sea, todo lo que ya se hizo en el primer film. Quien más sufre en medio de esta repetición a modo de loop, es Zac Efron, su personaje no haya lugar adecuado en el argumento, su incorporación se ve forzada, y hasta desaparece durante largos tramos del film (de una duración más bien corta) sin que se note demasiado su ausencia. La excusa de quedarse sin vivienda (el Pete de Dave Franco, ahora gay, hace una pequeña participación para este caso) y sin un futuro cierto no parece del todo suficiente ni bien explotada, ni siquiera el hecho de ubicarlo como una suerte de mercenario en esta simpática guerra parece alcanzar. Rogen y Byrnes dependen de sí mismos, el guion les ofrece el miso material y los mismos remates, el talento para la comicidad de uno y otro, lograrán sacar alguna sonrisa. Nuevamente, varias vetas quedan sin explotar, el embarazo de Kelly pareciera ser una mera necesidad ante el embarazo de la actriz, ya que rara vez se recurre a ese hecho durante la película, es más, se la somete a determinadas pruebas físicas que hasta serían contradictorias. Moretz debe repetir lo hecho por Efron en la entrega anterior, pero lo suyo tampoco es la comedia (viene demostrando ser una actriz no muy dúctil en varios géneros), sus gags son de argumentos, pero lucen forzados en la interpretación, y hasta la necesidad de ponerla como una outsider parece contraproducente con la belleza de la actriz. Hay esporádicos momentos o escenas graciosas, algún acierto al reírse del cliché de los gustos para adolescentes, pero en su mayoría todo queda en algo que ya vimos (y hasta podríamos decir no solo en la primera parte de esta saga). Abundan los chistes sexuales, sexistas, y la referencia cool a la marihuana, que en estos tiempos ya suenan bastante antiguos y reiterativos. Buenos Vecinos 2 tiene momentos efectivos para los menos exigentes, pero no ofrece nada que no podamos hacer viendo otra vez desde nuestras casas la primera película. Quienes no estén en busca de algo refrescante quizás salgan satisfechos.
En 2013 el estreno de El Conjuro no solamente significó un éxito de taquilla; pocas vece hay un consenso tan general en una película de género entre público y crítica acerca de la calidad del resultado, al punto de hablar de un clásico instantáneo y de expectativas altísimas desde los primeros trailers. Su secuela no se iba a hacer esperar, en el medio, un Spin Off que no corrió con las mismas opiniones favorables aunque sí repitió parcialmente su éxito. El Conjuro 2 repite el mismo equipo, su director James Wan un nombre puesto en el cine de terror; los guionistas Chad y Carey Hayes (La Casa de Cera) a quienes se les suma David Leslie Johnson (La Huérfana) más el propio director; y lo fundamental, la misma pareja protagónica. La historia comienza en 1975, el matrimonio de expertos paranormales conformado por Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Fármiga) se encuentra analizando uno de los casos de posesión más famosos de la historia, la casa de Amityville en el 112 de Ocean Avenue, precisamente el caso que puso a los reales Warren en el tapete de las noticias. Lorraine presiente, tiene una de sus visiones espectrales y nuevamente entra en pánico al haber estado tan cerca del infierno. Dos años después, los Warren ocupan horas en programas de talk-shows que cuestionan sus actividades. Pero la acción principal se traslada a London, en el barrio obrero de Enfield, allí vive Peggy Hodgson (Frances O’Connor quien tuvo una ráfaga de éxitos en la primera mitad de la década del 2000) madre de cuatro hijos recientemente abandonada por su marido. Las dos hijas de la mujer, Janet y Margaret (Madison Wolfe y Lauren Esposito) juegan con una tabla ouija construída en la hora de manualidades del colegio. Esa misma noche lo inexplicable comenzará a ocurrir. Janet caerá presa de un ente (¿Un fantasma?) que la posee y domina la casa con una brutalidad inusitada. Peggy presenciará uno de esos hechos y el pánico se adueñará de la familia y los vecinos. Mientras tanto, en EE.UU., Lorraine continúa con sus premoniciones cada vez más clarificadoras e insiste a su marido de abandonar “la profesión”. Ambos serán convocados por la Iglesia Católica como observadores en el caso Enfield, y aunque primero se negarán terminarán aceptando y viajando al viejo continente. Lo que sigue no lo adelantaremos aunque no ofrece mayor sorpresa sobre lo que puede esperarse de una secuela de El Conjuro. Solo decir que a los Warren se suma otro investigador inglés Maurice Grosse (Simon McBurney) y la escéptica psicóloga y parapsicóloga Anita Gregory (la alemana Franka Potente, otra cara recuperada del cine de género). Eso es lo que define a esta propuesta, no ofrece mayores sorpresas. El suceso de la primera entrega sería digno de un interesante análisis. El cine de casas embrujadas y posesiones es un subgénero propio dentro del terror. Hay películas de todo tipo y clase sobre esos temas. A primera