¿A quién querés más, a tu papá o a tu papá? Sincerémonos: todos tenemos en claro que Will Ferrell y Mark Wahlberg no son un dúo cómico a la altura de Laurel y Hardy, Gene Wilder y Richard Pryor, Dan Aykroyd y James Belushi o incluso Simon Pegg y Nick Frost. Habiendo despejado ese enorme elefante de la sala, estamos en condiciones de empezar a hablar sobre Guerra de Papás (Daddy’s Home, 2015), película que los une nuevamente en pantalla, como sucedió en 2010 con Policías de Repuesto (The Other Guys, 2010). Will Ferrell interpreta a Brad Whitaker, padrastro de los dos niños de su nueva esposa Sara (Linda Cardellini). Brad hace todo por ser el mejor padre posible y ganarse la aceptación de los pequeños, pero cuando el padre biológico Dusty Mayron (Mark Wahlberg) reaparece en escena, todo comienza a desmoronarse al ritmo de una competencia entre ambos por ver quién es un mejor “hombre de familia”. Esclarecida la trama sobre dos opuestos que chocan, el relato se torna un sinfín de situaciones llenas de golpes, caídas, destrozos, chistes de doble sentido y alusiones a miembros masculinos de gran porte… nada que no hayamos visto previamente y probablemente con más altura en otros films del género, pero por suerte la segunda mitad repunta lo suficiente al intentar evitar caminos previamente recorridos. Ferrell y Wahlberg dieron muestras anteriormente de funcionar bien en calidad de opuestos, y manejan con buen timing cómico las escenas que comparten. El primero es un entendido con experiencia en el campo y el segundo viene dando señales de poder cumplir, como sucedió con Ted (2012). Thomas Haden Church y Bobby Cannavale aportan su granito de arena al buen fluir de la comedia en los momentos en que son llamados a intervenir dentro de la historia. Como decíamos más arriba, el tercer acto del film es el que lo rescata de volverse un producto más dentro del género cómico, porque se anima a buscar una resolución creativa y evita caer en el cliché de la mejor manera posible, sabiendo apoyarse en algunos pequeños detalles construidos a través de la trama y salvando la ropa casi a último momento. Y por sobre todo esto, busca transmitir algo más allá del mero entretenimiento; intentando echar un poco de luz sobre el laborioso trabajo de ser padre y esa dedicación que se merecen todas las personas que componen una familia, tanto la tradicional como la más contemporánea y disfuncional. Como también dijimos aún más arriba, al comienzo: Ferrell y Wahlberg podrán no ser Laurel y Hardy o Aykroyd y Belushi, pero en parte les reconocemos el esfuerzo.
De la cucha al cómic… y a la pantalla grande. Dentro de un sinfín de producciones animadas, llenas de esa energía vertiginosa que poco coopera con los infantes que padecen TDAH (Trastorno de Déficit de Atención, la “vedette” de los diagnósticos de la psicología infantil), obras que lo único que logran es que los más chicos salgan del cine hiper excitados, Snoopy & Charlie Brown (The Peanuts Movie, 2015) es un muy entretenido y tierno oasis en medio del desierto. Treinta y cinco años después su último largometraje -todos inspirados en la creación del fallecido dibujante Charles M. Schulz- Charlie Brown y el beagle más conocido del mundo de las historietas vuelven a la pantalla grande para meterse en el bolsillo de las nuevas generaciones de niños y niñas. Justamente para estar a tono con los tiempos que corren, la película dirigida por Steve Martino deja de lado las ilustraciones a papel y lápiz para llevar todo este universo a los dominios de la animación asistida por computadora, con un toque en clave stop motion que emula la técnica animada de las anteriores entregas, por una cuestión eminentemente nostálgica. Tanto el diseño de personajes como la ambientación dota a todos los elementos de una materialidad muy interesante, un mix entre las ilustraciones clásicas y lo mejor de la animación vía ordenador. El 3D potencia este estilo particular de animación, dándole una espacialidad muy fina al entorno que sumerge al espectador. La historia es simple y se apoya sobre dos líneas argumentales: por un lado, Charlie Brown se enamora de su nueva vecina y compañera de clase, intentando por todos los medios no avergonzarse a sí mismo todo el tiempo; por el otro, Snoopy tiene un enfrentamiento casi onírico con su archienemigo el Barón Rojo. Ambas historias tendrán por momentos puntos de conexión dramática y alternadamente una se apoya en la otra a través del relato. Es un film pensado de forma muy inteligente, principalmente por el hecho de mantener el espíritu más naif del producto original, apoyándolo con múltiples guiños -grandes y pequeños por igual- a todo el universo de Snoopy y Charlie Brown. La voz original del fallecido Bill Meléndez, que da vida a Snoopy y su amigo Woodstock, fue recuperada y reciclada de viejas grabaciones para ser utilizada en este nuevo film. Definitivamente es el punto nostálgico más alto. En el sentido más estricto de aquello referente a la estructura dramática, podemos afirmar que estamos ante un viaje iniciático del personaje de Charlie Brown, quien termina su aventura en el mismo lugar donde la inició, pero siendo otra clase de persona. Los más grandes podrán disfrutar de ver nuevamente a un personaje querido de su infancia, que ahora es actualizado para los nuevos infantes, y en medio de esto se desarrolla frente a nosotros una historia con una moraleja interesante sobre la perseverancia y la actitud positiva como la base de todo lo que decidimos llevar adelante.
