Serpenteando por desiertos y montañas Basado en el itinerario real de la escritora Cheryl Strayed, el guión de Nick Hornby plantea un típico film de redención personal, donde la larga caminata en pos de un objetivo geográfico abraza la idea del peregrinaje espiritual. La línea que une dos puntos puede tener las más diversas formas y longitudes. Ni recto ni circular, el trayecto que recorre el personaje interpretado por Reese Witherspoon –basado a su vez en el itinerario real de la escritora Cheryl Strayed, publicado en forma de memorias hace un par de años– serpentea, sube y baja, toma giros inesperados y amenaza con dejar fuera de servicio al caminante. El guión de Nick Hornby (el mismo de Alta fidelidad y Un buen chico) hace del trekking su centro neurálgico, pero más allá de ciertos detalles y anécdotas que podrían definirse como deportivas, Alma salvaje es un típico film de redención y restablecimiento personal, donde la larga caminata en pos de un objetivo geográfico deja un poco de lado los avatares del senderismo para abrazar la idea del peregrinaje espiritual –aunque no religioso en un sentido estricto–, que ciertamente ya estaba presente en las páginas del libro de Strayed.Vehículo para el lucimiento dramático de Witherspoon –que lucir, se luce, y por ello estuvo nominada a un Oscar–, la película del québécois Jean-Marc Vallée presenta a la heroína a punto de sucumbir al abandono. Con los pies destrozados por un calzado demasiado pequeño, en medio de una enormidad agreste y montañosa, la joven Cheryl grita a los cuatro vientos y da inicio a un extenso flashback que recorrerá parte de su vida hasta el regreso a ese momento bisagra. En realidad, el director de Dallas Buyers Club ofrece una estructura narrativa tan alambicada como el Pacific Crest Trail, esa ruta que atraviesa más de 4000 kilómetros desde la frontera con México, en el sur en California, hasta el límite con Canadá en la Columbia Británica, la mitad de los cuales fueron recorridos por Strayed en el verano de 1995.Saltando en el tiempo y el espacio de manera regular, la Sheryl de ese presente de vagabundeo es contrapesada y contrastada con otras Sheryl: con aquella que acaba de divorciarse y de escapar de una vida de consumo intensivo de drogas pesadas, o aquella otra que atraviesa una infancia junto a un padre abusivo y una madre abnegada y bondadosa. Es precisamente la muerte de su madre, Bobbi (Laura Dern, en un papel secundario que también le valió una candidatura a los Oscar), la que marca un antes y un después en la vida de Sheryl. Film de mujeres a pesar de la aparición de muchos hombres, la ausencia de Bobbi se transforma en la más rotunda de las presencias, el áncora a la cual la viajera se aferra con firmeza y el eje de gravitación para esa ansiada sanación.Alma salvaje evita las instancias más tediosas de la extenuante caminata enfatizando menos los momentos de soledad que los encuentros, así se trate de un bondadoso campesino, de un par de cazadores amenazantes o de un zorro que parece teñir el relato con una pizca de chamanismo. Es notorio asimismo el esfuerzo de Vallée y Hornby por compensar los momentos de solemnidad (que los hay) con otros más ligeros e incluso humorísticos, como esa escena cerca del comienzo en la cual Witherspoon intenta calzar en sus hombros un morral demasiado pesado (metáfora, metáfora), transformándose de pronto en una suerte de Inspector Clouseau en versión mochilera. Y disparando de paso el recuerdo de otras épocas en la carrera de la actriz legalmente más rubia. 6-ALMA SALVAJE (Wild; Estados Unidos, 2014.)Dirección: Jean-Marc Vallée.Guión: Nick Hornby.Duración: 115 minutos.Intérpretes: Reese Witherspoon, Laura Dern, W. Earl Brown.