vista El Conjuro no parecía entregar nada nuevo, se replegaba en efectos y trucos ya vistos varias veces ¿Entonces qué era lo que la hacía destacable? Quizás precisamente eso, que se trataba de un film clásico, que no intentaba apabullar con parafernalia nueva y colocaba todos los elementos que ya conocíamos pero bien hechos y con el presupuesto digno de una “película importante”, más el plus de tratarse de un caso real y de un matrimonio medianamente conocido. El Conjuro 2 saldrá mejor parada cuando se apegue a esa misma idea, cuando se acerque a lo clásico, que por suerte es la mayor parte de su extenso aunque no aletargado metraje. El presupuesto esta vez es mayor y se nota, pero eso le permite hacer uso de algunos efectos digitales que no encajan del todo bien con la propuesta. El gran acierto es centrarse en los personajes, Ed y Lorraine son seres que nacieron para formar parte del mundo del cine de terror, y tanto Patrick Wilson como Vera Fármiga les sacan todo el jugo posible a sus criaturas. La química entre ellos es fuerte, crean empatía con el resto y con el público, y algo que sí marca la diferencia, se creen lo que están haciendo. Para mejor, esta vez, el guión les dedica mayor espacio, se los va en su intimidad y tienen una historia propia (aunque es demasiado similar a la que ya vimos en la primera película). El hecho de colocar a dos caras reconocidas como O’Connor y Potente también colabora con la identificación y ambas se destacan en personaje si se quiere antagónicos. Lo mismo para con la pequeña Madison Wolfe quien logra expresar el terror y el desconcierto sobre lo que pasa por su cuerpo. Hay algunas incongruencias y hechos que no quedan del todo claros, como detalles para el espectador más atento que tampoco tienen demasiada explicación; pero nada de eso pareciera influir demasiado sobre lo que vemos. La ambientación también es otro punto fuerte, la granulada fotografía de Don Burgess entre lo clásico y lo lúgubre, y la banda sonora con varios hits de la época acompañada por tonos tétricos de Joseph Bishara; realizan un importante aporte en el logrado clima. Wan sabe cómo asustar, los golpes de efecto son la especialidad del director de El Juego del Miedo, y acá otra vez abundan, en buena ley. Salvo algunos detalles imperceptibles, y un ritmo no del todo parejo; todo parece ser correcto en esta secuela entre más se relaciona con su original. Al igual que aquella ofrece un entretenimiento digno y poco más de dos horas en las que no se puede despegar los ojos de la pantalla. También deja esa sensación de que todo esto ya lo vimos, quizás a otro nivel de producción, quizás en un grado mayor de improvisación, pero lo transitamos, y podemos ir adivinando a ciencia cierta cada uno de los pasos que el argumento irá entregando.
Habrá que prestarle atención a la realizadora Andrea Testa. En la última edición del BAFICI la gran sorpresa de la programación resultó ser La Larga Noche de Francisco Sanctis, la cual Co-Dirige junto a Franciso Márquez, alzándose con varios premios entre ellos el de Mejor Película. Ahora, a pocos más de un mes de aquel galardón y aguardando el estreno de esta ópera prima ficcional; llega al Espacio INCAA Km0 Cine Gaumont el estreno de su ópera prima como documentalista, Pibe Chorro; y lo primero que sale a la luz, más allá de su pericia como cineasta, es la claridad de sus posturas ideológicas, ago fundamental para un cine comprometido. Alcanza con ver el trailer de Pibe Chorro para caer en su contundencia; alcanza con ver los primeros segundos del documental para apreciar los recursos para arribar a esa contundencia. Argentina es un país fragmentado. Los ciudadanos capitalinos marcan todo tipo de diferencias respecto de quienes viven en el interior de las provincias. Esa diferencia es aún más notoria en el Conurbano Bonaerense, las diferencias de clase marcan orígenes, oportunidades y destinos; también, como causa o efecto, delimitan las miradas del tercero. Hay realizaciones a las cuales el devenir de su proceso los termina signando, un hecho fortuito. Este es el caso de Pibe Chorro, cuando su realizadora se encontraba en plena investigación para el documental en la Villa Puerta de Hierro de Isidro Casanova, La Matanza; uno de los entrevistados, Gaby, un chico, fue asesinado. Este hecho, no cambió la perspectiva sobre el trabajo de Testa, pero de alguna forma lo resignificó ubicándolo como centro del relato para a partir de allí teorizar sobre la situación que se vive en esos barrios. Estigmatización, esta es la palabra que más pega en la idea de Pibe Chorro. La delincuencia existe y no se trata de ocultarla, pero pareciera que las miradas están siempre posadas hacia un mismo lado, y se llega al prejuzgamiento por el solo permanecer. El caso de Gaby servirá como punto de partida para trazar una radiografía de la vida en los barrios humildes del Conurbano y cómo viven con los estigmas que les han impuesto desde los