Diario de la peste El festival de cine de terror, fantástico y bizarro Buenos Aires Rojo Sangre es un espacio que celebra el terror en lo más amplio de su espectro. En el caso de Resurrección (2015), largometraje del joven director Gonzalo Calzada, nos metemos particularmente en los dominios del terror gótico, ese cuyos elementos suelen ser las casonas antiguas, las presencias ominosas, los sucesos sobrenaturales y los dramas cuyo epicentro no suele encontrarse en el plano de la realidad cotidiana. Resurrección nos situa en las afueras de Buenos Aires en el año 1871, en pleno estallido de la fiebre amarilla. Un joven cura viaja de camino a la capital del país para socorrer a los golpeados por la enfermedad, quien de camino decide visitar a su hermano y su familia. Al llegar a la antigua casona familiar descubre que han sido afectados por el mal, y el mismo hombre de fe comenzará a padecer los primeros síntomas. Lo que sigue a continuación es una historia que juega todo el tiempo con qué és real y qué és una ilusión, que es lo que pasa realmente en la casona llena de secretos y cuales son las intenciones de Quispe, el misterioso cuidador de la propiedad interpretado por Patricio Contreras. Después de una primera mitad que se toma tal vez demasiado un tiempo excesivo en desarrollar aquello que es el quid de la cuestión, la segunda parte nos mete en profundidad dentro de la verdadera problemática y allí vemos lo mejor de la producción, con un tratamiento visual que se destaca al momento de retratar lo onírico y lo ténebre. Al igual que en Hotel infierno (2015) –otra película que desfilo por 16 Buenos Aires Rojo Sangre - en Resurrección el caserón antiguo juega un rol fundamental al momento de dar realismo a la obra y volverse un elmentos de tanto peso como los mismos personajes. La Casa Municipal de la Cultura de Adrogué hizo posible que la producción pudiese utilizar instalaciones del Parque y de la Quinta Rocca para el rodaje, su aporte se tornó invaluable. En resumen nos encontramos con una interesante apuesta dentro del cine de género nacional, donde el desafió recae en llevar a la pantalla una historia de terror con rasgos clasicistas, la cual al mismo tiempo interpela acontencimientos relacionados con la historia de nuestro territorio que potencian el relato y lo acercan a la audiencia.