Más golpe al corazón que reflexión Como en otros films sobre personajes históricos, el tercer opus de Ava DuVernay, acerca de Martin Luther King Jr., casi nunca abandona la construcción estatuaria, hagiográfica: la idea carcome la forma, el homenaje devora el retrato. El simple pero relevante hecho de que Selma: El poder de un sueño haya sido dirigida por una mujer “afroamericana” (¡ay, ese eufemismo!) y no haya recibido una nominación en ese rubro –aunque sí como Mejor Película– ha generado en Estados Unidos una buena cantidad de polémicas. Que, por otra parte, en nada se relacionan con los valores o deméritos del film, producido entre otros por Brad Pitt y la presentadora estrella Oprah Winfrey, quien además participa en un pequeño pero simbólico rol. Parece haber incluso algo culposo en las prominentes loas de la crítica norteamericana en su conjunto (en su grandísima mayoría, blanca). Lo cierto es que el tercer largometraje (primero de alto perfil) de Ava DuVernay, que cierra el ciclo local de películas biográficas oscarizadas de esta temporada, está más cerca del video motivacional que del ensayo histórico-biográfico. O al menos del telefilm lineal con futuro de material didáctico para las high schools norteamericanas.Selma se concentra en un período puntual en la vida de Martin Luther King Jr., con epicentro en las marchas pacíficas sobre el puente Edmund Pettus de la ciudad de Selma, Dallas, en 1965, y la violenta represión de las fuerzas de seguridad locales. El guión de Paul Webb despega con una escena íntima, justo antes de que el gran luchador por los derechos civiles reciba el Premio Nobel de la Paz. Lo que ocurre a continuación anticipa la tonalidad que la película perseguirá hasta las últimas consecuencias: la muerte –en cámara lenta– de cuatro niñas negras en una escuela bautista de Alabama, como consecuencia de un acto terrorista. Que más de un año separe un acontecimiento del otro debería entenderse y disculparse como licencia poética. Inspirador: algo que inspira, que “infunde o hace nacer en el ánimo o la mente afectos, ideas, designios”, según el diccionario de la RAE. Como tantos films basados en vidas célebres, ése es el camino elegido por Selma, en detrimento del más arriesgado y pedregoso derrotero de la reflexión. El golpe al corazón (a los ojos y los oídos, en realidad) es siempre más directo. En particular, cuando los temas que le competen –el racismo y sus terribles consecuencias, la lucha por las libertades individuales y colectivas– son tan duros y amargos.Como si no hubieran transcurrido más de ochenta años desde aquel Disraeli (1929) con George Arliss, la primera biopic de la era sonora, Selma vuelve a congelar historia, contexto, política y pasiones en una serie de escenas/reservorios de sentido que, por momentos, se acercan al viejo concepto del tableau vivant. Más allá de ciertos detalles que se deslizan aquí y allá en un intento por humanizar la semblanza –como la referencia a las infidelidades amorosas de King–, la película casi nunca abandona la construcción estatuaria, hagiográfica: la idea carcome la forma, el homenaje devora el retrato. Personajes históricos como Malcolm X, J. Edgar Hoover o el presidente Lyndon B. Johnson (el reparto de secundarios incluye a Tom Wilkinson, Martin Sheen y Cuba Gooding Jr., entre muchos otros talentos) desfilan por pantalla y dicen sus parlamentos con convicción e impronta realista. Los encuadres y el montaje, serviciales, acompañan y refuerzan. En el centro, la actuación mimética y precisa (acento, postura, semblante) del británico David Oyelowo como King. Todo muy verosímil, profesional. Y tremendamente apagado, chato, a pesar de las estridencias visuales y sonoras. El triunfo del mensaje por sobre la forma cinematográfica. 5-SELMA: EL PODER DE SUEÑO Selma; Estados Unidos/Reino Unido, 2014.Dirección: Ava DuVernay.Guión: Paul Webb.Fotografía: Bradford Young.Montaje: Spencer Averick.Música: Jason Moran.Duración: 128 minutos.Intérpretes: David Oyelowo, Tom Wilkinson, Cuba Gooding Jr., Alessandro Nivola, Giovanni Ribisi, Common, Carmen Ejogo, Tim Roth.
Tiempo de biopics Continúa abierta la temporada de films biográficos, como ocurre todos los años en la cercanía de la entrega de los premios Oscar. Esta semana llegan a la pantalla dos largometrajes dedicados a sendos científicos británicos: el matemático y “padre de la computación” Alan Turing y el astrofísico Stephen Hawking, reconocido a nivel popular por sus libros de divulgación. Más allá del suicidio del primero y la inesperada longevidad del segundo a pesar de los diagnósticos iniciales, huelga decir que las vidas de uno y de otro poseen el suficiente atractivo humano como para construir alrededor de ellas algún tipo de espectáculo cinematográfico. Lógicamente, son films que concentran poco y nada de su atención en la obra específica de los homenajeados. ¿O acaso es un demérito que El código enigma y La teoría del todo no dediquen ni un par de segundos a explicar la hipótesis de Church-Turing o la termodinámica de los agujeros negros? Esa sí sería una tarea ciclópea si no imposible, como atestigua la famosa anécdota de Einstein y el huevo frito ante el pedido de un periodista de bajar a tierra las teorías de la Relatividad.Eliminadas entonces las fórmulas matemáticas como centro del relato –aunque sobrevivan un par de ellas como elementos de utilería–, La teoría del todo se basa en el segundo libro autobiográfico de Jane Wilde Hawking, primera esposa del cosmólogo y madre de sus tres hijos, interpretada por Felicity Jones con una vehemente mezcla de fragilidad y resistencia. El período retratado es extenso, desde su encuentro con el protagonista en la Univerdad de Cambridge a comienzos de los años ’60, en tiempos en que éste se dedicaba a afinar su tesis doctoral y luchaba contra los primeros embates de la enfermedad que lo aquejaría durante décadas –la esclerosis lateral amiotrófica– hasta algunos años después de la publicación de su primer volumen para las masas, el best-seller Historia del tiempo. Biopic oficial y autorizada por todas las partes interesadas, el de James Marsh es entonces uno de esos largometrajes diseñados para homenajear la vida de una personalidad que luchó toda su vida contra dificultades y limitaciones propias y ajenas para terminar, de una manera u otra, venciéndolas. Y también, por cierto, para el lucimiento del actor protagónico, en este caso el británico Eddie Redmayne, previsiblemente nominado a un Oscar. En otras palabras, otro film aquejado por el síndrome de Mi pie izquierdo.Medianía es aquí la palabra clave. Profesional en todo sentido, prolijamente programática y narrativamente conservadora, la película amaga con algún momento de intensidad real cuando un joven profesor de coro entra en la vida del matrimonio, aunque esa misma exaltación tiende a desembocar en el melodrama cándido. Si se transforman en un estorbo para el guión, los hijos pueden desaparecer de pantalla durante casi media hora sin demasiadas justificaciones. Tan edulcorado resulta finalmente el retrato de Hawking que su orgulloso ateísmo militante es casi puesto en duda, en virtud de una demagogia narrativa que intenta desposar ciencia y religión, partiendo de ese lugar común que afirma que del ateísmo –como de las ciencias duras– deriva cierta frialdad, la antítesis de una supuestamente ardiente fe. Paradoja de paradojas, La teoría del todo –con sus cinco nominaciones a los premios Oscar, incluida la de Mejor película– parece por momentos dirigida por algún software automático de realización integral de films y no tanto por seres de carne y hueso. 5 - La teoria del todo The Theory of Everything; Reino Unido, 2014.Dirección: James Marsh.Guión: Anthony McCarten.Fotografía: Benoît Delhomme.Montaje: Jinx Godfrey.Música: Jóhann Jóhannsson.Duración: 123 minutos.Intérpretes: Eddie Redmayne, Felicity Jones, Charlie Cox, Emily Watson, Simon McBurney, David Thewlis.