medios y desde las clases sociales que creen ser superiores. Más aún, cómo marca el porvenir de los niños que ya nacen con un sello a fuego ¿imposible? de borrar. Pero el trabajo del documental no se queda simplemente en la bajada de línea directa, muestra ambigüedades, contradicciones, y trata de desnudar realidades, causando un gran impacto, aún sin la necesidad de coincidir en todo lo que se expone. Hay entrevistas, voz en off, una cámara subjetiva y también en tercera persona. Afortunadamente le escapa a lo meramente expositivo, propio de un ambiente más televisivo. La realizadora hará uso de varios recursos para llegar al espectador y mantener su interés, desde la poesía acompañada de imágenes en voz y texto de Vicente Zito Lima hasta el testimonio de varias disciplinas teóricas afines como sociólogos, activistas sociales, abogados relacionados, y por supuesto los allegados logrando un ambiente intimista para la emoción. Pibe Chorro no esconde sus posturas y las demuestra con archivos de medios, con palabras y fundamentos. Hay una creencia sobre lo que es y lo que realmente es, también hay una forma de asumir eso que se cree que es en el afuera desde adentro. Sus menos de ochenta minutos nos atraviesan, calan hondo y duelen, pero fundamentalmente, nos dejan pensando. Quienes ya pudieron ver La Larga Noche de Francisco sanctis sabrán la mirada incisiva que Testa poza sobre la sociedad y sus responsabilidades, quienes aún aguardan para verla su estreno comercial, encontrarán más de una coincidencia entre aquella y este documental, aún tratando cuestiones y formatos distintos. Más allá de los planteos temáticos impecables, hay también esmero desde lo técnico, las imágenes más de una suplen o acompañan las palabras y no alcanza con simplemente enfocarlas. Testa sabe qué mostrar y cómo hacerlo para que cause el impacto buscado, lleno de sutilezas y mensajes en segundo plano. En tiempos en los que palabras como meritocracia parecen de uso corriente, documentales como Pibe Chorro nos hablan de las injusticias que no nos muestran, de lo que nos hacen creer que es, y de las trágicas consecuencias que eso acarrea. Con dolor, pero también con compromiso, hay que verla.
Estreno particular es el que ocupa una de las salas a partir de hoy en el Espacio INCAA Km0 Cine Gaumont; La Cuenta es una muestra del cine más independiente y hecho a pulmón que se realiza en nuestro país. Un cine que se le anima al género desde el profesionalismo, capaz de entregar un producto competente para el espectador sin necesidad de contar con un abultado presupuesto. Mucho tiene que ver el resultado con el origen del film. La Cuenta nace de la pulsión del colectivo creativo llamado Crimson Barra; un conjunto artístico, interdisciplinario, proveniente del Conurbano Bonaerense, más precisamente del Partido de Quilmes. Ahí, un grupo de jóvenes, veinteañeros, se animaron a más, crearon “la división” Crimson Barra Films, y (casi) sin experiencia previa en materia audiovisual, se enfrentaron ante la posibilidad de entregar lo que terminaría siendo un largo (está bien, utiliza algunos recursos para apenas llegar a la duración necesaria de un largometraje, pero se trata de un dato menor solo para entendidos) mediante un plan de fomento del INCAA. Hay films independientes que de todas maneras se las arreglan para entregar un gran despliegue escénico y técnico. No es el caso de La Cuenta, no lo necesita, su idea es concreta, se siente como un producto orgulloso – o debería estarlo – pequeño pero contundente. El argumento es simple y no permite un gran desarrollo mediante estas líneas, un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, se juntan en la trastienda de un bar a jugar el famoso juego de rol Mafia, conocido popularmente como Policías y Ladrones. Reunidos alrededor de una mesa, se reparten cartas con roles asignados. La idea es descubrir quién de ellos es “el ladrón que asesina de noche”, el método de eliminación es mediante votos, quien recibe más cantidad de votos de sospecha va quedando eliminado, si no resulta ser quien posee la carta de ladrón, también se eliminará al acusador. Un detalle para otorgar más sugestión, los participantes están conectados a sondas, y cuando son eliminados se les inyecta algo en el suero que… bueno, los elimina realmente, o por lo menos los deja ahí, inconscientes y fuera de juego. La Cuenta es un trabajo en equipo, y eso se nota desde la realización a cargo de cuatro jóvenes, Federico Zaraus, Agustín Ormazábal, Federico Goyeneche y Gastón Berstein. Más allá de que figure este último en la dirección y guion, la película se fue gestando entre los cuatro, sumada Marcela Zarich en la dirección actoral, y con la colaboración de todo Crimson Barra para llegar a su objetivo, ad honorem, por el simple placer de realizar la obra y tener a su criatura en manos. En este juego en apariencia sencillo que nos proponen hay un cuidado manejo de la tensión, en