Casa tomada El español Víctor García hace su segunda incursión como director de largometraje en una película del año 2013, que originalmente se llamaba Gallows Hill, para luego ser rebautizada The Damned y llegar a nuestro país ahora, a fines de este 2015, bajo el título La cabaña del diablo (2013). Si todos estos traspiés les producen malas vibras, podría ser que sus instintos estén bien afinados. Todo transcurre en Colombia, a donde David -Peter Facinelli, mejor conocido por su rol en la saga Crepúsculo (2008)- viaja para buscar a su hija (Nathalia Ramos), presentarle a su futura esposa (Sophia Myles) y viajar todos juntos de regreso a Estados Unidos. De camino a Medellín, el grupo –que se completa con la hermana de David y el noviecito de su hija- sufre un accidente automovilístico a causa de un fuerte temporal y se ven forzados a refugiarse es una antigua casa. En su interior vive un anciano, quien misteriosamente tiene a una pequeña niña cautiva en el sótano, por motivos que no lograr explicar de manera convincente. Todo cambia drásticamente cuando el grupo decide liberar a la niña, desconociendo que una fuerza malévola la controla, esperando la llegada de nuevas víctimas. García es un realizador que hizo sus primeras armas desde el diseño de efectos visuales y su único antecedente como director es Hellraiser: Revelaciones (Hellraiser: Revelations, 2011). Siendo este su primer film con una historia “original”, deja mucho que desear el desarrollo de una trama extremadamente familiar y repetida hasta el cansancio dentro del género de Terror. Si bien el bajo presupuesto del film es notorio y coarta bastante la creatividad, junto con los escasos valores de producción, la historia tampoco se anima a recorrer caminos menos transitados ni entregar algo que esté por encima de previamente expuesto en realizaciones similares. El guión intenta que cada personaje esconda un secreto turbio que en algún momento del relato es expuesto, pero se siente tan funcional a la trama que no les agrega profundidad ni los hace más queribles a los ojos del espectador. Algo similar ocurre con la lógica interna del film: hay algunas buenas ideas, pero al estar desarrolladas tan superficialmente se pierden dentro de una trama cuyo único objetivo parece ser llevarnos de atropellada a la resolución del conflicto. Sin un elenco destacable, un diseño de producción atractivo ni una historia que nos atrape, La cabaña del diablo cierra el año para el género de terror que llega a nuestra cartelera con una nota baja. Mejor suerte el año entrante.
Pasa en las mejores familias. Las películas corales son una debilidad del cine comercial desde tiempos inmemoriables: pocos caminos son más directos para llegar a un público heterogéneo que a través de una historia que involucre los vaivenes de un grupo familiar promedio, aquello cotidiano y fácilmente identificable… y si sumamos el elemento navideño a esa formula multitarget, el film en cuestión se convierte en una de esas producciones por la cual a los estudios se les cae la baba. Navidad con los Cooper (Love the Coopers, 2015) cae dentro de este formato que traza múltipes líneas argumentales dentro del mismo seno familiar, confluyendo en el marco temporal de la celebración navideña, ocasión que une a cuatro generaciones de Coopers bajo el mismo techo: el abuelo Bucky (Alan Arkin), mamá Charlotte (Diane Keaton), papá Sam (John Goodman), la tía Emma (Marisa Tomei), los hijos Hank (Ed Helms) y Eleanor (Olivia Wilde), y los nietos. El director Jessie Nelson deja de lado experiencias dramáticas más profundas como Mi Nombre es Sam (I Am Sam, 2001) y comanda una historia donde no faltan las crisis amorosas, la incomunicación familiar y los vaivenes cotidianos de la clase media-alta promedio norteamericana, según la perspectiva de un producto ATP. El guión de Steven Rogers (Posdata, te amo, 2007; Quédate a mi Lado, 1998) busca dotar a la trama de momentos cómicos y dramáticos en igual medida, aunque el tercer acto termine inclinando la balanza un poco a favor de lo segundo. Definitivamente la línea argumental Keaton-Goodman es la que consigue más tiempo de pantalla y consecuentemente mayor profundidad, dejando al resto de las subtramas como una suerte de complemento que se intercala donde es necesario llenar un vacío. Desde un narrador en off que homenajea a ¡Qué Bello es Vivir! (It’s a Wonderful Life, 1946) hasta aquellos conflictos cotidianos en clave Feriados en Familia (Home for the Holidays, 1995), la película de Nelson se percibe demasiado confiada jugando a lo seguro con los clichés navideños y las actuaciones de un reparto clase A, donde no todos tienen un tratamiento equitativo. Este exceso de confianza en sí misma le juega en contra en aquellos momentos donde intenta salirse de los parámetros establecidos y exhibir algo de originalidad, como sucede con la revelación de quién es la voz en off que nos guía dentro del relato. En resumidas cuentas, Navidad con los Cooper en su carácter de película per se, se parece bastante a las fiestas familiares de cualquiera de nosotros, simples mortales: llega, tenemos una idea bastante concreta de cómo se va a desarrollar todo, se mantiene dentro de esos carriles aceptables y para cuando termina volvemos a la vida normal, sabiendo que antes de darnos cuenta vamos a experimentar algo similar nuevamente, y así todos los años (o todas las navidades).