Un musical que vive a pura prueba y error Arte perdido en las nieblas de la historia, el musical como género cinematográfico está muerto y enterrado desde hace varias décadas y los ejemplares que han aparecido en tiempos recientes no suelen ser más que espasmódicos muertos vivos. Contra viento y marea, el realizador Rob Marshall sigue insistiendo con sus melódicos zombies, en todos los casos basados en obras de la escena teatral de Broadway. Tal fue el caso de Chicago y también el de Nine, las piezas de Fred Ebb & Bob Fosse y Maury Yeston, respectivamente, que en manos del realizador de Memorias de una geisha fueron transformadas en dos de los más oprobiosos remedos de musical en la historia del cine norteamericano e internacional. Con En el bosque –nominada a tres premios Oscar– ocurre algo interesante: por su propia lógica narrativa, Marshall no puede aplicar el montaje frenético con el que golpea habitualmente a la audiencia y debe contentarse con un registro directo de intérpretes y decorados, logrando en algunos momentos resultados un tanto más amables, aunque en otros se acerque peligrosamente al teatro filmado.Caso extraño de adaptación “para chicos” de una obra no necesariamente pensada para los más pequeños, Into the Woods mantiene algunos de los elementos menos kid-friendly de la pieza original de Stephen Sondheim y James Lapine, aunque “rebajados” en su graduación, de forma de poder llegar a un público familiar sin recibir quejas informales o legales (v. g.: el Lobo Feroz interpretado con ligera intensidad pedófila por Johnny Depp). Algo que, por otro lado, ya es toda una tradición en el cine producido por la factoría Disney, compañía que lógicamente se interesó por la historia original, que incluye a varios de los más grandes clásicos de los cuentos de hadas (Cenicienta, Rapunzel, Caperucita Roja y Jack y las habichuelas mágicas, los tres primeros creaciones de los hermanos Grimm), compilados en una relectura con moraleja que incluye a una pareja estéril y a una bruja malvada dispuesta a levantar esa “maldición” a cambio de una serie de ítem.En el bosque mantiene gran parte del cancionero original de Sondheim, tal vez una de las mejores creaciones de su carrera. El reparto de notables que incluye a Meryl Streep, Anna Kendrick, Emily Blunt, James Corden y el ya nombrado Depp, entre otros actores británicos y estadounidenses, no deja mal paradas a las composiciones originales con su rendición vocal en el tradicional sistema de sincronización vía playback. El diseño de producción es correcto y efectivo y los efectos digitales están afortunadamente atados con correa. ¿Cuál es el problema, entonces? Quien pierde en el camino de la traslación es en gran medida la concepción simbólica de la obra original, transformada aquí en una serie de lecturas por lo general bastante literales, lo cual se hace particularmente patente en el último tramo del film, cuando llega la repartija de castigos para diversos crímenes y pecados. Esa literalidad y el miedo al tedio terminan convirtiendo a este nuevo musical de Marshall en un híbrido deforme que remite, de manera indirecta, a esos primeros musicales de fines de los años ’20 que eran pura prueba y error. Definitivamente, el musical cinematográfico necesita volver a fojas cero, ser reinventado, volver a nacer. 5-EN EL BOSQUE Into the Woods; Estados Unidos/Reino Unido, 2014)Dirección: Rob Marshall.Guión: James Lapine.Fotografía: Dion Beebe.Montaje: Wyatt Smith.Música: Stephen Sondheim.Duración: 125 minutos.Intérpretes: Emily Blunt, James Corden, Meryl Streep, Anna Kendrick, Daniel Huttlestone, Johnny Depp.