donde la banda sonora resonante y el sonido cerrado cumple un rol fundamental, y una creación de clima desde los detalles. El escenario negro, las sombras, la preponderancia de los diálogos y los tonos con que se pronuncian, todo hace que se nos inserte en un thriller que trasciende al juego de rol. Hay mucho entre líneas, cada personaje tiene su personalidad, y esa personalidad, de líder, de relajado, de tímido, de histérico, de analítico, etc., ira signando el destino de cada uno de ellos. Desde la puesta de cámara, los movimientos, y hasta algunos juegos de pantalla dividida (más algunos spots sugestivos) se le entrega la dimensión cinematográfica a algo que podría ser una fuerte puesta teatral. En su corta duración, queda por explicar algo del desarrollo del juego para quienes provengan de afuera, es probable que en determinados momentos el espectador pueda perderse, o no entender determinadas acciones, sino conoce la dinámica de un juego de rol. No hay explicaciones, se nos introduce directamente dentro de la partida. Se entrevé también una clara y lograda intención de traslucir en ese micromundo claustrofóbico de once personas, actitudes aplicadas a la sociedad, opiniones, contradicciones, y puesta de posiciones que talvez parezcan algo remarcadas, pero cumplen su caro objetivo. El rubro actoral es primordial en una puesta tan minimalista, entre los actores se siente la familiaridad, la comodidad de trabajar en un equipo conocido. Sin destacar a uno sobre el resto, todos les otorgan las características necesarias para que desde el otro lado de la pantalla también juguemos al adivinar. Más allá del nerviosismo y del magnetismo creado en un contexto mínimo, en La Cuenta se transmite pasión, ganas por crear un proyecto desde cero, esa idea de que en el ambiente artístico debe haber un lugar para que todos puedan expresarse como deseen, y con el fomento necesario, lograr el sueño del pibe del estreno comercial. De Quilmes hacia afuera La Cuenta es una muestra de que se puede, aplaudimos de pie la garra del emprendimiento.
Vuelven Leonardo, Raphael, Donnatelo, y Michelangelo, las famosas tortugas Ninja que patrullan las calles de Nueva York desde las alcantarillas y que en 2014 tuvieron un reboot y nuevo inicio de saga. Aquel film cosechó una cuantiosa cifra de espectadores convirtiéndolo en uno de los mayores éxitos de ese año. Pero así como llevó espectadores a las salas, recibió varias críticas sobre el nuevo desarrollo que se les había dado a los personajes creados en el comic por Kevin Eastman y Peter Laird y popularizados globalmente con la serie animada emitida entre 1987 y 1996. De la mano de Michael Bay como productor y Jonathan Liebesman en la dirección, aquel film si bien utilizaba varios puntos, sobre todo del comic, se encargaba de actualizar la historia, darles otro origen y variar el estilo para que sea más similar al bombástico Bay con el gastado pretexto de “alcanzar a las nuevas generaciones”. Ante el éxito la secuela era obligada, pero ¿Los reclamos fueron escuchados? Podríamos decir que sí… aunque parcialmente. Dos de los tres guionistas de la primera entrega, Josh Appelbaum y André Nemec (ambos de Misión Imposible: Protocolo Fantasma) repiten acá sus roles. Destructor (Brian Tee) ha sido encarcelado, pero los peligros no han terminado. Las tortugas, con la ayuda de la reportera devenida en investigadora April O’Neil (Megan Fox, cada vez más parecida a una de las figuras de CGI que tanto adora Bay) se encuentran tras la pista del Dr. Baxter Stockman (Tyler Perry), un científico que se encuentra trabajando en extraños y secretos experimentos. Durante el traslado de Destructor, sus secuaces, el Clan del Pie, se hacen presentes desbaratando la operación. Pero en el medio de la acción, Destructor desaparece en medio de un portal que se abre en el cielo. Ahora, las tortugas deberán enfrentar un triple peligro que actúa en conjunto, Destructor y su Clan, los megalómanos planes de Baxter, y la amenaza alienígena de Krang; quienes juntos planean abrir un portal hacia otra dimensión para así dominar el mundo. Vale decir que del lado de los villanos se suman dos torpes y clásicos secuaces Beebop (Gary A. Williams) y Rocksteady (el luchador de la WWE Sheamus); y del lado de los buenos hace su aparición el justiciero policía Casey Jones (Stephen Amell). La película realiza un despliego técnico destacable como era de esperarse. Hay un buen uso del 3D, la creación de los personajes digitales es sólida y los efectos no paran desde la primera escena a la última. Está claro que es un producto que intenta entrar por los ojos. El ritmo no cesa en ningún tramo y las explosiones abundan quizás un poco más de lo necesario junto al ruido de metales retorcidos. Hasta pareciera que hay tramos enteros en los que su movediza cámara fue planeada adrede para el disfrute del “nuevo chiche” 4D. Todo esto es la marca registrada de Michael Bay como productor. Partiendo