El destino manifiesto y la singularidad intergaláctica del nuevo milenio. La noción del “destino manifiesto” se forjó dentro de la cultura estadounidense como esa idea según la cual el país está destinado a expandirse, está -por algún motivo- condenado a la grandeza. Algo similar sucede en el universo de Star Wars: la saga que redefinió la ciencia ficción moderna y cambió el mapa genético de la industria del entretenimiento parece destinada a seguir expandiéndose a través de las generaciones ad eternum, y no hay ningún Jar Jar Binks ni midiclorianos que la detenga. El mal siempre resurge, el bien intenta prevalecer y aquellos involucrados se saben parte de algo inmensamente superior a la suma de todas las partes, algo por lo que siempre vale la pena el mayor sacrificio. Este es el tono que marca el espíritu de Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015). Sintetizando la trama: de las cenizas del viejo Imperio surge La Primera Orden, un nuevo poder dictatorial con gran despliegue bélico -stormtroopers, naves y una Estrella de la Muerte versión 3.0- que amenaza con destruir todo lo conseguido por la República y los Rebeldes en la ya lejana época de Luke Skyawalker, Han Solo y la Princesa Leia. Ray (Daisy Ridley) es una joven que vive de juntar chatarra en Jaku, una árida región que nos retrotrae a la Tatooine de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977); Finn (John Voyega) es un stormtrooper que cambia de bando cuando experimenta en primera persona la crueldad de La Primera Orden. La casualidad y el destino une a ambos personajes en lo que se convertirá en una aventura de auto-descubrimiento, la cual involucra llevar una preciada información a manos de los Rebeldes, clave para el sentido en el cual podría inclinarse la batalla. Hasta bien avanzada la historia es difícil determinar quién es el personaje central, quién va a ser el núcleo de todo, pero eso no significa algo negativo sino todo lo contrario: nos encontramos sumidos en la mayor de las intrigas. Seguramente el hecho de que Lawrence Kasdan (guionista de El Imperio Contraataca) haya dado una mano con el guión al director J.J. Abrams (Lost, 2004; Star Trek: El Futuro Comienza, 2009) tiene mucho que ver en esto de dotar a El Despertar de la Fuerza de esa impronta nostálgica de la trilogía original. A diferencia de lo que sucedía con los personajes de las infames precuelas de George Lucas, aquí tenemos sujetos que experimentan sensaciones realmente movilizadoras, que atraviesan un arco dentro del relato, y eso lo vemos plasmado satisfactoriamente en pantalla. Los personajes tienen profundidad, logran identificación con el espectador. Abrams logra performances de alto nivel por parte de Ridley y Boyega, a la altura de la grandilocuencia de todo lo que sucede. La estructura narrativa propiamente dicha toma prestados aquellos elementos fundamentales de Episodio IV: la irrupción del orden malvado, el viaje iniciático del personaje llamado a convertirse el héroe, la guía de la sabiduría, el sacrificio, el villano con un origen difuso. Pero eso no significa que todo sea una simple acción de “copy+paste”, y es ahí donde entra el concepto de la singularidad. ¿Acaso el universo de Star Wars está destinado a reiniciarse de tiempo en tiempo? ¿Las viejas historias necesitan volver a ser contadas? ¿Siempre presenciaremos el fin de un ciclo mientras se da inicio al siguiente? Hubo otras dos películas en este 2015 que cargaron con el peso de reversionar éxitos antiguos: Terminator Génesis (Terminator Genisys, 2015) y Mundo Jurásico (Jurassic World, 2015). En ambos casos la nostalgia tomó control total y excesivo de la situación, con un resultado no fue el óptimo. El Despertar de la Fuerza hace un buen uso de la nostalgia, porque no la convierte en un fin en sí mismo sino en el medio a través del cual las nuevas generaciones de espectadores -y fans por supuesto- se acercan a una historia que nació hace prácticamente 40 años y dos generaciones atrás. Lo importante a tener en cuenta es que, en este reinicio, lo escencial va más allá de los sables láser, los stormtroopers y las estaciones espaciales. Vuelven a ser parte del núcleo temáticas universales como el destino de cada persona, los lazos interpersonales y la búsqueda constante de superación. J.J. Abrams logra que