Típica biopic con destino a los Oscar Basada en los momentos más dolorosos en la vida de Louis Zamperini, atleta olímpico y prisionero de guerra del ejército japonés, la película termina siendo otro retrato bombástico del triunfo de una voluntad por sobre las adversidades y las propias limitaciones. Se declara oficialmente abierta la temporada de films biográficos oscarizados. Basada en lo que sin dudas fueron los momentos más angustiantes, dolorosos y cinematográficos en la vida de Louis Zamperini, atleta olímpico italoamericano y prisionero de guerra del ejército japonés, Inquebrantable es una suerte de combo o menú por pasos: tres películas por el precio de una, cada una de ellas menos atractiva que la anterior. Partiendo de un guión escrito, revisado y reescrito por ocho manos –los hermanos Coen, el director y guionista Richard LaGravanese y William Nicholson–, el segundo largometraje de Angelina Jolie detrás de las cámaras lanza su primer anzuelo con una excitante escena bélica aérea a bordo de uno de esos pesados bombarderos de la Segunda Guerra, en el preciso momento en que Zamperini y sus compañeros son atacados por una jauría de cazas enemigos. La crisis es utilizada como excusa para los consabidos flashbacks a la infancia y juventud del protagonista (interpretado con aplomo por el británico Jack O’Connell), escenas que cristalizan algunos de los slogans que lo guiarán durante el resto del relato; y junto con él, de las narices, al espectador.Otro de esos recuerdos ante el peligro de muerte recrea su performance en la famosa carrera de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Pero el film no incluye el apretón de manos a Hitler relatado por el Zamperini de carne y hueso en más de una ocasión, una imagen que la presencia de las esvásticas en el estadio y el saludo de un atleta nipón –garantía de ironía por lo que no tardará en suceder en el mundo y en su vida– hubieran transformado en redundante, más allá de su pertinencia histórica o interés anecdótico. El segundo plato de Inquebrantable reconvierte la historia en un film de náufragos: junto a otros soldados, Zamperini pasó 47 días a bordo de una balsa inflable, sin comida ni agua, a merced de las inclemencias del clima, los tiburones y la posibilidad de la desintegración psicológica. Jolie cumple aquí con las exigencias mínimas de suspenso y drama que el relato requiere, y hay varios momentos en los cuales logra transmitir con intensidad el sentimiento de zozobra y desesperanza.Lo que sigue, el segmento más extenso de la película, retrata el calvario del protagonista en los campos de detención japoneses, una extensa sucesión de humillaciones y torturas nunca demasiado explícitas, pergeñadas para reforzar el temple de acero de Zamperini. La relación entre éste y el sádico sargento Watanabe (la estrella del J-Rock Miyavi), más allá de las anécdotas reales en las cuales está basada, resulta un desvaído remedo del vínculo entre Celliers y Yonoi en el gran film de Nagisa Oshima, Feliz Navidad, Mr. Lawrence, que indudablemente fue utilizado como fuente de inspiración por Jolie. Más allá del notorio amaneramiento de Watanabe, no es posible inferir aquí algún vértice de atracción erótica, y cualquier atisbo de complejidad en el duelo psicológico entre uno y otro es eclipsado completamente por el tono heroico del martirio del protagonista, que llega a ser comparado, sin sutilezas, con el de Jesucristo. Cine algo avejentado –que no es lo mismo que cine a la vieja usanza–, Inquebrantable es otro retrato estatuario y bombástico del triunfo de una voluntad por sobre las adversidades del mundo y las propias limitaciones. En otras palabras, una típica biopic oscarizable.
El comando religioso que pinchaba forros A pesar de que alguna de sus películas pudo verse en algún lejano Bafici (El espíritu del Mariscal Tito, por caso), y a diferencia de lo que ocurre en su Croacia natal –donde es uno de los realizadores más reconocidos por el público–, el realizador Vinko Bresan difícilmente le sea familiar al espectador casual de la Argentina. Si bien el film que ha obtenido mayor repercusión internacional es su drama bélico Svjedoci (relato a lo Rashomon ubicado durante el conflicto de los Balcanes en los años ’90), el nombre de Bresan es usualmente relacionado con la comedia y la sátira. Con pecado concebidos entra de lleno en esta última categoría y su éxito de público en Croacia lo transformó en el largometraje local más taquillero del año 2013. ¿Por qué se estrena en la Argentina, al tiempo que otros títulos (mucho más relevantes) de cinematografías lejanas y no tanto permanecen sin conocer un lanzamiento comercial? Difícil responder a esa pregunta, pero evidentemente los distribuidores han pensado que la cruza de exotismo geográfico y el estilo directo e incluso popular del film puede llegar a funcionar bien con el público argentino.El título original, algo así como “Los hijos del sacerdote”, refleja el punto de partida y su meollo central, que queda expuesto a pocos minutos de comenzada la proyección, cuando un joven cura que es asignado a una parroquia en una pequeña isla de Dalmacia, en las costas del Adriático, toma una determinación drástica para evitar la bajísima tasa de natalidad: pinchar todos y cada uno de los preservativos que se venden