de esta base bombástica ineludible y esperada, Tortugas Ninja 2 hace algo que Bay como director no ha logrado a lo largo de la saga de Transformers que maneja además como director; tener en cuenta al público fiel del clásico. Si bien siguen existiendo cambios notorios (sobre todo en los personajes de Baxter y Casey), vale aclarar que el argumento troncal (más simple de lo que parece dentro de la montaña rusa que se muestra) es muy similar al inicio de la serie animada. Los personajes de Beboop y Rocksteady no solo cuentan con un origen (casi) igual al que los seguidores conocían, sino que respetan su humor e increíble torpeza y hasta inocencia; sin lugar a dudas son lo mejor de la propuesta. Krang tiene puntos en común con el personaje de la caricatura, pero por su esencia monstruosa y robotizada no puede evitar terminar cayendo en un recordatorio de que acá Transformers tiene algo que ver. Hay humor, conflictos personales ya vistos y que no cuentan con un peso demasiado importante, y hasta varias incongruencias que terminan siendo disimuladas en medio del estilo caricaturesco que se le imprime al asunto. El nuevo director, Dave Green (Earth To Echo) no aporta gran variedad, se sabe que estos son films de estudio y producción; sin embargo se nota un poco más de cuidado en hacer que las escenas de acción si bien abrumen logren comprenderse. En el fondo, más allá de los aspectos positivos en haber prestado más atención a hacer un film que parezca un largo de la serie animada, persisten varios de los problemas del film anterior. Determinadas escenas quedan colgadas y fuera de lugar en medio de un arco que no da lugar al humor vulgar que plantean. Alusiones sexuales aquí y allá lejos de ser el guiño al adulto que acompaña al menor terminan siendo puntos descolocados que derrumban en gran parte los méritos conocidos. Este problema, sumado al ritmo incesante que en determinado momento terminan cansando y juega en detrimento del guión (sobre todo en la última media hora cuando el guión se corre para dejarle espacio a la acción sin freno) hacen que el film empeore cada vez que se aleje del concepto original que es TMNT. No se pueden exigir grandes rubros interpretativos en películas como estas. Will Arnett vuelve a ser el segundo comic relief detrás del humor de las tortugas, pero quizás en esta oportunidad al tener un menor tiempo en pantalla el resultado sea mejor y sus gags más efectivos. Tyler Perry compone a un Baxter muy diferente al que conocemos pero correcto en lo que exige la propuesta. También aparece por ahí Laura Linney como la jefa de policías, otorgando las mismas características que siempre vemos cuando vemos a un actor de carácter en productos de este tipo, la impronta con que relatan sus textos se ubica por encima del tono liviano. Los fanáticos saldrán más favorecidos de la propuesta que presenta Tortugas Ninja 2 con varios guiños y referencias explícitas. El resto de los espectadores quedarán sometidos a un tanque explosivo, que mejora la experiencia anterior pero aún tiene muchos asuntos que resolver.
Con tres películas, Santiago Palavecino (La vida nueva) es un claro exponente del cine Indie local. Como en sus films anteriores se vale del género para adentrarse en una narración mucho más particular. El universo de Algunas Chicas es femenino, las mujeres son las que expresan sus emociones y dejan sus pulsiones a flor de piel. Un enigmático cuento de suspenso, el centro son cinco mujeres, pero el punto de vista lo posee Celina (Cecilia Rainiero) quien llega a un pequeño pueblo para instalarse en la casa de una amiga a quien hace muchos años no ve. Celina es médica cirujana y viene huyendo de una relación quebrada. Al llegar al hogar de su amiga, casada, nota la ausencia de Paula (Agostina López) la hijastra de la mujer. Quien parece está encerrada en su dormitorio y no quiere salir de él. Este halo de misterio se acrecienta cuando al día siguiente Celina salga a recorrer el pueblo y se encuentre con otras dos mujeres, amigas o conocidas de Paula, cada una con características particulares, que la increpan por el destino de la ausente y pronto entran en confianza. Celina cada vez más se introduce en la historia de Paula, de estas dos mujeres y de su amiga, llenando todo de un misterio palpable. También se siente la necesidad de olvidar, Celina se deja llevar, recorre la zona con cada una de las mujeres, deja que le cuenten más que hablar de ella misma. El misterio se agiganta y los lazos extraños comienzan a tejerse, más aún cuando la mentada Paula diga presente. No hablamos de hombres, que los hay, pero no ocupan el rol central, Palavecino los ubica en lugar periférico, de circunstancia o detonante. El padre de Paula, un dealer, un chofer, y otro par que se revela sobre el final. Todos están ahí, en escena, haciendo sus aportes a las historias de cada una de estas mujeres que son las que expresan qué es lo que les sucede. El guión se desarrolla