su obra se destaque por un despliegue visual que la acerca mucho a la trilogía original. La mayor parte de lo que vemos en pantalla sucede justamente en cámara, algo que cambia rotundamente nuestra percepción. Las construcciones, las locaciones, las texturas, todo da la sensación de ser real, de ser algo que podríamos tocar con nuestra propias manos. El director insistió en filmar en 35mm para emular la estética visual de las originales y sin dudas fue una apuesta que pagó con creces. Pero por sobre todo estamos ante un film que no para un segundo. Cada secuencia de acción desemboca en otra secuencia de acción, de ninguna forma se siente como algo vertiginosamente agotador y al mismo tiempo logra intersticios en los cuales desarrollar momentos de mayor peso dramático. Aquellos dispuestos a hilar extremadamente fino podrán encontrar cierto patrón establecido en entregas anterior desde lo argumental y algún que otro detalle no del todo desarrollado, pero tampoco es algo grave; en particular si recordemos que cuando todo empezó, teníamos a un viejo que decía ser un antiguo guerrero, hablando de una fuerza sobrenatural que forma parte de todo y hace que cada elemento del universo este en perfecto equilibrio. Star Wars siempre fue algo en lo que creer más allá de lo que indican los hechos empíricos, más allá de la lógica. No hay que saber todo ni tener una respuesta para cada pregunta… a veces menos es más. Es por eso que El Despertar de la Fuerza es una pieza muy sólida dentro de la totalidad de la saga, una que vuelve a los orígenes tomando los elementos fundacionales y abriendo las puertas a una nueva aventura, tan atemporal como la eterna lucha entre el bien y el mal. Siempre que haya nuevas generaciones esperando que el mito sea rememorado, vamos a seguir teniendo Star Wars, así como en la ficción es necesario que nuevas generaciones conozcan el mito y formen parte de la aventura épica, lo mismo pasa del otro lado de la pantalla. Y tal vez esa sea la mejor forma de explicar este nuevo capítulo que de aquello que pasó hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…
Que los monstruos no nos tapen el bosque. Dentro de un 2015 en el cual el género de terror cubrió desgraciadamente con creces su cuota de cámaras en mano, fantasmas, adolescentes y posesiones diabólicas, nos encontramos con un ápice de luz al final del camino. Los Hijos del Diablo (The Hallow, 2015) es la ópera prima de Corin Hardy, una joven promesa proveniente del palo de los FX y los cortos fantásticos, en quien ya pusieron los ojos los productores para una inminente remake de El Cuervo (The Crow, 1994). Detalle no menor. La historia comienza cuando Adam y Clare se mudan de la urbe londinense a los páramos rurales de Irlanda junto a su bebé. El padre de la familia es un biólogo cuya función es relevar la zona boscosa de la región, la cual en un futuro cercano será talada por la compañía que lo contrató. La trama se pone en movimiento cuando la familia comienza a ser acechada por las criaturas fantásticas que habitan los bosques; algo que el floklore, los mitos, las leyendas y los vecinos del área respetan con absoluta seriedad. Lo que inicialmente puede ser leído como una obra en clave “home invasion”, donde los protagonistas deben resistir los envites malévolos de aquello dispuesto a transgredir el círculo familiar, permite al mismo tiempo una sublectura ambiental que busca hacernos reflexionar sobre la intromisión del hombre en aquellos espacios que son propiedad exclusiva de la madre naturaleza. Pero el film de Hardy muta constantemente y pasamos de lo fantástico a lo puramente terrorífico de un acto al siguiente. Sacar al terror de sus clichés más detestables, e incorporar a la historia conceptos con mucha más carga simbólica como la unión familiar y el sacrificio extremo, es una apuesta que paga de forma satisfactoria. Con una combinación de trucos prácticos en cámara y un poco de ayuda del CGI (sólo cuando es absolutamente necesario), sumado a un diseño de las criaturas que toma lo mejor de Alien, el Octavo Pasajero (Alien, 1979) y El Laberinto del Fauno (2006), estamos ante un film cuyos mayores atributos pasan por lograr ser efectivo sugiriendo más de lo que muestra, desde la construcción de un clima hecho a la medida y al servicio de aquello que se narra.