en el lugar. Si suena disparatado es precisamente porque Con pecado concebidos se tira de cabeza a la pileta del dislate, con resultados nunca del todo interesantes, más allá de que algunos apuntes sociales dan ocasionalmente en el blanco. El farmacéutico de la isla, por caso, es un xenófobo empedernido, particularmente fóbico ante la cercanía de serbios y musulmanes, y la mayoría de sus congéneres masculinos podrían ser descriptos lisa y llanamente como dueños de un machismo prehistórico.Una de las mejores escenas, sin dudas la más ácida (tener en cuenta que Croacia es un país eminentemente católico), presenta la visita de un obispo tan preocupado por los casos de pedofilia que manchan a la institución religiosa, que sólo puede ver con alivio la posibilidad de que uno de los suyos evite sistemáticamente el celibato con otro adulto. Más allá del abandono de un bebé recién nacido y de las dosis de muerte y locura incluidas en Con pecado concebidos, del humor negro que asoma aquí y allá, el tono adoptado por Bresan es tan amable, tan poco brutal, y tan intenso su deseo de agradar al espectador, que cualquier atisbo de sátira real queda sepultado bajo varias capas de sacarina, muy lejos de las mejores películas de ex coterráneos como el serbio Goran Paskaljevic o el bosnio Emir Kusturica. No ayuda la música de Mate Matisic, asimismo coguionista del film, cuyo leitmotiv se repite constantemente, en cualquier ocasión, lugar y situación, como un mantra orquestal teledirigido. 5-CON PECADO CONCEBIDOS Svecenikova djeca,Croacia/ Serbia/Montenegro, 2013.Dirección: Vinko Bresan.Guión: Mate Matisic y Vinko Bresan.Fotografía: Mirko Pivcevic.Montaje: Sandra Botica.Música: Mate Matisic.Duración: 93 minutos.Intérpretes: Kresimir Mikic, Niksa Butijer, Marija Skaricic, Inge Appelt, Petar Atanasoski, Goran Bogdan.
Viaje al interior de una máquina de matar Sin caer en el patrioterismo ni en el panfleto antimilitarista, la nueva película del veterano realizador sigue al sniper Christopher Scott Kyle con rigor y un uso magistral de la acción y el suspenso: retrato certero de un soldado hiperentrenado en terreno iraquí. A los 84 años, Clint Eastwood no sólo no descansa sino que se mantiene más activo que nunca. Allá por 1992, muchos vieron en Los imperdonables una suerte de réquiem, de despedida del cine, idea refutada con creces por los dieciocho largometrajes que llegarían en las dos décadas siguientes. Opus 34 en su filmografía –nominada a tres premios Oscar, incluido el de Mejor película, y sorpresivamente el mayor éxito comercial en toda su carrera–, Francotirador viene precedida de no pocas polémicas, centradas casi exclusivamente en el tono elegido para retratar la vida y la obra de Christopher Scott Kyle, miembro de los Navy Seals que, en su rol de francotirador experto de ese brazo de la Marina norteamericana, ostenta el record de 160 muertes confirmadas, todas ellas durante la ocupación de Irak post 11-S. Basado parcial y libremente en el libro autobiográfico del propio Kyles, el guión de Jason Hall se detiene horas antes de su muerte, acontecida el 2 de febrero de 2013, cuando éste y un amigo fueron asesinados por otro veterano de guerra en un campo de tiro.Pedirle credenciales a Eastwood a esta altura del partido parece no sólo inaceptable sino un poco ingenuo. Más allá de su imagen de duro y de la inoxidable identificación del público con la figura de Harry el Sucio, CE siempre ha sido un republicano de la línea blanda (se ha manifestado públicamente a favor del matrimonio homosexual y del control de armas de fuego, y en contra de las aventuras bélicas de Irak y Afganistán), y basta con volver a ver su díptico sobre la Segunda Guerra, La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, para corroborar su visión sobre el concepto de patriotismo o para confirmar que es capaz de ponerse en el lugar del Otro, del eventual enemigo. Pero Eastwood no es De Palma ni Francotirador es Samarra, y esperar del director de Los puentes de Madison una apología antimilitar es casi tan disparatado como pedirle a Oliver Stone un panfleto imperialista. ¿Es Francotirador una oda simple y llana a los soldados estadounidenses y su rol de policía mundial, o hay algo más detrás de la tersa superficie de su clasicismo narrativo?Francotirador comienza in medias res, con Chris Kyle (Bradley Cooper, en un rol que le ha valido una nueva nominación al Oscar) apostado sobre la terraza de un casa iraquí, atento a lo que ocurre a su alrededor a través de la mira telescópica de su rifle. Es su bautismo de fuego en suelo extranjero y lo que sigue es la primera prueba como sniper profesional: un niño cargado con una granada antitanques comienza a correr hacia los soldados estadounidenses apostados a unos metros. Un corte preciso altera la temporalidad y ubica la acción unos veinte años antes, con un Kyle niño acertando un tiro a distancia y matando a un alce junto a su padre. Texano hasta la médula –y como tal, cowboy de ley–, criado en un ámbito religioso e hiper nacionalista, el joven Kyle escucha el llamado de la patria luego del atentado a la Embajada de Estados Unidos en Nairobi en 1998, en una escena que de tan obvia no parece tanto un desliz narrativo como un llamado de atención que define tempranamente al personaje. Llegarán en