cual viñetas, instantes separados en la estadía de Celina, que inicia así un viaje de auto descubrimiento. Como un mosaico gigante que podría funcionar también como gran estructura teatral. Hay algunos giros importantes en la historia que no conviene desarrollar, pero que un ojo atento puede adivinar a los pocos minutos. Esto no desmerece un guión que finalmente no se inclina tanto por el misterio como por la introspección. Palavecino es un sólido director actoral, y eso se nota en la armonía lograda en cada escena. Las cinco mujeres logran momentos destacables, en solitario o en apoyo. En especial se destaca la labor de Ailin Salas a quien la cámara adora desde la primera escena. Salas, poseedora de esa belleza salvaje y de esos gestos rabiosos sin necesidad de sobre expresión (casi todo lo contrario) acapara cada cuadro en que participa, se adueña de la mirada del espectador; con el personaje más enigmático de todos. Un gran trabajo en la fotografía, a cargo de Fernando Lockett, quien junto a la disimulada banda sonora generan un cuadro entre lo ominoso y lo cotidiano de quien se adueña de la noche para olvidar sus días. Finalmente Algunas Chicas no es un thriller, se vale de él para profundizar en un drama sobre mujeres que sufren cada una a su modo, o al mismo modo de todas en conjunto. Donde la identificación con el público femenino es probable que surja de modo natural. Aquellos espectadores que busquen modos narrativos diferentes saldrán mucho más favorecidos que quienes se introduzcan en la búsqueda de un relato lineal. Palavecino no sólo habla desde el texto, se vale de la potencia de la imagen, de la gestualidad, y hasta de lo no expresado para que entendamos lo que nos está queriendo contar, algo mucho más regular de lo que aparenta.
Algo cambió dentro del cine de acción con la llegada del nuevo Siglo. Luego de un período corto en el que este género no fue muy bien recibido, llegaron las películas que asocian la acción explosiva a un aspecto juvenil y alineado; como si pudiesen ser modelos publicitarios part time y salvar el día a las piñas y tiros en sus ratos libres. Quizás sea la interrupción de la franquicia Los Indestructibles, quizás sea ese inesperado giro que pegó Liam Neeson en su carrera con Búsqueda Implacable, quizás no responda a nada de esto; pero Mente Implacable es una película que viene a poner las cosas en su lugar. Kevin Costner es de esos actores que tuvieron un temprano cuarto de hora, luego el destino le dio un revés, comenzó a ser vapuleado, y el tiempo lo reivindico como un ser de culto. Actor, guionista y director, el hombre tiene talento de sobra en los tres rubros, no acepto una discusión en contrario sobre esto, y también ha demostrado poseer una gran capacidad para auto parodiarse. En Mente Implacable Kevin es la estrella; lo lamento por quienes tenían la esperanza de ver a Ryan “Deadpool” Reynolds desplegar sus músculos otra vez. El director Ariel Vromen (The Iceman, Dánica, RX) y los guionistas Douglas Cook y David Weisberg idearon un film en donde los post cincuenta son los reyes. La historia comienza de la mano de Bill Pope (Reynolds) un agente de la C.I.A. tras la caza de un peligroso terrorista (Jordi Mollà). Pope es capturado, torturado y asesinado casi a punto de finalizar su misión. El jefe de la agencia Quaker Wells (Gary Oldman, a los gritos como siempre) no quiere/no puede darse por vencido y es así como se contacta con el médico neurólogo de investigación Dr. Franks (Tommy Lee Jones, que con los años va perdiendo las pocas muecas que siempre tuvo) para que le ofrezca una solución. Franks se encuentra en fase de desarrollo y prueba en animales de un experimento que permite transplantar la memoria de un cerebro aún activo dentro de un cerebro ajeno con similares características neuronales. El cerebro de Pope aún se mantiene mínimamente activo, pero hay un problema, el único que parece responder a sus características es un peligroso asesino llamada Jericho Stewart (Costner). Lo que sigue es el éxito del experimento, Jericho se siente perturbado por los recuerdos ajenos y se revela frente a quienes lo sometieron… pero también quiere impedir el tremendo plan del terrorista y sus secuaces. A Costner le alcanza con su primera aparición (en realidad la segunda contando una pequeña introducción pre-créditos) para meternos a todos en su bolsillo. Su interpretación de Jericho oscila entre esos gestos adustos y de pocos amigos que lo caracterizan, y una rabia descontrolada que puede ser entendida (y lo es) como sobreactuación, pero que calzan justo con el personaje. Jericho es un anti-héroe, con sangre fría, que casi prescinde de las armas de fuego en pos de cualquier elemento que se cruce en su camino, pero que también tiene sentimientos aunque quizás sean ajenos, o no, lo descubriremos. El resto del elenco, numeroso e importante, acompaña correctamente. Tenemos al Gary Oldman que queremos, ese que no conoce