Blanca y monstruosa Navidad. La incipiente llegada de las fiestas supone un fuerte movimiento en la pantalla grande, con películas infantiles llenas de amor familiar, mascotas adorables y actos que buscan recordarnos la grandeza que habita en nuestro espíritu. ¿Pero qué pasa cuando se agotan las ínfulas navideñas y lo único que queda es su contracara siniestra? Algo de todo esto sucede en Krampus (2015), la nueva película de Michael Dougherty, director que ya ha visitado el lado oscuro de las festividades y la perversidad del folklore en Trick ‘r Treat (2007). En el centro de la historia tenemos a Max (Emjay Anthony), un pequeño cuyo espíritu navideño se ve aplastado cruelmente por su hermana y primas, que suman presión dentro de un cuadro familiar bastante caótico que completan sus padres, sus tíos y su abuela. Ante este escenario desconsolador, Max pierde su fe en la Navidad y sin saberlo abre las puertas a Krampus, una criatura mítica de las leyendas nórdicas que es nada menos que la contracara de Santa Claus, y no llega para esparcir dicha y felicidad, sino para castigar a aquellos que ya no tienen fe. Una vez planteado el conflicto principal el film se vuelve una comedia negra con tintes de thriller fantástico, en la cual toda la familia debe luchar contra un mal que desafía la lógica de nuestra realidad, valiéndose de aquellos artefactos y clichés navideños más fácilmente identificables, los cuales dan un giro hacia lo perverso: duendes malignos, osos de peluche rabiosos, muñecas poseídas y cajitas musicales antropófagas. La intervención divina y el suceso mágico o fantástico muestran su lado más tenebroso en un film con ciertas reminiscencias a Gremlins (1984) y a ese clásico episodio de la primera temporada de Cuentos de la Cripta (Tales from the Crypt), con un Santa asesino. La película, además, tiene un tono muy similar a la finlandesa Rare Exports (2010) y su Papá Noel devorador de niños. Se celebra la vuelta al cine PG-13 de ese contenido terrorífico que se permitía ser oscuro y que tanto se disfrutaba en los 80, un estilo ninguneado en la actualidad a causa de la excesiva corrección política que afecta en niveles inimaginables. Estamos ante una historia tragicómica inicialmente en sintonía con las clásicas películas navideñas de Chevy Chase, que luego experimenta momentos dignos de un episodio de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), combinados con el componente de base de toda “monster movie”, para llegar a un final algo atolondrado que no sabe muy bien cómo cerrar todas esas buenas ideas que plantea, un hecho no menor pero que afortunadamente no hiere de muerte a una película cuyo corazón se encuentra al servicio de un tipo de entretenimiento perversamente divertido.
El juego de las diferencias. Las comparaciones siempre son odiosas, a veces es injusto marcar diferencias entre dos cuestiones o polarizar opiniones en un sentido u otro. Pero también hay momentos en que el material original de una obra pesa tanto sobre sus posteriores adaptaciones, que cualquier intento de diferenciarse queda inexorablemente sujeto a objeciones. Algo de todo esto sucede con Secretos de una Obsesión (Secret in Their Eyes, 2015), una película según su propia campaña publicitaria “inspirada en El Secreto de sus Ojos”, film argentino ganador del premio de la Academia como Mejor Película Extranjera en el año 2010. Por ende, antes que nada, la utilización de la palabra “inspirada” enciende un par de alarmas, sin siquiera comenzar a analizar propiamente el film. Es imposible no hacer un cuadro comparativo al momento de explicar el argumento de Secretos de una Obsesión: Ray (Chiwetel Ejiofor) y Jess (Julia Roberts) son dos colegas del FBI en pleno ascenso profesional, llamados a investigar el asesinato de una joven que termina siendo la hija adolescente de Jess. El Ray de Ejiofor es una suerte de Ricardo Darín y la Jess de Roberts es una combinación de los personajes de Guillermo Francella (colega de Darín) y Pablo Rago (viudo de la víctima), en la versión original. Jess y Ray son ayudados por una nueva fiscal de distrito recién llegada a la Ciudad, interpretada por Nicole Kidman, haciendo las veces de Soledad Villamil. La trama tiene lugar en plena ebullición anti-terrorista post 9/11, y el presunto asesino es protegido por poderes superiores ya que es un espía norteamericano infiltrado en una mezquita, desde la cual provee con información relevante para la “guerra contra el terror” a la administración de Estados Unidos. La película del director y guionista Billy Ray se sucede escena tras escena de forma mecánica y este casting clase A, compuesto por algunos de los mejores actores de Hollywood, hace lo que puede dentro de una adaptación que por momentos se siente como hecha por obligación. Todas las secuencias fundamentales se resuelven sin tensión ni espectacularidad. Si tomamos por ejemplo la elaborada secuencia original en la cancha de Huracán, donde Darín y Francella persiguen al sospechoso, aquí es reemplazada por una breve búsqueda, localización y consecuente captura en el estadio de los Dodgers, un equipo de béisbol. El relato intenta combinar una historia criminal, una historia política y una historia romántica que nunca terminan de cuajar. Ese romance sutil entre Darín y Villamil se torna burdo y evidente entre Ejiofor y Kidman desde la primera escena que comparten, como si fuese necesario poner esa tensión sexual en evidencia por si algún despistado no capta las sutilezas. Aparentemente tenerlo al propio Juan José Campanella -director del film original- como productor ejecutivo no fue suficiente para prestar atención a este tipo de detalles. Con una historia que no logra llegar nunca a un clímax aceptable y un final que hace tambalear incluso la lógica interna propuesta por la adaptación, Secretos de una Obsesión tal vez sea vista en su país de origen como otro thriller policial más, de esos que llegan rápido al cable premium o al servicio on demand, pero por estas tierras posiblemente no tenga ni siquiera esa suerte.