rápida sucesión los entrenamientos y el encuentro con su futura esposa (Sienna Miller), regresando luego al minuto cero del film y al primero de los certeros disparos de su carrera profesional, que acaba violentamente con la vida del chico iraquí.De allí en más, Francotirador alternará las cuatro misiones militares del protagonista con algunas breves licencias en el terruño. Al tiempo que sus mortíferas cualidades y la camaradería con los compañeros de armas comienzan a definir cada vez más el sentido de su existencia, la vida familiar, que se amplía con el nacimiento de dos hijos, comienza a degradarse indefectiblemente. Kyle es una máquina de matar, una especie de adicto a la adrenalina que generan las situaciones límite a las cuales se ve sometido, alimentadas en parte por la competencia con otro experto tirador que presta servicios para el otro bando. Las escenas de acción y suspenso, magistrales por su uso del espacio y la economía de recursos en el montaje, ubican a la película en la tradición del cine bélico clásico. Hay incluso un aire hawksiano (por el realizador Howard Hawks) en la manera en la cual Eastwood muestra el trabajo cotidiano de los soldados, su sentido de profesionalismo y hermandad en circunstancias peligrosas y complejas. Pero hay algo que comienza a corromperse en Kyle, al tiempo que otros soldados –su propio hermano entre ellos– demuestran incertidumbre e incluso reparos a la presencia en territorio extranjero, y su mujer comienza a ser consciente de la alienación creciente de su pareja.No hay mayores complejidades en la representación de la vida cotidiana de los ciudadanos iraquíes, y tal vez haya que buscar allí el vértice más problemático de la película: si parece seguramente lo es, y mejor disparar antes de que sea demasiado tarde (al mismo tiempo, una escena con otro niño parece diseñada para potenciar la idea de que Kyle está construido a prueba de errores). ¿Pero acaso no es, nuevamente, la mirada del protagonista la que tiñe todo lo que ocurre a su alrededor, ajeno a los comentarios, pedidos y ruegos de los más cercanos, aquellos a los que dice defender a través de sus acciones? No es casual que la última escena imaginada por Eastwood y Hall, antes del fundido a negro final, muestre a Kyle y a los miembros de su familia en una típica situación hogareña, alterada por la presencia constante y ominosa de un revólver. Hay algo paradójico pero fatalmente lógico en esa muerte a manos de un compañero psicológicamente desequilibrado luego de sobrevivir a decenas de situaciones peligrosas en el campo de batalla. Mucho más que las banderas flameando, son las armas de fuego y la muerte las que envuelven a Francotirador de principio a fin. 8-FRANCOTIRADOR American Sniper,Estados Unidos, 2014.Dirección: Clint Eastwood.Guión: Jason Hall.Fotografía: Tom Stern.Montaje: Joel Cox y Gary Roach.Duración: 132 minutos.Intérpretes: Bradley Cooper, Sienna Miller, Max Charles, Luke Grimes, Kyle Gallner, Sam Jaeger, Jake McDorman.
Guiso de magos, espadas, rosas y dragones Para bien, para mal, el cine no fue el mismo luego de Peter Jackson y su adaptación de El señor de los anillos. No es tanto que el neocelandés haya inventado la rueda, que la fantasía épica existe desde tiempos primitivos, pero el empujón digital de la primera saga de los hobbits desplegó una seguidilla de traslaciones y films originales que continúa sólidamente hasta estos días, tanto en la pantalla grande como en la pequeña. El séptimo hijo –basada libremente en The Spook’s Apprentice, de Joseph Delaney, editado en la Argentina por estas fechas con el título de la película, para evitar “confusiones” y promover la sinergia comercial– es un relato de brujas, hechiceros, dragones y gigantes que transcurre en un mundo medieval de fantasía, hecho a la medida barroca del diseñador de arte Dante Ferretti, en el cual los pueblitos celtas se mezclan con el orientalismo y el rococó. En ese universo se mueve a sus anchas el Maestro Gregory, cazador de brujas de profesión y único descendiente vivo de una orden de caballeros dedicados a tales menesteres.Por alguna razón, los únicos que pueden adquirir la destreza necesaria para el oficio son los séptimos hijos de un séptimo hijo (un experto en estadísticas a la derecha, por favor), que no andan ciertamente creciendo como flores silvestres por allí. A pesar de ello, Gregory –un Jeff Bridges caricaturesco, al límite del dibujo animado de carne y hueso– se consigue otro asistente en cuestión de días luego de la muerte de su anterior aprendiz. Es que la legendaria y malvadísima Madre Malkin, una bruja que puede transformarse en dragón a piacere merced a las bondades de los expertos en imágenes generadas por computadora, volvió a las andadas, llamando a sus congéneres y súbditos para sumir al mundo en el terror absoluto. Si Bridges parece una versión en ácido del Gandalf de Ian McKellen, la Malkin interpretada por Julianne Moore se asemeja a la versión telenovelesca de una hechicera malvada de Disney. Si esto no es el kitsch, ¿el kitsch dónde está?Pero lejos de ser un festín autoconsciente y con sentido del ridículo, El séptimo hijo se juega al todo o nada de la solemnidad –al margen de un par de gags aquí y allá–, le suma un amor contrariado entre el joven aprendiz (Ben Barnes, el Caspian de