los gestos mínimos y la voz modulada. Tommy Lee Jones es quien más viejo se nota pero aún tiene cuerda para darnos un personaje fuera de la acción pero rebozante de carisma. Gal Gadot, como la viuda de Pope y dama en peligro para Jericho no cuenta con el suficiente tiempo en pantalla, pero convence en sus intervenciones. Párrafo aparte para la banda de villanos, de manual, de esos con planes y líneas de diálogos de malevolencia pura, que tantos nos gustan. Vroman (con una filmografía más que interesante que deberían revisar en su totalidad) se muestra competente para mantener un ritmo frenético permanente pero que jamás penetra en lo convulsivo. Todo se entiende, todo se disfruta. Tampoco hay necesidad de grandes escenas ampulosas ni desempeños físicos imposibles en brilloso slow motion, todo está en su justa medida para que el espectáculo sea saboreado. El guión de Cook y Weisber (dúo detrás de La Roca y Doble Traición) renuncia a la lógica y formalidad. El elemento de ciencia ficción sirve para introducir los personajes en la historia, a partir de ahí todo es terreno del suspenso y la acción en donde las coincidencia y los infortunios lejos de criticarse son celebrados. Los diálogos son aceitados, rápidos y más de uno para el recuerdo. Todo se desarrolla sin importar si es posible o no, es ficción y bienvenido sea que no se tomen en serio. Costner no es Stallone, Schwarzenegger, ni menos Van Damme, pero recupera a su modo el estilo del macho puro, que aún entrado en años, es capaz de cargarse unos cuantos villanos a la vez, sin correr, sin transpirar y volviendo a la noche a casa con el vinito para la cena. Los modelitos no hacen eso.
En el año 2010 el estreno de Alicia en el país de las maravillas significaba para Disney, y para la industria de Hollywood en general el inicio de una “moda” sobre adaptaciones de cuentos clásicos infantiles en un tono y estética más adulto. Seis años después llega su secuela, la cual a la vista de los resultados podría estar indicando un profundo desgaste de la fórmula. No nos confundamos, la novela de Lewis Carroll adaptada muy libremente en el primer film tuvo también una secuela, precisamente llamada A través del espejo y lo que Alicia encontró allí. Parte de la historia de ese libro se veía dentro de la primera película. En esta oportunidad, salvo algunas referencias escénicas el camino que se tomó es totalmente diferente, nada hay aquí de la segunda novela; es más, nada hay de Lewis Carroll. Alicia (Mia Wasikowska) ahora ya es toda una capitán de barco, a bordo del Maravilla recorre los océanos buscando intercambios de todo tipo. En su regreso de China, se entera que puede perderlo todo, su madre (Lindsay Duncan) ha hipotecado la vivienda y la única manera de librarse de la “condena” impuesta por el rencoroso Hamish (Leo Bill) es entregar su barco y olvidarse de la capitanía pasando a ser una empleada administrativa. Presionada por la situación, Alicia hallará un nuevo escape reingresando a la Tierra de las Maravillas, esta vez traspasando un espejo. Una vez dentro de su fantasía, la joven se enterará que El Sombrerero (Johnny Depp) está muriendo de tristeza, cree que sus desaparecidos padres, víctimas de una tragedia, están vivos y que solo Alicia puede regresarlos. Nada es imposible, Alicia descubre la existencia de la Cronoesfera en posesión de un personaje llamado Tiempo (Sacha Baron Cohen), y necesita robársela para regresar el tiempo e impedir la tragedia de los padres del Sombrerero. Hay más, Tiempo está siendo somerito por Iracebeth (Helena Bonham Carter), la pérfida Reina Roja, para poder utilizar la cronoesfera a su favor y cambiar los hechos que la llevaron a su situación actual. El guión creado por Linda Woolverton no se ahorra dar una y mil vueltas, aparecen (casi) todos los personajes de la película anterior y le agrega viajes temporales e idas y vueltas a una Tiera y la otra ¿Significa esto una complejidad del material? Alicia a través del espejo carece de novedad, todo lo que vemos, incluso una cronoesfera, ya se ha visto anteriormente. La presencia del tiempo como elemento trascendental es remarcada una y otra vez impidiendo la sorpresa sobre lo que puede llegar a venir. Varios de esos giros son los tradicionales de toda secuela, como el conocer nuevas aristas o historias de trasfondo de los personajes ya familiarizados de otro modo. Para acrecentar esta falta de originalidad el cambio en la dirección no mejoró el panorama. Si Alicia en el país de las maravillas es una de las películas más estándar de Tim Burton, su remplazo por James Bobin (Los Muppets) ofrece algo totalmente falto de inspiración. Aún bajo las órdenes del gigante Disney, Burton se las había ingeniado para transmitir algo del universo de sus películas y mezclarlo con algo de la demencia de los libros de Carroll. Nada de eso encontramos esta vez, A través del espejo es lo que se conoce como una película de productores, en donde la mano