Despedazado en mil partes. La actualidad del cine comercial tiene alto metejón con esto de reversionar personajes y films no tan distantes en el tiempo, o producciones que parecen entrar en un ciclo regenerativo cuando su anterior versión todavía esta tibia en las retinas de los espectadores. Pero no se crean que este yeite es potestad exclusiva de los relatos cercanos en el tiempo, las viejas historias también tienen valor de “rebooteabilidad”. Tal es el caso de Victor Frankenstein (2015), nueva incursión cinematográfica que toma los elementos del universo creado por la novelista Mary Shelley -madre de la ciencia ficción literaria- aunque no los utiliza para contar nuevamente una historia sobre los orígenes del monstruo, sino la de su creador y sus propios conflictos, los cuales lo llevan a esta obsesión de crear vida; todo visto desde la perspectiva de su ayudante Igor, personaje -por cierto- no proveniente de la imaginación de Shelley sino de las previas adaptaciones para la pantalla grande. El director Paul McGuigan es un hombre más relacionado con el suspenso (El Departamento, 2004) y los relatos sobre crímenes y mafiosos (7, el Número Equivocado, 2006), pero en esta ocasión propone un híbrido entre la acción del Sherlock Holmes de Guy Ritchie y la era victoriana maquillada con estilo steampunk. Lo que en el primer acto se acerca bastante a una historia sobre los orígenes de Igor (interpretado por Daniel Radcliffe), en el segundo y tercero se vuelca definitivamente hacia el propio Doctor Frankenstein (James McAvoy) para revelar el detrás de escena de la génesis del abominable monstruo. El film no podría ser más sincero en cuanto a sus intenciones: las primeras imágenes presentan la voz en off de Igor diciendo “ustedes ya conocen la historia, ya conocen al monstruo…”, y de esa forma se saca de encima el peso y la responsabilidad solemne de llevarnos por un camino ya recorrido, para así adentrarse en el personaje del científico y su obsesión con crear vida y cambiar el paradigma del orden natural. El guión de Max Landis guarda cierta familiaridad con algunos de sus trabajos anteriores como Poder sin Límites (2012) y Operación Ultra (2015), donde el núcleo de la historia se concentraba en cómo manejar el poder y la forma en que las buenas intenciones pueden desembocar en una situación trágica que se sale de control. Mención especial para McAvoy y su interpretación del Dr. Frankenstein. El histrionismo del escocés y su magnetismo en pantalla proveen la intensidad justa a un personaje que no es el “científico loco” de la era de Colin Clive y Boris Karloff, sino un hombre impulsado por su obsesión de elevar a la condición humana por encima del raciocinio limitante de su época. Radcliffe tampoco desentona en el papel de Igor, permitiendo ver a través de la narración la evolución de un ser sumiso hacia otro dispuesto a detener la locura de su amo. Ambos personajes poseen un arco interesante, aunque Frankenstein experimenta un giro brusco casi sobre el cierre y se percibe poco desarrollado. Estamos ante una dosis muy pequeña de terror propiamente dicho, acompañado por un poco de acción, drama e incluso romance. Nada mal para una película sobre uno de los monstruos más conocidos del cine y la literatura clásica (al cual, por cierto, no vemos hasta la escena final), cuya historia está lo suficientemente bien construida como para entretenernos con otros aspectos menos explorados de su universo.