Narnia) y una hija de bruja interpretada por la sueca Alicia Vikander, y arremete con escenas de destrucción masiva cada vez que el guión se torna obvio o esperpéntico. Lo cual ocurre metódicamente a lo largo de los 100 minutos de metraje. La historia del cine incluye unos cuantos desastres de producción que derivaron en grandes o, al menos, interesantes obras. No es éste el caso, y no parece casual que el estreno del film se haya aplazado en tres o cuatro ocasiones a lo largo del último año y medio, como si pocos confiaran en el resultado final. De todas formas, la mayor rareza es el nombre del ruso Sergey Bodrov en el rol de director: el veterano realizador navega aquí por aguas alejadísimas de las costas de su Prisionero de las montañas, largometraje que le valió allá por 1996 su primera nominación a un Premio Oscar, e incluso de la más reciente Mongol, superproducción épica sobre el legendario Gengis Khan que al lado del pequeño gran desastre de El séptimo hijo puede ser vista como un dechado de virtudes cinematográficas. 4-EL SEPTIMO HIJO Seventh SonEstados Unidos/Reino Unido/Canadá, 2014.Dirección: Sergey Bodrov.Guión: Charles Leavitt y Steven Knight.Fotografía: Newton Thomas Sigel.Montaje: Jim Page y Paul Rubell.Música: Marco Beltrami.Duración: 102 minutos.Intérpretes: Julianne Moore, Jeff Bridges, Ben Barnes, Alicia Vikander, Olivia Williams, Kit Harington.
Juegos para espíritus algo salvajes El realizador alemán arranca su película con el acelerador a fondo, involucrando al espectador en la historia de un hombre sometido a una serie de pruebas cada vez más complicadas. Pero su última parte cae en la tentación de una resolución esperanzadora. La cosa arranca bien arriba, durante una ceremonia en la cual se homenajea a un distinguido profesor universitario. Llamado a dar el habitual discurso, el veterano docente se despacha en cambio con un par de chistes zafados y, ante el espanto de la audiencia, toma un cuchillo de la mesa y corta piel, carne y falange de la presentadora. ¿Demencia senil, locura momentánea? 13 pecados, remake bastante fiel del largometraje tailandés 13 game sayawng (2006), de Chookiat Sakveerakul, traslada la acción de la Bangkok original a Nueva Orléans, manteniendo intactos concepto y tono básicos. Según la explicación de un investigador (interpretado por Pruitt Taylor Vince, el único actor de Hollywood con nistagmo), diseñada para desasnar un poco al espectador, desde tiempos romanos un grupo de poderosos viene entreteniéndose secreta y sádicamente con la vida de algunos pobres elegidos, un poco a la manera de los antiguos dioses griegos. Ahora le ha tocado el turno a Elliot Brindle (Mark Webber), un tipo buenazo y algo ingenuo al que, a punto de casarse y con su pareja cursando embarazo, lo rajan del laburo el mismísimo día en que imaginaba le regalarían un ascenso. O sea, un auténtico loser, como suele decirse en los países de habla inglesa.Y así llega el primer llamado al teléfono celular, invitando al protagonista a jugar el mentado juego. La primera prueba es fácil: matar una mosca. La segunda algo asquerosa: comerla. Cosa que Elliot hará sin chistar, a pesar de que –metáfora de metáforas– en general no mataría “ni a una mosca”, por las dudas sea cierto que hay premios en efectivo, que la plata se necesita con urgencia. Los once desafíos restantes no serán tan sencillos, poniendo al héroe en situaciones cada vez más delicadas y en problemas con la ley. Afinando un poco la puntería luego de la alicaída El último exorcismo, el alemán Daniel Stamm se despacha con una de esas películas que parecen versiones ampliadas –y algo más crueles– de un capítulo de La dimensión desconocida o alguna otra serie de unitarios similares. En otras palabras, 13 pecados tiene poco tiempo para detenerse en explicaciones –al menos hasta su cierre moralista–, pisando el acelerador desde la primera escena e involucrando al espectador en un relato ingenioso y veloz, atractivo precisamente por su inverosimilitud y desparpajo, alternando escenas de suspenso clásico con otras donde el humor negro y el grand guignol toman el centro de la escena.Por ahí aparece el gigantesco Ron Perlman como el detective que huele algo raro en el aire, transformando el relato, por momentos, en un juego de gatos y ratones. Aunque, como suele decirse, nada es exactamente lo que parece: 13 pecados, que forma parte de ese grupo de películas cuya historia transcurre en poco menos de 24 horas, guarda varias vueltas de tuerca para sus últimos minutos. Si el relato finalmente no es tan salvaje como parecía puede buscarse a los responsables en cierto empantanamiento en el último tercio de metraje y en su resolución esperanzadora, que borra con el codo de un falso humanismo la misantropía que había logrado esforzadamente construir. A diferencia de la original tailandesa, donde al pobre tipo no le quedan muchos caminos para la redención y el karma se pone cada vez más espeso y pegajoso. Desemejanzas entre la tradición cristiana y la budista, que les dicen. 6-13 PECADOS 13 Sins,Estados Unidos, 2014.Dirección: Daniel Stamm.Guión: David Birke y Daniel Stamm.Fotografía: Zoltan Honti.Montaje: Shilpa Sahi.Música: Michael Wandmacher.Duración: 93 minutos.Intérpretes: Mark Webber, Ron Perlman, Rutina Wesley, Devon Graye, Tom Bower.