del director se encuentra casi nula. Todo el desparpajo que Bobin supo imprimir en los Muppets (aunque la secuela guionada por él sea menos irreverente), Flight of the Concords y en los shows de Ali G, parece haber desaparecido dejando lugar a una aventura que se sigue con interés pero que puede adivinarse todo su curso desde que su premisa general queda establecida. Esa carencia de creatividad también se transmite al rubro interpretativo, en el que los actores ya conocidos repiten cual fórmula lo que hicieron en el anterior film pero en menor medida (algo muy notorio en Depp y Bomhan Carter) y las nuevas adquisiciones se encuentran acotadas por un guión que no les permite desarrollarse correctamente. Hablamos de un film entretenido, con un gran despliegue de efectos, que pone todas sus fichas a entrar por los ojos (aunque no hay nada sorprendente), y que mantiene su interés constante en sus casi dos horas. Pero la sensación de ser algo menor es latente. Se podría decir como excusa que es un producto para un público infantil, lo cual iría totalmente a contramano de los conceptos ideados por Carroll de entregar una historia que puede ser apreciada por el público menudo sin necesidad de menospreciarlos y otorgándole el beneficio de la suficiente inteligencia al lector/espectador. Alicia a través del espejo transmite desgano, presión en realizar una secuela de algo que quizás no lo necesitaba y que solo obedece a la regla de exprimir la fórmula del éxito. Los innecesarios remarcados, la monotonía disimulada con un ritmo de carrusel, y la permanente sensación de esto ya haberlo visto; así parecen dejarlo claro.
Hay actrices que si bien nunca tuvieron ese protagónico que las ponga en boca de todos, tienen un currículum riquísimo en roles de reparto o protagónicos en films que no trascendieron a la masividad. Este es el caso de la inglesa Maggie Smith, una verdadera dama de la actuación, una actriz multifacética a quien pueden tener desde la Minerva de Harry Potter a la Constance de Gosford Park pasando por la Duquesa de York de Ricardo III, la Señora Medlock de El Jardín Secreto, la Hermana Superiora de Cambio de Hábito, o sí Violet Craley de la serie de TV Downton Abbey. Smith goza del conocimiento general de ser una buena actriz, y ese es el centro de The Lady In The Van, que esta semana Village Cines trae a nuestra cartelera casi sin aviso para su complejo en el Recoleta Mall. Basada muy libremente en un personaje real, la Señora Shepherd (Smith) que un buen día, de la nada, llega con su furgoneta a la casa del escritor Alan Bennett (Alex Jennings); literalmente estaciona sobre su patio. La mujer, osca, gruñona, no muy amable, pero en el fondo simpática, insiste con el favor de quedarse momentáneamente allí. Ese momentánea” terminará convirtiéndose en una estadía de años; y en una relación de tire y afloje permanente con la figura del escritor. El guión, escrito por el propio Alan Bennett destila cariño por el personaje de esta mujer; esto también se traduce en la dirección de Nicholas Hytner quien constantemente recaerá en Shepherd/Smith para resolver las escenas. Hytner es de esos realizadores que uno podría considerar eclécticos, el hombre puede pasar de Las Locuras del Rey George y Las Brujas de Salem a El Objeto de mi Afecto sin mayores dificultades. Esto también lo caracteriza como alguien que no deja una huella muy firme en sus trabajos, algo que en Lady in the van termina siendo fundamental. Bennett, quien debe haber sentido real cariño por el personaje real se encarga de dotar al personaje de todas las características para que la actriz pueda lucirse. Shepherd es estrafalaria, verborrágica y ocurrente. También tiene un buen corazón, como todos en esta película que plantea una de esas sociedades idílicas (y algo irreales) llenas de buenas intenciones. Hay algún esbozo desde el guión por incluir algún elemento intelectual, esto se trasluce en las escenas en las que el propio Bennett desdobla su imagen a modo de separar su intelecto en varias partes. Es en estos momentos en donde la falta de inspiración de Hytner se hace más notoria, presentando estas escenas sin ningún agregado desde la imagen, pasando perfectamente como si fuesen personajes gemelos más que las mismas personalidades de uno mismo. Una correcta ambientación de época, una interpretación que se come al resto (tanto Jennings como el resto del elenco quedan deslucidos), y momentos que combinan lo tierno con lo risueño, son lo mejor de esta película que peca de no darle el peso necesario a una historia que en definitiva queda chica. Nadie duda que Maggie Smith es merecedora de un gran papel que la ubique sobre el tapete, quizás la popularidad de Dowtown Abbey es lo que la llevó este protagónico. Lady in the Van no será esa película, termina siendo un film amable, para un público sin mayores pretnciones, intrascendente, apenas correcto, y que a semejante actriz le queda decididamente chico.