La paternidad, eterno tema El descubrimiento que hacen dos familias de que sus hijos fueron intercambiados al nacer sirve al realizador japonés para poner en pantalla el dolor y las dudas de padres, madres e hijos. Y lo hace en un tono medido, ajeno a estridencias emocionales. “Esto solía ocurrir hace un tiempo, pero ya no es algo común.” Palabras más, palabras menos, eso es lo que el director del hospital les dice, a modo de particular consuelo, a dos parejas de padres que acaban de confirmar el peor de sus miedos. Es que sus hijos, a quienes criaron durante cerca de seis años, no son biológicamente tales, intercambiados al nacer por razones que De tal padre, tal hijo da a conocer a mitad de camino, en una de las escasas vueltas de tuerca melodramáticas de un film jugado a un tono medido, ajeno a estridencias y explosiones emocionales. Esa preferencia por el recato narrativo está perfectamente alineada con un ideal de clasicismo nipón que el realizador Koreeda Hirokazu viene desarrollando desde su ópera prima, Maborosi (1995), y que los espectadores locales han podido apreciar en estrenos comerciales como La vida después de la muerte o Nadie sabe. Noveno largometraje de ficción en su filmografía, De tal padre, tal hijo –ganador del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes 2013– vuelve también a una de sus obsesiones más sobresalientes: el entramado familiar y las relaciones entre padres, madres e hijos. Pero a diferencia del gran Yasujiro Ozu, que solía dibujar lo trivial y ordinario en cada uno de los clanes representados en sus películas, Hirokazu ha demostrado interés por lo inusual, lo fuera de norma: el suicidio en Maborosi, el abandono parental en Nadie sabe, el asesinato en Hana, su única película histórica. Incluso en Still Walking (editada en DVD en la Argentina con el título Un día en familia), su película más cercana en esencia al espíritu de Ozu-san, hay más de un secreto familiar esperando ser destapado como si se tratara de una olla a presión. En su última película, lo excepcional cae inesperadamente como una bomba sobre el natural devenir de las familias Nonomiya y Saiki, cotidianidad no exenta de roces y resquemores, en particular en la primera de ellas. Es que el papá de Keita, exitoso arquitecto con cargo ejecutivo en una gran firma, es de esos adictos al trabajo que poco y nada de tiempo le dedican a su esposa e hijo, amén de ser dueño de un carácter exigente y poco cariñoso. La familia de comerciantes Saiki, en cambio, mucho más numerosa y cercana a una idea de clase media sobreviviente, tiene en su figura paterna a un personaje bonachón, menos interesado en ascensos sociales que en la convivencia y el afecto del día a día, algo que el hijo mayor, Ryusei, parece indudablemente disfrutar. Hirokazu trabaja conscientemente a partir de esa clase de simplificaciones y opuestos de idiosincrasia y clase, condición que puede ser apreciada indistintamente –o complementariamente– como uno de sus fuertes y su mayor debilidad. Si el film pierde en potencia dramática merced a cierto esquematismo en la construcción de los personajes –y una tendencia a resolver cuestiones peliagudas con elipsis no siempre convincentes–, son precisamente esos elementos los que le permiten al realizador correrse momentáneamente del realismo psicológico para transitar los caminos de la fábula. Asimismo, De tal padre... evita la carga metafórica de otro film reciente con temática similar, la francesa El otro hijo, que transformaba el origen palestino y judío de los retoños en reservorios alegóricos de determinada situación política y social. Lógicamente, resulta claro desde un principio que la cuestión del enroque de hijos será uno de los planteos centrales del relato: ¿Keita o Ryusei? ¿Qué condición tiene más peso emocional, la consanguinidad o la crianza? ¿Es el hijo biológico desconocido más o menos vástago que aquel al cual se amó durante años? Si bien De tal padre, tal hijo dedica tiempo en pantalla al dolor y las dudas de padres, madres e hijos, lo cierto es que el centro de gravitación dramático nunca deja de ser el de Papá Nonomiya, un dechado de miedos, conflictos y algún que otro trauma detrás de una fachada de esposo, padre y empleado impoluto. En ese sentido –y más allá de la espectacularidad de la situación que les toca atravesar a todos los personajes–, el film es en el fondo una reflexión sobre las penas, dificultades y felicidades de la paternidad, entendida ésta como sacrificio máximo en el altar del egoísmo. Tal vez por ello el cierre de la historia, abierto a múltiples interpretaciones, parece ser el único posible, como si Koreeda Hirokazu afirmara, con una simple imagen antes de los títulos de cierre, que padre no se nace, se hace al andar a los tropezones.